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Un idiota de viaje – Consideraciones viajeras y primera noche en L.A.

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Un idiota de viaje…por César del Campo de Acuña

Consideraciones viajeras y primera noche en L.A.

Hace relativamente poco tuve la suerte de viajar. Pero de viajar lejos y durante varios días que es algo que personalmente traduzco, no solo como un éxito personal, sino como lo más alejado a una escapada de fin de semana para remojar el trasero en un balneario rodeado de sexagenarias que se me puede ocurrir en términos de trotamundos. Pero no, no se preocupen que esto no se va a convertir en un blog de viajes al uso. No tengo ni la intención, ni el dinero para convertirme en un Phileas Fogg 2.0 y tampoco la valentía para salir de mi círculo de confort viajero, el cual se reduce a una ridícula cantidad de países y el que la encabeza siempre ha sido Estados Unidos.

Si señores Estados Unidos. Me gustan los Estados Unidos y me gustan mucho. Asique si son de esos que hablan pestes de la nación de las barras y estrellas sin haberla pisado y son de los que les gusta hacer gala de la osadía de los ignorantes les dedico lo mismo que le dijo Barney Gumble a Lisa Simpson el día que saco un Gazpacho en una barbacoa: “Vuélvete a Rusia”.  Dicho esto, no se crean que soy de esos que van cegados a los sitios y no le encuentran ni un pero;  no me dejo llevar ni por pasiones, ni por anteojeras. No, cuando viajo, miro a los lados para no perderme ni lo bueno, ni lo malo, aunque eso signifique que el que termine perdido sea yo mismo junto a mis expectativas.

Asique, tras muchos años ahorrando (cinco en total), y muchos más sin vacaciones (ocho, que ya son muchos) pude amasar el suficiente parné como para pagarme un viaje en mayúsculas. ¿Y qué destino escogí/escogimos (ya que el viaje lo hice en compañía de unos amigos)? Pues la Costa Oeste de Estados Unidos. ¿Y porque La Costa Oeste? Fundamentalmente por el particular de que nunca había pastado por allí, asique no, aquí no hay fantasías de infante, ni un trastorno obsesivo compulsivo que me llevara a repetir California como le pasaba al chaval de El campeón del videojuego. Evidentemente tiene más atractivos turísticos que por ejemplo Nebraska, por lo que suele ser uno de los destinos más solicitados, populares y conocidos.

¿Y que ver en la Costa Oeste? Ciertamente hay mucho que ver, pero para un primer viaje creo que una ruta estupenda es la que nosotros realizamos que se resumen en: Los Angeles, Carmel by the Sea, San Francisco, Yosemite National Park, Mammoth Lakes, Death Valley National Park, Las Vegas, Grand Canyon, el tramo de la Ruta 66 que une Kingman con Flagstaff y Monument Valley. Algo más de 4000 kilómetros entre pitos y flautas, pero merece la pena. Evidentemente te dejas muchas cosas por ver y conocer, pero creo que una ruta tan ambiciosa y extensa (pasa por los estados de California, Nevada, Arizona y Utah), es idónea para tener consciencia de la inmensidad de los Estados Unidos y de lo mucho que puede cambiar, no solo el paisaje, sino la gente de un lugar a otro.

ruta-costa-oeste-usa-cincodays

Pues todo eso pero al revés y con más paradas.

Pero ustedes no están aquí para el rollo viajero tradicional. Ustedes están leyendo esto porque quieren conocer los entresijos, lo que se escapa al aburrido discurso formal de la crónica (ese que habla de colores, sabores y demás tonterías que parece que se han escapado de un anuncio monguer de compresas de finales de los 90), lo que me cabreo, lo que me entusiasmo y lo que me decepciono. Asique no se abrochen los cinturones, solamente claven las uñas en el salpicadero del coche y griten como una animadora que nos vamos.

Consideraciones viajeras: EEUU

Lo primero que deben saber es que para viajar a los Estados Unidos de América les hace falta el ESTA ¿y que es el ESTA? Pues él ESTA (me ahorrare hacerles pasar vergüenza ajena no haciendo el chiste del ESTA no es el AQUELLA…que asco doy) es la Autorización de Viaje a Estados Unidos o como a mí me gusta llamarlo el sacacuartos. Que divertida era la anécdota aquella del papelajo que te daban en el avión con preguntas rocambolescas estilo: ¿Es usted un criminal de guerra de la Segunda Guerra Mundial? Pues sí, era divertido. Ahora menos, porque tienes que pagar por ello y son 14$, pero vigilen bien dónde y como lo hacen. Me explico, ms amigos, tras una recomendación de la agencia de viajes lo hicieron por una web; Bien, la web era más falsa que un euro con la cara de Popeye ¿y que paso? que les clavaron a cada uno 70$. Evidentemente luego tuvieron que hacer el bueno, el que cuesta 14, asique las primeras gracias de la odisea fueron de pasmo, porque 84$ ya es un dinero considerable. Pero, pero, pero…. ¿y si les digo que casi me quedo en tierra?

Estando en el aeropuerto de Madrid, me dicen que mi ESTA no es válido, que no reconoce el número de pasaporte ¿pero qué COJONES me dice usted? Resulta que cuando yo hice el ESTA en casa, desde la web oficial, introduje el número de pasaporte con sus letras y todo y me lo hecho para atrás. De hecho recuerdo a la perfección como me dijo que las letras estaban de más. Asique lo hice sin las letras, pero en el aeropuerto me dijeron que las letras, que tenía que salir, que sino no me montaba en el avión. Muy bien… (cara de profundo asco) pues de prisa y de bulla al mostrador de la compañía aérea a hacer un nuevo ESTA a toda leche. 14$ más tarde ya tenía todos mis papeles en regla y podía subir al avión de United Airlines. Evidentemente estaba tremendamente cabreado por dentro (28$ son 29$), pero tampoco quería montar un número de circo por aquello de no quedarme en tierra.

Si...ya...claro...seguro...

Si…ya…claro…seguro…

La bienvenida al avión me la dio una azafata estirada con cara de Vanderbilt venida a menos que con sus gestos, fría voz y ademan altivo hacía sentir al pasajero de clase turista como poco más que un apestado (que oigan, luego no se portó mal, pero la cara de asco la tenía cincelada en el rostro). Afortunadamente, una vez en turista, otra azafata que tenía esa actitud rumbosa de la madre del Tio Phil en El Principe de Bel-Air, se portó de manera más amable y cercana. Oigan, a mí no me gusta volar y si me tratan como si fuera un bulto a las primeras de cambio me cabreo. Dada mi poca experiencia viajera, una vez me acomode en mi incomodo asiento (que si mides 1 metro y 60 centímetros es cojonudo, pero si mides casi 2 metros es la peste negra), me di cuenta que en reposacabezas de delante había una pantalla y entonces me dije a mi mismo: “coño, Pimp-my-Ride, sique ha servido para algo”. En esa pantalla tienes todo el entretenimiento necesario para no tocarle los pelendengues al personal de vuelo durante la duración del mismo: Películas, series, documentales, música y juegos de mierda. Eso sí, si no saben inglés, prepárense a ver todo con doblaje iberoamericano.

El viaje a Washington en general fue tranquilo e incómodo a partes iguales. Que si rellene este papel (¿Ha estado usted en contacto con cualquier tipo de ganado en los últimos meses?), que si cómase esta bazofia (de opciones pollo o tortellini rellenos de espinaca), que si quiere algo más de beber (tibio a Coca-Cola me puse…me hice un Melendi carbonatado), que si aquí tiene este poco saludable bollo relleno de jamón y queso, que si patatin, que si patatan… hasta que aterrizas no te dejan que te aburras. Una vez te bajas del autobús con alas empieza la juerga: Pasar la aduana/frontera. Eso es un sindiós de impresión y oigan no me parece mal. La seguridad ante todo. Curiosamente, me percate que, a  los amigos que les gusta llevar a sus mujeres vestidas de fantasma/momia les estaban mirando el paladar con lupa y linterna (en plan la frontera de Tirana en el Sulfato Atomico). También a los viajeros llegados de países del áfrica subsahariana les miraban de arriba abajo. ¿Racismo? Pues no, no creo, simplemente seguridad y control exhaustivo de quien porras entra en su país. Eso sí, todo este despliegue de seguridad hacia que las colas fueran tremendamente lentas y teniendo en cuenta que había viajeros que tenían una hora para hacer el trasbordo propició situaciones curiosas. Por ejemplo, me estas escuchando hablar en castellano alto y claro, ¿tienes prisa?, ¿necesitas pasar delante de nosotros? pues no me preguntes en catalán estando en Washington porque igual no te hago caso o no me entero de que cojones dices. Lo cierto es que no me entere de que porras nos decía la señora que se dirigió a nosotros en catalana y hasta que no nos explicó en castellano la problemática de unos chavales que no llegaban a coger su vuelo no la entendimos. Les dejamos pasar evidentemente, pero hay que ser muy cateto, muy tonto o muy nacionalista para dirigirte en catalán a un grupo al que estas escuchando hablar en castellano (y créanme que mi tono se escucha y a lo lejos). Total, hasta nuestro vuelo a Los Angeles nos quedaban tres horas en el aeropuerto.

Imagínense el doble de gente y verán lo que yo pude ver.

Imagínense el doble de gente y verán lo que yo pude ver.

Una vez estuve delante del agente de aduanas que tomaría mis datos para entrar en el país (fui el último en entrar ya que justo delante de mi les estuvieron mirando hasta las invitaciones de la primera comunión a una madre con su chiquillo, vestido de boda, provenientes de algún país subsahariano) la cosa fue como la seda. Hasta nos pusimos a hablar de baloncesto. Curiosamente, ninguno de los dos nos dimos cuenta, pero el papel que supuestamente le tenía que entregar (el que rellene en el avión) me lo termine quedando yo. ¿Fallo de seguridad? Puede ser…el caso es que pase y de ahí fuimos al tedio de quítense los zapatos, tiren las botellas de agua y pongan todos sus efectos personales en esta aséptica caja de plástico que les vamos a escanear el hígado y hacer que su futuro cáncer se adelante 5 años (eso sí, todo acompañado de una cola y de una agente de seguridad bastante musical). Bien por la seguridad, mal por la falta de higiene. Y no, no lo digo por las bandejas de plástico, lo digo por esa gente que tiene las uñas de los pies dispuestas a romper el record de longitud del Guiness. A mi amiga le hicieron abrir su bolsa de equipaje de mano a parte. ¿Motivos? Algo tenía que ver un tupperware y su contenido. Sospechoso, sospechoso.

Luego a deambular por el aeropuerto de Washington, en el que te encuentras con familias que llevan a sus chiquillos en pijama para volar o a un tipo conduciendo un carricoche para personas impedidas (o vagas) que cada vez que se cruzaba con alguien hacía sonar una bocina de dibujos animados. Por otro lado, alucinas con las tiendas; vimos una que tenía un cascanueces con la forma de Hillary Clinton (me creo que pueda cascar nueces con el culo en la vida real) y eso te da a entender que en EEUU se comercializa todo y no importa si se cisca en el buen gusto. Me imagino que alguien sacara algo así en España con la efigie de una de las políticas del cambio al día siguiente todas las Ronald McDonald (que es como yo llamo a las Feminazis) de la nación estarían vociferando por las calle algo sobre sus despiadados úteros. Tras pasar por Starbucks (sitio que aborrezco y que se convirtió en una constante del viaje) y comprobar que la tarjeta de puntos de España no cruza el charco, nos fuimos a nuestra atestada puerta de embarque.

Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

No me puedo olvidar que, tanto en el vuelo de llegada a los Estados Unidos como en el que nos llevó a la ciudad de Los Angeles compartimos oxigeno con unas chicas que eran (y digo yo que serán) amigas de un primo de mi amiga. El mundo es un pañuelo como quedara demostrado en futuras entregas de Un idiota de viaje.

Una vez embarcamos nos dimos cuenta que el avión era mucho peor que el que nos había llevado de Madrid a Washington. A parte de tener los asientos separados (algo que ya sabíamos), el mío estaba pegado a la estructura del cuarto de baño, lo que imposibilitaba que pudiera inclinar en algún modo u forma el mismo. Por otro lado, en este aparato ni pantallita táctil ni nada (y mis rodillas aseguran que había menos distancia entre fila de asientos y fila de asientos). Mi compañero de reposabrazos fue un joven estadounidense (al menos más joven que yo) que se pasó el tramo que no me quede grogui jugando a un NBA Live (no recuerdo el año del juego, pero me suena que era el NBA live 2011) con su móvil. Tendría que haberme llevado la Game Boy. Antes de quedarme KO por el aburrimiento nos sirvieron una bolsita con los aperitivos más salados jamás creados por el hombre. Un vaso de agua ayudo a tragarlos. Poco después, tras ojear todo el material de lectura que tenía a mi disposición (e intentar volver a empezar El restaurante del fin del mundo de Douglas Adams con escasos resultados) y flipar mucho con la flexibilidad de la vegana Talia Sutra, me quede roquenstein hasta que el inminente aterrizaje en el aeropuerto internacional de Los Angeles (LAX…que no tiene nada que ver con Hernandez y Homicide) se empezó a convertir en una ruidosa realidad en el interior del aparato.

Bienvenidos a LAX.

Bienvenidos a LAX.

El aterrizaje fue suave. Sin problema alguno. No nos pudo la presión social y una vez se hubo despejado un tanto el pasillo salimos del avión con la mente en las maletas. ¿Habrían llegado? ¿Me pasaría 15 días con los mismos calzoncillos? Todas esas dudas y muchas otras se atropellaban en mi cabeza mientras recorría los pasillos del aeropuerto (en obras, por cierto), que me dejarían junto a la cinta de recogida de equipajes. Aunque tardaron en salir, las maletas llegaron para bien. En ese rato que tuve para ojear a los angelinos, me di cuenta de que lo de las chanclas con calcetines es algo universal y no patrimonio de turistas alemanes y/o británicos. Por otro lado me topé con un tipo de origen asiático que igual si le ponían un tatuaje más explotaba. Sí, soy de provincias y hay veces que me quedo mirando a la gente con el Paco Martinez Soria Stare, pero la realidad es que el muchacho con la colección de tinta que llevaba llamaba la atención.

Tras recoger las maletas, despedirnos de las amigas del primo de mi amiga (si dices esto tres veces delante de un espejo a media noche algo pasa), nos subimos en un autobús que nos dejó en la terminal de Alamo, la compañía con la que teníamos contratado el coche de alquiler. Una vez allí nos atendió un señor de origen iberoamericano que se dedicó a meternos el miedo en el cuerpo para sacarnos el dinero. Que si el coche que teníamos alquilado era muy pequeño para los maletones que llevábamos, que si en Estados Unidos te pillan con una maleta de esas dimensiones en el asiento de atrás te multan, que si necesitan un seguro adicional por la cantidad indecente de kilómetros que íbamos hacer…bla, bla, bla. El caso es que como no quieres tener problemas, le acabas haciendo caso y finalmente optamos por un coche más grande (un Hyundai Elantra) y por un seguro de algo. Pero las otras cosas que nos quería vender no las compramos. Afortunadamente ya teníamos el GPS reservado con ellos y ya solo nos faltaba ir hacia el garaje y retirar el coche. En el camino hacia allí, el empleado que nos indicó donde retirar nuestro coche se fijó en la camiseta de mi amigo y nos dijo: Yo conozco ese símbolo de algún sitio. ¿Cómo no lo vas a conocer? Es el símbolo del Super Smash Bros. Gamers Unite y para el coche.

Gamers Unite!

Gamers Unite!

Tras acomodar las maletas en el coche, conectar el GPS, salimos echando lechugas del aeropuerto rumbo al hotel Ramada Los Angeles/Wilshire Center un hotel en el corazón de Koreatown. El viaje, de unos 30 minutos me permitió darme cuenta de varias cosas. Lo primero es que Los Angeles no es una ciudad de grandes edificios y eso que pasamos cerca del colosal Staples Center. Lo Segundo es una ciudad increíblemente sucia con gran cantidad de basura agolpada cerca de la calzada. Lo tercero, sin conducir, notaba que el asfalto de la carretera estaba en un estado deplorable y que los trozos de neumáticos que decoraban la carretera no estaban allí por casualidad. También,  en un cruce sin apenas luces, casi se nos echa encima un sintecho; Sería el primero de los muchos que veríamos a lo largo de nuestro viaje. En lo personal me llamo la atención un edificio, cerca del Staples, con la imagen creada por Piotr Młodożeniec en su fachada (ya saben la que forma con los diferentes símbolos religiosos la palabra Coexist) en la que se podía ver una suerte de sonrisa en el símbolo del Yin Yang.

Del hotel, particularmente, no me llamo nada la atención salvo el horroroso calor que hacía dentro de la habitación (por cierto, bastante espaciosa y con un cuarto de baño amplio aunque algo descuidado). Teníamos nevera, cafetera (algo poco útil para mi persona dado a que no bebo café), Wifi gratis y dos camas queen size. ¿Para qué más? Salimos a dar una vuelta y comprobé que, alejado de los focos turísticos, los husos horarios se respetan. No había mucha gente en la calle pero si varios sitios abiertos. Entramos en un grimoso 7-Eleven para comprar algo para desayunar (si están interesados compre bollería industrial de Hostess (concretamente unos Donettes y unos Zingers con covertura de vainilla), un Nesquick de bote y un zumo de la marca Simply) y luego buscamos algún sitio donde cenar. Tampoco tenía mucha hambre y finalmente optamos por un conocido Pizza Hut ya que un japonés en el que entramos estaba cerrando justo en ese momento. Cuando entramos en el Pizza Hut, otro sitio con Wifi gratis pedimos la mediana de pepperoni y para beber me hice con un Sunkist de naranja por aquello de probar cosas buenas (y al final es una Fanta de Naranja con más gas que otra cosa). Mientras esperábamos se nos acoplo dentro un chaval para gorronear Wifi (o al menos esa fue la impresión que me dio). Tras recibir nuestro pedido nos fuimos al hotel donde cenamos con la banda sonora de Telemundo de fondo. Sinceramente no tendría que haber cenado esa noche y Los Angeles, en aquel momento, no me podía haber causado peor impresión. ¿Dónde estaba la ciudad de las películas? Desde luego en Koreatown no.

Melting pot? lo siento, pero como dijeron los War: The World Is a Ghetto.

Melting pot? lo siento, pero como dijeron los War: The World Is a Ghetto.

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Un idiota de viaje – Los Angeles: Dos noches y un dia

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Un idiota de viaje…por César del Campo de Acuña

Los Angeles dos noches y un día

La primera noche en el Ramada Los Angeles/Wilshire Center fue infernal. El calor, a pesar de vivir en el sur, es algo que no llevo bien y cuando se “decidió” apagar el aire acondicionado se creó en el interior un microclima del que no podía escapar por aquello de no tener a donde huir de madrugada. Habitualmente cuando la temperatura no me deja dormir me levanto y me pongo a trabajar pero sin esa posibilidad me vi atrapado en mi cama queen size sudando como ese alumno que no sabe la respuesta y hace todo lo posible para evitar el contacto visual directo con el profesor. Afortunadamente para mí las noches son muy cortas debido a las pocas horas de sueño que suelo necesitar para recargar la batería. Desafortunadamente, a lo largo de mi vida, he podido comprobar como lo que yo veo como una virtud ha sido tomado por las personas que han compartido habitación o lecho (si lecho, hoy me he levantado medieval) conmigo como un defecto. No han sido pocas las veces que me he visto convertido en piedra tortuguera o en improvisado y torpe ninja (por aquello de moverme por las sombra sin hacer ruido). El caso es que una vez abro los ojos (y suele ser entorno a las 05:30 de la mañana) no hay vuelta atrás.

Una vez todos los campistas se pusieron en pie yo estaba listo para revista (es decir aseado y vestido para un día de turisteo inmisericorde). Tras un desayuno frugal a base de bollos de refinería (que es como me gusta llamar a la bollería industrial), zumo y Nesquick adecenté y asegure mis enseres porque mi neurosis dictamina que nunca te fíes de nadie que pueda tener acceso a los mismos sin estar tu delante. Una vez todo listo nos dirigimos al coche rumbo a la zona centro de Los Angeles. Desafortunadamente no se puso bien la dirección y el GPS decidió llevarnos una vez más al aeropuerto. Por fortuna me di cuenta a tiempo y pudimos poner destino al centro gracias a una dirección que si tenía anotada ya que nuestro peculiar GPS no aceptaba nombres de lugares, ni tampoco daba sugerencias cercanas al destino (al menos no de la manera habitual). Toda esta problemática nos ayudó a experimentar algo tan angelino como el cartel de Hollywood: Los atascos. Pero no atascos de chichinabo, sino atascos de cinco carriles con coches saliendo hasta de las alcantarillas.

Autopista hacia el cielo.

Autopista hacia el cielo.

Una vez logramos salir del descomunal embotellamiento aparcamos en el centro con relativa facilidad/comodidad en un parking al aire libre que nos costó 9$ (bueno 9$ por todo el día pero solo hicimos uso del mismo durante un par de horas). ¿Y qué tal el centro de Los Angeles? Pues desangelado, vacío (vale, vale era agosto, pero es el centro financiero de una de las urbes más importantes del planeta y no se movía ni una hoja) y poco activo. El punto de partida de la ruta por el downtown fue Pershing Square. ¿Y qué me llamo la atención de ese lugar? Pues la ingente cantidad de mendigos que allí vivían y lo maltrechos que estaban (hasta el punto de ver a uno que no se dio cuenta de cómo una señora ardilla que bajo de un árbol se le sentaba encima). Verán, no es que me escandalice, pero el contraste de estar a los pies de rascacielos como el Two California Plaza y ver gente vestida con puros harapos deambulando como zombies al estilo El príncipe de las tinieblas de John Carpenter por sus inmediaciones resulta impactante. De lo más alto a lo más bajo.

Como desde la perspectiva del turista no puedes hacer nada por ellos (y me juego el dinero que no tengo a que si les das algo de comer probablemente te lo tiren a la cabeza debido a la demencia producida por el alcoholismo o la drogadicción que muchos parecían sufrir) continuas con el viaje. Y continuas el viaje por una zona centro fantasma a la que solo le faltaban las plantas rodantes por las aceras (el tráfico rodado, aunque no tan denso como en la autopista, parecía superar al número de gasta suelas) para amenizar el ambiente. ¿Y que vimos allí? Pues el Walt Disney Concert Hall, The Music Center, Dorothy Chandler Pavilion y finalmente la Catedral de Nuestra Señora de Los Angeles ¿y saben qué? Que si alguna vez están por Los Angeles se lo pueden ahorrar. Resultan interesantes pero no son edificios de los que hacen girar o levantar cabezas (bueno…el Walt Disney Concert Hall sí). Si me gustó mucho atravesar el escalonado Grand Park hasta llegar al Ayuntamiento de la ciudad de Los Angeles (que han visto en un millón de películas).

Welcome to Los Santos.

Welcome to Los Santos.

Pero oiga, que rollo de turisteo es este pueden estar diciendo y con razón). Aquí venimos al turrón y no a monsergas de La vuelta al Mundo. Vale, vale, vale…entendido. Dejemos a un lado los rollos turísticos y centrémonos en las peculiaridades. Me llamo la atención la cantidad de anuncios de abogados caza ambulancias al más puro estilo Saul Goodman que pude ver. Particularmente el que decoraba uno de los bancos situados frente al ayuntamiento. En el anuncio un abogado, vestido de boxeador, decía que pelearía hasta el último round por tu caso (fundamentalmente por demandas) y que no cobraría si no ganaba. Desafortunadamente no le pudimos hacer una foto a ese anuncio en concreto ya que un tipo con dos cigarrillos encendidos se sentó sobre él. Rumbo al coche nos topamos con otro de esos sin techos hechos polvo de los que les hablaba antes ¿pero que tenia de especial este? Bueno, pues que le gritaba a los coches, iba con el torso desnudo, los pantalones colganderos (al estilo Mr.Hyde en la película Van Helsing) y en calcetines. Tras ver aquello me entretuve buscando libros en The Last Book Store (una descomunal tienda de libros de segunda mano). Para mi infortunio no encontré ninguno de los ejemplares a los que les tenía echado el ojo de cara a un ambicioso proyecto que tenía (o tengo) en mente.

Volvimos a pasar por un Starbucks (ven como les dije que fue una constante) y presencie la mayor colección de hipsters por metro cuadrado que he visto en mi vida. Desde detrás de la barra ya nos atendió uno y chupando Wifi como vampiros sedientos de sangre había toda una recua sentada en las mesas. Pero entre todos ellos destacaba un tipo de origen mexicano, con bigotón y tatuajes de tías en tetas que se parecía mucho a Smiley, el bigotes que sale al final de la recomendable Training Day. Sea como fuere dejamos esa zona para dirigirnos a El Pueblo, la zona con los edificios más antiguos de la ciudad y déjenme decirles, que más allá del Ayuntamiento fue lo que más me gusto hasta aquel momento de la ciudad de Los Angeles. Aquí si les hablare de olores (que no de sabores) porque la ingente cantidad de tasquitas mexicanas que recorrían la calle despedían un olor que alimentaba. De buena gana me hubiera tomado un taco pero lo cierto es que era muy temprano (poco más de media mañana) para un recién llegado, aunque no para los autóctonos que se estaban poniendo como el tenazas. Tras ver Union Station (espectacular estación de trenes en la que hay un piano dispuesto para que cualquiera con talento y ganas  se ponga a darle a las teclas. Durante nuestra visita un chico estaba tocando el tema principal de Piratas del Caribe) y una colección importante de hinchas de los Dodgers nos fuimos hacia las colinas.

Sin bromas, Union Station fue de lo mejor del primer día en Los Angeles.

Sin bromas, Union Station fue de lo mejor del primer día en Los Angeles.

Las colinas. Las colinas tienen ojos. Y casas. Casas victorias. Victorianas y de madera. De madera y sin vallas. Sin vallas no se hacen buenos vecinos. Sin buenos vecinos no se crea una comunidad sólida. Sin una comunidad solida hay dieces y fumaderos de crack. Pero que porras escribo. Bueno, para que me entiendan, nos dirigimos a Las Colinas para ver la casa de Embrujadas (serie que nunca me ha interesado lo más mínimo, salvo cuando luchadores de la extinta WCW aparecieron interpretando a demonios). Sin importarme gran cosa esa casa en concreto me puse a observar el vecindario y una vez más me di de frente con esos persistentes contrastes. Casas preciosas, cuidadas, con jardincillos de revista junto a otras que parecían las casas abandonadas de The Wire. Aceras cuidadas frente a aceras abandonadas. Contrastes. Por otro lado, para fantasmagórica la casa que estaba situada a la derecha de la casa que estaba justo enfrente de la de Embrujadas. Tenía una suerte de torreón y desde la ventana se podía ver una muñeca o muñeco mirando. Terrorífico (bueno…lo cierto es que no). De allí fuimos al cartel de Hollywood. Sinuosas calles por las colinas (que cualquiera que haya jugado al GTA V conocerá bien) nos llevaron al punto más cercano al famoso cartel. Calor, calor y más calor en el momento que para mí fue el punto álgido del día. Cuando estas allí es una de esas cosas que cuando las ves así de cerca no te crees que estén ahí mismo.

Mucha gente, y de todo tipo de etnias, haciéndose fotos a los pies del cartel (sin olvidarme del mirador desde el que se divisaba toda la ciudad de Los Angeles). De ahí al Observatorio Griffith (otro que han visto en un millón de películas como por ejemplo Rebelde sin causa) y el viaje hasta allí fue movidito. Sin direcciones concretas nos perdimos. Acabamos en la puerta del zoo, le preguntamos a un tipo que cortaba setos, pasamos al lado de un museo de máquinas de tren antiguas y por la puerta del hospital Monte Sinaí.  Afortunadamente, todos los caminos conducen a Roma y llegamos al destino. Nos tocó andar. Subir hasta el aparcamiento del observatorio estaba totalmente descartado, asique aparcamos en la cuneta y fuimos andando en un 2×3 son 6 para un aficionado al senderismo. Impresionantes vistas. Que más se puede decir. A, si, si…que comimos allí. ¿Y qué comí? Un perrito caliente, un platano y un Gatorade Fruit Punch. Anécdota: seguí avanzando en la línea para pedir, pero me gire a preguntarle a la chica que me sirvió el perrito donde estaban los condimentos. Entre que me sirvió el perrito y le pregunte (5 segundos aproximadamente) aprovecho para meterse entre pecho y espalda una palada de macarrones con queso (así estaba la muchacha) y como la pille infraganti le entro un ataque de risa que casi se le salen los macarrones por la nariz a la tiparraca. Entrando en la categoría de personajes en el Observatorio me tope de frente con un tipo que parecía salido de un videoclip de Delinquent Habits (o de la empresa de figurantes de matones mexicanos Suspect Entertainment), a un abuelo motero enfundado de pies a cabeza en las barras y estrellas, a un niño gordinflas con cresta (y pocas ganas de aprender) y a tres amigas de coloridos cabellos de esas que a la mínima de cambio te dicen que el motivo de que tuvieran que arrastrar sus enormes traseros por una empinada cuesta para subir al observatorio es por culpa del heteropatriarcado. Fauna del siglo XXI.

Born in the USA vs. Born to be Wild. Fight!

Born in the USA vs. Born to be Wild. Fight!

De ahí bajamos a ver a las estrellas (y me quede sin ver las Bronson Caves), a ver las estrellas del Paseo de la fama de Hollywood. Un momentazo para mí fue pasar justo delante del Safari Inn Motel (el que sale en la película Amor a quemarropa). Desafortunadamente no me pude parar a hacer una foto. Al rato comenzamos a ver estrellas en el suelo y gente, gente, gente y más gente. No nos costó especialmente aparcar y de ahí a deambular por una zona atestada. Si, al principio es gracioso (oh mira la estrella de Conchita Velasco…corramos a hacerle una foto), pero luego es un CO-ÑA-ZO monumental. Entre esquivar gente, tiendas de souvenirs (sitio que odio profundamente y a los que no te queda más remedio que ir por cumplir para que te claven hasta 8$ por un imán), evitar que gente disfrazada que da más lástima que otra cosa se te cuelgue del brazo para hacerse una foto (aunque las cosas como son, había un tipo disfrazado de Jules Winnfield que daba el pego al 80%…lo único que le fallaba era el pelucón afro) y entrar en sitios para 1,2,3 ya, el Paseo de la Fama me pareció asqueroso. No solo fue eso,  El Teatro Chino, uno de los edificios que quería  ver, tenía la fachada cubierta por un cartel publicitario de Escuadrón Suicida. Añadan que había tanta gente que ver las huellas reales de actores que hay justo a los pies de la entrada del citado teatro era imposible. Vimos lo que había que ver y nada me voló la cabeza. Lo que me pareció sumamente estúpido fue comprobar cómo la gente se hacía fotos con las estrellas del suelo pero no con las huellas reales dejadas por los actores (vamos a ver, que aquí ha puesto las manos y los pinrreles Harrison Ford, el de verdad, que la estrella esa ni la ha tocado cojones).

Por otro lado en el Paseo de la Fama note una cierta inseguridad una vez el sol se empezó a poner. A poco que te alejaras de lo más céntrico (donde había actuaciones callejeras improvisadas como el de un travesti danzarín que como te pegara una piña te embarcaba en la casa de su prima la de Huelva), te empezabas a topar no solo con los sex shops más infectos que he visto, sino con gentuza; pero gentuza de la peligrosa, de la de tatuajes de trena y pistola. Lo mejor en general fue la primera impresión y Waffle Jack un sitio de gofres belgas cojonudos. Lo peor: Invertir más de una hora en buscar la estrella de los Backstreet Boys sin resultado y los animales que se veían por la calle una vez se abrieron las puertas del zoo (cuando comenzó a irse la luz natural para que me entiendan). Paseo de la Fama = MAL, MUY MAL. Luego tardaron la leche de tiempo en devolvernos el coche en el parking, lo cual nos retrasó mucho obligándonos definitivamente a no visitar los pozos de alquitrán de La Brea (que los quería ver por aparecer en El último gran heroe, una película que me encanta a pesar del desastre de doblaje de la voz de Arnie). Se hizo de noche tan deprisa que gracias a nuestro estúpido GPS no dimos con Berverly Hills a pesar de preguntar desde el coche a otros conductores.

AL principio bien. Luego muy MAL.

AL principio bien. Luego muy MAL.

Finalmente se impuso la razón (llevábamos deambulando demasiado con el coche) y se optó por ir directos al Muelle de Santa Mónica. Bastante desangelado debido a la hora debo decir. Había gente sin lugar a dudas (especialmente usuarios de Pokemongo) pero muchos estaban de recogida. Aun así estuvo bien ver el pacifico, el punto y final de la Ruta 66 y el parque de atracciones sobre el muelle. Cenamos en un local llamado Rusty’s Surf Ranch. Nos sentó una esquelética bastante borde (tendría ganas de irse a su casa digo yo) y ya luego en la mesa nos atendió un tipo al que bautice como Bruce (premio para el que pille el motivo). Pedí un Pulled Pork Sandwich que estaba más seco que un bocata de polvorones pero bueno. Y ahí es donde empezó la clavada monumental con las narices de las propinas del 13% al 20%. Lo más caro del mundo es salir a comer/cenar en Estados Unidos a un restaurante que no sea de franquicia. Menudas clavadas estaban por venir amigos.

Tras aquello volvimos al hotel para experimentar otra noche de achicharrante calor (al menos en mi caso). La ciudad de las películas había asomado la patita tímidamente pero la realidad de una urbe demencial, sucia y con una atmósfera enrarecida debido a la falta de fronteras y a la poca mezcla de sus comunidades se la había aplastado con furia visigoda. Diferentes ollas en diferentes fuegos y todas a punto de hervir.

El muelle de Santa Monica. Estampida nocturna.

El muelle de Santa Monica. Estampida nocturna.

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Para otras aventuras no se pierdan la primera parte en: Un idiota de viaje – Consideraciones viajeras y primera noche en L.A.

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Un idiota de viaje – Adiós a Los Angeles y una road movie

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Un idiota de viaje…por César del Campo de Acuña

Adiós a Los Angeles y una road movie

Dos noches en Los Angeles. Dos calurosas noches en La-La Land. Una mañana, una ducha, un desayuno, empacar y salir rumbo a las colinas para dejar atrás una ciudad que me decepciono a manos llenas. Volvería, pero esa es una historia para una entrega venidera de Un idiota de viaje. Pero, antes de abandonar definitivamente el Ramada Los Angeles/Wilshire Center y el área metropolitana de Los Angeles déjenme que les cuente lo que vi aquella y nublada mañana en la “siempre soleada” California. Verán, uno de mis compañeros de viaje y yo volvimos a acercarnos al grimoso 7-Eleven que nos dio la bienvenida la primera noche y en el que compre los famosos bollos de refinería. En los escasos metros que separaban la puerta del hotel no nos pasó nada malo pero presencie como una ingente cantidad de abuelos y abuelas de origen coreano (algunos de ellos acompañados por sus nietos) se agolpaban en las puertas de la Iglesia Episcopal de San Jaime (St James Episcopal Church  para los amigos de Shakesperare). Me llamo la atención que, a pesar de su edad, de los andadores, de las gafas gruesas, de las miradas perdidas y de los pantalones muy por encima del ombligo no tenían mal aspecto. ¿Qué hacían allí? ¿Pedir? No lo sé… desde luego bolsas vacías y carritos de la compra algunos llevaban y cuando vi como un coreano joven dejaban a uno de estos vejetes en la esquina a toda celeridad (hay que ser muy hijo de la gran puta para meterle prisa a un anciano cargado con un andador que lucha para salir de la parte trasera de un coche) no pude sentir otra cosa que una mezcla de asco y pena por la escena y la situación. ¿Centro de mayores?, ¿mendicidad? No lo sé. Nunca lo sabré.

Sea como fuere, no tardamos en volver al hotel, hacer el check out y dar la espalda al edificio de estilo art deco Wilshire Professional Building (terminado en 1929) testigo mudo de la edad dorada de Los Angeles. ¿Y a donde nos dirigíamos esa mañana? ¿Rumbo a dónde? Pues aunque les parezca mentira volvimos al paseo de la fama para encontrar la cien veces maldita estrella de los Backstreet Boys (ya les tenía tirria antes, imagínense ahora). Pero hay que sacar provecho y gracias a esa parada pude ver el monumento The Four Ladies of Hollywood y un poster gigante de la edición especial de Battlefield Earth: A Saga of the Year 3000 de L. Ron Hubbard (el padre de la cienciologia) que, curiosamente, fue el libro de ciencia ficción número 1 en los Estados Unidos durante el verano de 2016. Tras esa parada encaminamos nuestras ruedas hacia los Estudios Warner. Durante los prolegómenos y preparativos del viaje se debatió mucho sobre que estudios visitar y finalmente nos decantamos por la oferta de los Warner. ¿Motivos? El tour duraba unas tres horas, te enseñaban unos estudios de cine y no un parque de atracciones y el precio no estaba mal. Puede que en otra visita en el futuro vea los otros (Universal, Paramount, Sony…). Estaba de buen humor. Iba a visitar unos estudios de cine reales. Pero, pero, pero…el destino se confabulo contra mi persona y no sé cómo conseguí hacerme un corte en uno de los abultados lunares que tengo en la espalda y que espero quitarme en algún momento dado.

Yakko,Wakko,Dot...¿Donde estáis?

Yakko,Wakko,Dot…¿Donde estáis?

Menudo estropicio. Cuando llegamos a los Estudios Warner parecía que me habían apuñalado en la espalda. Nos dimos cuenta justo cuando nos hacíamos la foto de rigor junto a las estatuas de Bugs Bunny y El Pato Lucas. Si note cierto dolor en la mitad de la espalda durante el trayecto en coche pero no le di importancia. El caso es que por diminuto que fuera el corte en la base del lunar la sangre convirtió la heridita en un escándalo parduzco en el polo que llevaba. Me salvo que el color del mismo disimulaba la mancha; si la prenda hubiera sido blanca otro gallo hubiera cantado. Una vez pasamos el control de seguridad para acceder a el punto en el que comenzaban los tours (por cierto, los guardias de seguridad de Warner Brothers de la entrada fueron muy amables y simpáticos. Sus placas con el logo del estudio llamaron mi atención) entre en uno de los servicios para lavarme como buenamente pude la herida, lo que me causo cierta incomodidad no solo por no alcanzar bien el punto exacto de la pequeña laceración, sino por la continua entrada y salida de turistas que de repente se encontraba a un mastuerzo retorciéndose intentado limpiar sangre de su espalda. El caso es que una vez limpie como pude el corte me pude reunir con mis compañeros de viaje y mientras esperábamos a que nos condujeran a donde comenzaría el tour (una pequeña sala de cine donde la lesbiana más famosa del planeta, la inaguantable Ellen DeGeneres, por medio de una película nos daría la bienvenida al mismo ofreciéndonos una introducción) pude bichear una sala llena de datos curiosos sobre los Estudios Warner y las películas producidas por ellos. El olor de la estancia lo cargaba un Starbucks con sus carísimos (y sobrevalorados) productos entre los que se encontraba un mocha macchiato (que no sé qué es) llamado Hellooo, Espresso! Dedicado (o presentado, como prefieran) a los fabulosos Animaniacs. ¿Les he dicho ya que no soporto los Starbucks?

Una vez vimos la peliculita de marras comenzó el tour. Escogimos la visita guiada en castellano. No recuerdo el nombre de nuestro Cicerone. Solo recuerdo que fue bastante amable. La excursión en si no está mal. Me hizo mucha ilusión ver la torre de agua de los Estudios Warner, sus colosales sound stages y los escenarios que tenían construidos para representar ciudades y pueblos. Visitamos el plató de rodaje de Madres forzosas (Fuller House) aunque no nos dejaron tomar fotos. A pocos metros del citado estudio de grabación estaban comenzado los ensayos de la que sería la décima temporada de The Big Bang Theory. A parte de lo obvio me llamo la atención ver como los arboles tenían todas sus ramas atadas con presillas ya que meses antes los había podado y necesitaban árboles frondosos para una nueva producción. Pasamos por los talleres de carpintería, por los almacenes de atrezo (sin lugar a dudas uno de los grandes momentos de la visita) y por la increíble exposición de los diferentes vehículos vistos en las películas de Batman (salvo el Batmovil del film de 1966).  La visita termino en una zona plagada de objetos vistos en películas, una recreación del famoso Central Perk, bocetos de dibujos animados y story boards, maquetas, trucos de cámara e incluso un sitio en el que hacer el monguer delante de un croma volando sobre una escoba de Harry Potter, pilotando el Batpod, o estrellándote en la capsula de Gravity. Huelga decir que si querías un recuerdo de tus nefastas dotes interpretativas había que pasar por caja y la broma no era barata. Afortunadamente, sostener un Oscar real y hacer el estúpido con el si era gratis (en ese momento aproveche para imitar a Jim Carrey en La Máscara). La visita terminaba en un cara tienda de regalos de la que solo me llamo la atención un libro con fotos históricas de la Warner. Si hubiera cubierto más años de la historia del estudio me habría hecho con el sin lugar a dudas.

Con todos ustedes: un hangar para aviones

Con todos ustedes: un hangar para aviones

¿Veredicto? Aceptable. Me gusto y creo que es un buen tour pero (¿Cuándo no hay un maldito pero?) una parte del mismo se hace un poco redundante. A pesar de todo lo recomiendo a cualquiera que pasé por Los Angeles en general y en particular a los seguidores de los productos Warner. Pero sigamos, sigamos…que nos queda toda una Road Movie por delante, ya que la siguiente para del viaje se encuentra a más de 500 kilómetros de distancia. ¿Y a donde vamos capitán? Pues a Carmel-by-the-sea, pueblecito costero del que Clint Eastwood fue alcalde (y en el que tiene residencia) y en el que vivió un tiempo. Aún era pronto como para comer asique salimos sin mirar atrás. El tráfico no dejo de acompañarnos en un viaje alejado de la costa que vio como el termómetro llegaba a superar los 40 grados de temperatura. De hecho, cuando hicimos la primera parada para el termómetro marcaba los 108 o 109 grados Fahrenheit (es decir entre los 42 y los 43 grados). Paramos para comer tras ver enormes e inhóspitas extensiones de terreno atravesadas por una carretera en línea recta en la que camiones gigantescos no tenían ningún miedo en adelantar a turismos o a otros camioneros. ¿Dónde porras estaban los policías esos escondidos detrás de matojos que salen en las películas? Cerca de Bakersfield desde luego no estaban.  Pero volviendo al tema de la inmensidad y la distancia solo puedo decirles que no te das cuenta en el gran país en el que estas (al menos en términos físicos. Lo de la moralidad lo juzgan ustedes) hasta que no circulas por sus carreteras y te alejas de las grandes ciudades. Calor, arena, montañas, árboles que proyectaban poca sombra y poblaciones pequeñas.

¿Y dónde paramos a comer? Pues en un Denny´s situado junto a una estación de servicio ya que necesitábamos repostar. ¿Y que son los Denny´s? pues una cadena de restaurantes norteamericanos (más de 2500 en todo el mundo) que abren las 24 horas del día, los 365 días del año. ¿Y qué demonios comí en Denny´s? pues aparte de tomarme el peor vaso de agua que me he tomado en mi vida (me juego mi colección de videojuegos a que el que les dio Mamá Fratelli a Los Goonies fue mejor) pedimos de entrantes unos Bacon Cheddar Tots que no estuvieron mal. Como plato principal yo opte por el Country-fried steak y debo decir que me gustó mucho. Regué la comida con una Coca-Cola vainilla (Vincent Vega y yo, historia de un corte de pelo) y termine de engolliparme con un delicioso Milk Shake de S´mores (vainilla, galletas saladas, malvaviscos y chocolate). Buen servicio (la camarera fue muy amable), buen sabor y precios razonables. Si viajan por carretera en los Estados Unidos y pueden optar entre Denny´s o un restaurante de comida rápida, escoja Denny´s. La anécdota de la parada llego a la hora de echar gasolina. Verán, acostumbrados a nuestros surtidores no sabíamos hacer funcionar los de allí. Me acerque a un motorista a preguntarle y el tipo nos explicó el procedimiento a seguir. Luego me pregunto qué de donde era y le respondí: “De Cádiz” y me dijo: “¿En serio? He estado tres meses viviendo en Jerez de la Frontera por motivos de mis negocios de importación/exportación de vino de Jerez”. El mundo es diminuto. Tras un fuerte apretón de manos nos despedimos y cada uno siguió su camino.

Pensamientos de Road movie...¿me dejaría dinero?

Pensamientos de Road movie…¿me dejaría dinero?

Pero la aventura de la gasolinera no termina ahí. ¿Quieren un consejo? Nunca utilicen un baño público en una estación de servicio estadounidense. No he visto nada más sucio (en términos de sanitarios) en mi vida y eso que he trabajado en discotecas. Asqueroso. Por si eso fuera poco el norteamericano medio no tiene problema alguno en vaciar sus intestinos en sitios con una falta de higiene alarmante, asique es normal que encuentre a uno o dos de ellos perfumándoles la estancia o poniéndole banda sonora a base de instrumentos de viento. La plaga que asolara a la humanidad nacerá en un baño de carretera en los EEUU. Bien, después de esta escatológica anécdota (constante y referencial a lo largo de todo el viaje), les invito a volver al coche. Teníamos dos opciones: seguir la más corta pero poco estimulante visualmente ruta marcada por nuestro estúpido GPS o desviarnos hacia la costa. A pesar de que la segunda opción implicaba meterle muchos más kilómetros al trayecto decidimos tirar por la costa. Sabía decisión, ya que una vez dejamos los secarrales montañosos empezamos a ver frondosos bosques, valles increíbles y el mar. Hicimos una pequeña parada desde un mirador. En ese mirador junto al mar pude ver cormoranes pescando. Adentrándome entre los arbusto para tener una vista más cercana pase cerca de algún nido, ya que una cría de algunas de las aves chillo al ver mi enorme pezuña pasar tan cerca de su confortable y seguro nido. Olor a sal y grandes vistas. Pero lo que quieren son las peculiaridades. Las cosas que nadie más cuenta. Bien allá van. Conduciendo hacia nuestro destino me llamaron la atención varias cosas. Una de las primeras fue a un tipo, cargado con una mochila más grande que él, viajando en dirección contraria sobre un monopatín (como Terence Hill en Dos Supersuperesbirros). La segunda, sin lugar a dudas ocurrió cuando, atravesando un valle dedicado a la viticultura (y no lo digo porque viera muchas parras, sino por la cantidad de sitios que te invitaban a entrar y degustar sus vinos), desde detrás de una colina salió un avión enorme volando a muy baja altura. No sé si se trataba de un avión de extinción de incendios o el mayor avión de fumigación que jamás he visto pero como surgió elevándose tras una colina es algo que no creo que olvide fácilmente. Otra cosa que se convirtió en un chiste recurrente durante todo el viaje fue la palabra Gorda y no, no se generó por que viéramos a una mujer con problemas de sobrepeso, sino porque atravesamos una población llamada así. Finalmente, con el sol puesto, y bien entrados en la montaña, enormes camiones de bomberos que parecían 4×4 hasta arriba de esteroides nos pasaron por al lado en dirección contraria. Más tarde averiguaríamos que se trataba de una dotación destinada a sofocar los incendios que azotaban la península de Monterey.

El viaje por carretera me permitió ver algunos de los paisajes más bonitos que he visto en mi vida. Inaccesibles utilizando cualquier otro medio de transporte (bueno, tirando de pata también se pueden ver). Acantilados junto al mar y bosques impenetrables (¿con esa densidad quien rayos va a encontrar al pies grandes?). Sencillamente: Espectacular. La temperatura descendió, y mucho, a medida que nos acercábamos a Carmel-by-the-sea. Llegamos tarde y tras dar unas vueltas (y ver un coche con una pegatina llena de armas en la que ponía: “My family”) al no encontrar la entrada principal del hotel (terminamos justo detrás, pero con una cerca metálica que nos impedía el paso) finalmente llegamos al confortable Carmel River Inn. Pero este lugar con encanto nos tenía reservada una sorpresa. Cuando llegamos nuestra reserva no aparecía aunque estaba todo en orden. Arthur, el señor tras el mostrador de la pequeña recepción, hizo lo que pudo para solucionarlo. No pudo hacer nada salvo hablar por los codos (de las olimpiadas, de su preocupación a que esta problemática nos volviera a sacudir en otro destino, de la preciosidad de la península de Monterey…) y finalmente, tras mucha chachara, una llamada a San Francisco y algo de nervios por parte de nosotros, nos dio una confortable cabañita (mejor que la habitación que teníamos reservada) y asegurarnos que al día siguiente todo se solucionaría. También les dijo a mis amigos que el café que tenían en la habitación era estupendo, pero que el que recibían en recepción era aún mejor. Agradecidos, le preguntamos que donde podríamos cenar algo y nos dijo que a esas horas ya sería difícil, pero que siempre podríamos ir a Safeways, un supermercado que estaba cerca del hotel y que abría las 24 horas. Tras instalarnos, ponernos a buscar como locos un supuesto teléfono móvil perdido y tratar de hacer algunas llamadas a España para ver si podíamos solucionar el tema de la reserva fuimos a Safeways a comprar.

La estampa del  supermercado, por la quietud y por tenerlo para nosotros solos me recordó ligeramente a Zombi de George A. Romero. Una vez dentro solo nos topamos con dos clientes más (un matrimonio de entre los 55 y los 65 años de edad más o menos y muy buen aspecto). Recorrimos los pasillos en busca de cosas para cenar y desayunar. Yo, gran aficionado a las Oreo, alucine en colores con el pasillo de las galletas y por la increíble variedad vista en los demás. El primer mundo. Aunque me habría llevado de todo opte por comprar para desayunar un par de paquetes de Oreo (sabor Red Velvet y Cinnamon Bun), un zumo de manzana de la marca Simply y un Nesquick. Dr.Pepper, un preztel y un bollo de pan con queso gratinado por encima sirvieron de cena. A tope de carbohidratos, pague al cajero (un tipo que no parecía muy espabilado) mientras miraba unos carísimos peluches de los (o las…) Cazafantasmas. Volvimos, tuvimos un incidente con el microondas y una pechuga de pollo con aceite de coco, cenamos y apagamos los motores después de un día de carretera increíble. Tras el fiasco de Los Angeles comenzaba a reconciliarme con la Costa Oeste.

Silent Hill patrocina este hotel.

Silent Hill patrocina este hotel.


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Un idiota de viaje – Los Angeles: Dos noches y un dia


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Un idiota de viaje – Sal de mi pueblo If you’re going to San Francisco

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Un idiota de viaje…por César del Campo de Acuña

Sal de mi pueblo If you’re going to San Francisco

A lo largo de mi vida me han despertado ronquidos, gente de fiesta, los sonidos inherentes al amanecer de una calle, mujeres (así, en plural como si fuera José Coronado sin yogures), peleas, gente dándole al tema (con un sonoro ¡Bravo! Por mi parte tras la actuación de ambos en una ocasión), el trinar de los gorrioncetes, mis perros, el teléfono…bueno, muchos sonidos me han sacado de la cama a lo largo de los años (algunos prácticamente inaudibles gracias a mí, como dice mi santa madre, oído de tísico) pero lo que jamás me había hecho levantarme eran los espeluznantes graznidos de una bandada de cuervos. Y ahí estaba yo, descansando plácidamente, cuando de repente me saca de mi ensoñación un canto fácil de identificar para cualquiera que haya jugado a los Resident Evil que transcurren en Racoon City. Miro por la ventana y ahí están, cinco cuervos, grandes como gatos, a los que les faltaba cantar aquello de: “Lo que nunca vi, ni espero ver es un elefante volar”. Ya había visto cuervos en los días previos en Estados Unidos pero nunca tan cerca y menos en un lugar que recordaba tanto a las comodidades ofrecidas por el Campamento Crystal Lake. Sea como fuere, una vez en pie no podía hacer otra cosa que prepararme. Ducha (So fresh, so clean como dirían los Outkast) y recoger, ya que ese mismo día dejaríamos Carmel-by-the-sea rumbo a San Francisco.

Mientras esperamos a que mis compañeros de viaje se prepararan déjenme que les cuente una cosa. A pesar de todas las campañas y de las buenas intenciones, hasta llegar a Carmel-by-the-sea los Estados Unidos me estaban pareciendo un país poco “ecofriendly” al menos en términos de reciclaje a pequeña escala. En ningún momento vi (o no supe ver) una papelera de reciclaje en la que tirar latas o recipientes de plástico. Verán, no es que sea el tipo con la mayor conciencia social/ecológica del mundo, pero trato de ayudar un poco y me sorprendió no poder hacerlo todo lo que me hubiera gustado en la tierra de las barras y estrellas. ¿Y todo este rollo a que viene? Pues sencillamente a que no encontré una papelera compartimentada hasta que llegamos a nuestra habitación del Carmel River Inn y fue algo que me sorprendió ya que en las autopistas te encuentras con carteles que amenazan con multa de 1000$ por arrojar basura (o 500$, según el estado) y en las zonas sensibles de sufrir incendios te encuentras muchos letreros (de los de Smokey el oso y normales) en los que te instan a tener sumas precauciones no solo con la basura, sino con el uso del agua por su escasez en esa zona (la zona de la Península de Monterey, donde nos encontrábamos en aquel momento, estaba lleno de ellos). Apuntes personales que quería compartir con todos ustedes.

Si se dan cuenta he obviado que desayune y se debe nada más y nada menos a que ese día, tras hacer el check out, resolver los problemas de la noche anterior, estrechar la mano del gerente del hotel y cargar las maletas en el coche una vez más, fuimos a tomar un pantagruélico desayuno al estilo norteamericano en Katy’s Place. Llegamos, tras dar algunas vueltas (asco de GPS damas y caballeros), pero llegamos. Y lo hicimos justo en el mejor momento que no es otro que en el que no tienes esperar para que te den mesa. Poco después esa posibilidad se había convertido en una utopía. Acomodados en nuestra mesa yo me pedí unas tortitas con mantequilla de cacahuete (que es algo que me encanta) y prepárense que vienen curvas ya que mis acompañantes pidieron: Un gofre belga, una taza de chocolate caliente, unos huevos benedictinos y un plato de tortitas con mantequilla de cacahuete. La señora que nos atendió alucino un poco, pero tras unas palabras me dio unos toquecitos en el hombro como dándome a entender que no era la primera vez que veía aquello en su vida. Como ya les dije, esto no es un diario de viajes al uso; No les hablare de sabores, olores, gentes y esas movidas. Si, el desayuno fue excelente, los platos quedaron relucientes (para mi asombro, dada la ingente cantidad de comida que habían pedido mis acompañantes) y recomiendo a todo el mundo que pase por Carmel-by-the-sea que se detenga en Katy´s Place, pero yo les voy a hablar de mis sensaciones en el local. El sitio; Concurrido, pero la cantidad de conversaciones entremezcladas no convertían la tarea de comunicarte en un infierno. Agradable y sencillo. Su parroquia; Personas normales pero con posibles económicos altos. Me llamaron la atención un grupito de Wags que se pusieron en la mesa de al lado que tenían pinta de no haberle pegado un palo al agua en su vida (su trabajo en ese momento era mantenerse radiantes y eso que comieron como limas) y un vegete con sombrero pero muy buen aspecto con el que luego cruzamos unas palabras en la entrada del local y al que segundos más tarde vimos conduciendo un todoterreno de alta gama.

Así se empieza el día campistas (obsesionado con las tortitas desde una historia que leí en un Don Miki).

Así se empieza el día campistas (obsesionado con las tortitas desde una historia que leí en un Don Miki).

La anécdota; En un momento indeterminado de nuestro desayuno entro un grupo de bomberos fuera de servicio. Ya les conté que el día anterior nos cruzamos con una caravana de enormes coches de bomberos que iban en dirección opuesta para sofocar un  gran fuego. Entiendo que aquellos cuatro armarios empotrados de dos puertas (más anchos que largos los muchachos) formarían parte de las dotaciones de bomberos asignadas a extinguir el mencionado incendio. Bien, no tardaron en ser acomodados en una mesa (en la que estaba a la izquierda de las Wags para más señas) y en ser atendidos. Lo curioso/anecdótico es que cuando fueron a pagar descubrieron que la pareja que estaba al lado de su mesa había pagado el desayuno que se acababan de zampar. La cosa no termino ahí, no. La señora que me dio los toquecitos hizo sonar una campana y pidió un fuerte aplauso para los bomberos por su sobresaliente labor. Todo el mundo, incluido yo mismo, secundamos el aplauso. Esta situación, que a algunos les puede parecer una mamarrachada o una americanada, a mí me gusto y mucho debo decir. Esos son los Estados Unidos que a mí me gustan y no los de los “Gangsta gilipollas”, “los mongolos del Jersey Shore” y similares.

Tras el opíparo desayuno, y con bastante tiempo por delante ya que San Francisco se encuentra a menos de dos horas de distancia, hicimos algo de turismo por aquel singular pueblecito. Tuvimos suerte; Ya que anotamos tres cosas para ver y pudimos ver dos. La cosa empezó bien (muy bien diría yo) ya que nada más llegar a la misión española de San Carlos Borromeo estaba comenzado la visita guiada de la mañana. Ilustrada por una señora menuda y de avanzada edad (a la que bautizamos con el apodo de Clina ya que durante toda nuestra estancia en Carmel-by-the-sea estuvimos haciendo chistes referentes a Clint Eastwood al que durante unos días convertimos en el tipo que le da sopa con ondas a Chuck Norris) el tiempo que allí pasamos fue provechoso e instructivo. Sé que es una menudencia, pero nunca había visto en mi vida un hueso de ballena y  oigan, me hizo ilusión. De ahí fuimos a un mirador a la playa. Vistas preciosas estropeadas por la pestilencia que emanaba de un cumulo de agua estancada que los cuervos habían convertido en su charca particular. Cuando les digo que olía mal imaginen huevos podridos, el metro en hora punta o diez perretes mojados en una habitación cerrada. Asqueroso y desagradable paseo que nos dimos por los olores, que no por las vistas a ambos lados de la carretera. De un lado el nublado pacífico y de otro unas casitas de impresión.

El paseo nos llevó hasta Tor House, la casa construida por el poeta Robinson Jeffers en 1919. No pudimos hacer el tour porque las horas del siguiente que tenía vacantes no nos convenían de cara al viaje en carretera que nos quedaba por delante hasta llegar a San Francisco. Pero, pero, pero…les contare dos cosas. En Tor House fue la primera vez que vi en vivo y en directo un colibrí; me llamo la atención su zumbido antes de verlo y en un principio pensé que se trataba de un abejorro gordo como el solo hasta que vi al pajarillo libando en una flor. La segunda cosa que tengo que contarles es que cuando nos marchábamos, una señora con un perro pequeñito me paro y se puso a hablar conmigo. Pensaba que éramos las personas que realizarían la visita guiada de esa hora y ella era la responsable de ilustrarla (una voluntaria de la asociación encargada de mantener Tor House en pie al igual que todas las personas que vimos trabajando en la misión de San Carlos Borromeo). El caso es que nos pusimos a hablar, y más allá de llegar a la conclusión de que cada nueva generación se está volviendo más estúpida que la anterior, me conto que en los años 80 (¡nostálgico reuníos!) viajo por toda España llegando a pasar largas temporadas en Málaga y en Cádiz. El día anterior, en mitad del “desierto” me topé con un motorista que había pasado tres meses viviendo en Jerez de la Frontera y al día siguiente a una señora que había llegado a vivir en España. El mundo es diminuto a fin de cuentas.

Vistas increíbles. Olor infernal.

Vistas increíbles. Olor infernal.

Una vez en el coche hicimos una parada en el centro comercial que rodeaba el supermercado Safeway en el que estuvimos la noche anterior para unas compras de última hora (entre ellas una nueva parada en un Starbucks…). Salimos hacia San Francisco. El viaje transcurrió con normalidad, sin sobresalto alguno ni nada que se le pareciera hasta que llegamos a la ciudad de Bullit. Menudo ATASCO nos comimos para entrar. Sus buenos 45 minutos o más pudimos estar metidos en aquel descomunal embotellamiento que cruzaba el Puente de la Bahía. Eso sí, las cosas como son, las vistas desde lo alto del puente del perfil de la ciudad espectaculares. Tras aquel insufrible pero sufrido atasquerón llegamos a la ciudad. ¿Me sorprendió algo como en Los Angeles (su suciedad)? No, lo cierto es que no. Bueno, sí, que de vez en cuando se te cruzaba un trolebús pero poco más. Afortunadamente en esta ocasión y gracias a que teníamos la dirección exacta, nuestro GPS se comportó y nos llevó sin ningún problema hasta la entra del Hotel Bijou. Los problemas (más bien problemillas) no tardaron en sacudirnos en SF y el primero fue la ausencia de parking en el hotel. Nos bajamos del coche, sacamos las maletas y en la recepción, donde nos atendió una señora con trenzas muy amable y el chico que hablo con Arthur la noche anterior en Carmel, nos dijeron que teníamos la posibilidad de utilizar el servicio de parking del hotel que costaba 40$ al día (sin impuestos). Aunque me dolió en el alma (el palo el día que hiciéramos el check out iba a ser considerable) lo aceptamos, ya que no nos veíamos buscando todos los días aparcamiento y ante la posibilidad de encontrarte el coche sobre cuatro bloques de hormigón (ya les contare porque) pasas por el aro y pagas, con no muy buena cara, pero pagas.

Segundo problemilla; teníamos habitación ¡Bien! Mi cama era un plegatin de 1’90 ¡Mal! Tres noches durmiendo en una cama minúscula no me hacían especialmente feliz, pero no quedaba más remedio. La señora de las trenzas, después de esos dos toquecetes en la huevada, nos comunicó que cada mañana teníamos a nuestra disposición una bolsa con agua, un bollo de refinería, una barrita energética y una pieza de fruta. Por otro lado nos dijo que podíamos tomar todo el café, té, chocolate o agua caliente que quisiéramos de los termos allí dispuestos. Lo de la bolsa me pareció una idea cojonuda ya que San Francisco, a pesar de sus cuestas, es una ciudad de pateo y llevar avituallamiento cual ciclista siempre es aconsejable y si no te costaba nada de nada aún mejor. Subimos a nuestra habitación. Todas las habitaciones tenían nombres de películas filmadas/ambientadas en la ciudad de la bahía. Por fortuna nos tocó  La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers). Nos toca la de Señora Doubtfire y no es que fuera a quemar el hotel, pero igual del asco sique me muero. Tras desempacar y romper el hielo con la cama sobre la que reposaría mi humanidad las próximas tres noches salimos a la calle a comer y pasear. Fuimos directos a Union Square. Vimos un sitio llamado Caffe Bancarella. Había cola para pedir y eso solo puede significar dos cosas: A) No hay nada barato y moderadamente bueno en las inmediaciones B) Es bueno. Paramos. Pedí un sándwich hecho sin amor y una soda de manzana horripilante (como un zumo de manzana con gas). Descansamos nuestros traseros en una suerte de asientos que recorrían la plaza y vimos como los artistas recogían sus tenderetes y chirimbolos. Sentados, apareció un tipo vendiendo periódicos estilo La Farola y le di el “spare change” ya que las monedas no las quería para nada y a pequeña que fuera la oportunidad de deshacerme de ellas ahí estaba yo. No hace falta decir que aún estoy esperando mi periódico.

Lo que notas inmediatamente en San Francisco es que hace fresquete. Y a medida que el sol se va, si te quedas a la sombra y vas en mangas de camisa igual te quedas pajarito. Pero, a pesar de que la luz se estaba hiendo, aun nos daba tiempo a bichear y de ahí nos fuimos a La Dragon Gate la entrada de China Town.  En ese punto yo alucine. Mucho. No se notó, pero sí. ¿Y porque? Porque allí se filmó una de mis películas preferidas de siempre: Golpe en la pequeña china. Me hubiera encantado encontrar una figura de Jack Burton para hacerme una foto con ella allí mismo pero no pudo ser (y no será porque no la buscara, ya que en cada tienda que tenían juguetes mire/pregunte). Deambulamos por China Town viendo tiendas (mis amigos compraron algo para luchar contra el frescor de la bahía mientras yo permanecía vigoroso parapetado tras mi costrosa sudadera de Independent). Sí, todo muy bonito, todo muy oriental… ¡mira un tranvía!, ¡Hey mira un abuelillo chino haciéndote señas para que entres en su tienda con la persiana a medio echar! Cosas y olorzaco a comida legamosa. De ahí al centro financiero a ver la pirámide (Pirámide Transamerica) y esas cuestas de impresión que no conoceríamos bien hasta el día siguiente.

¿Donde esta mi camión?

¿Donde esta mi camión?

Dimos un buen paseo (no les hablo de 20 kilometros, pero nuestro garbeo sí que nos dimos viendo edificios moderadamente famosos) y terminamos al ladito del cambio de agujas de las líneas de tranvía clásicas. Pasamos frente a la entrada del John’s Grill (ya saben el restaurante del Halcón Maltes) para ver los precios pero no encajaban con nuestro poder adquisitivo (aparte, el tipo que nos facilitó la carta en la puerta tenía la cara del esbirro principal del villano de Tango y Cash). De vuelta al hotel a vampirizar el Wifi y a asearnos un poco antes de cenar. No tardamos demasiado en salir y echamos el amarre (te metes en la bahía y te vuelves marinero) en Lori´s Diner uno de los tantos Diner años 50 donde comimos a lo largo del viaje (Por cierto del hotel al restaurante nos topamos con otro de esos siniestros mendigos a los que la vista ya se iba acostumbrando. Este en particular llamaba la atención por ser bastante alto y tener una herida abierta en medio de la frente la cual, al estar medio calveras, parecía un impacto de bala). Volviendo al restaurante. No tenía demasiada hambre. Pedí una hamburguesa y no sabría decirles si me decante por Coca-Cola, Coca-Cola Vainilla o Dr.Pepper. El sitio no me pareció nada del otro jueves a pesar de la ingente cantidad de comensales que abarrotaban mesas y barra. La hamburguesa: normaleja. Lo que si me llamo la atención del restaurante fue su suciedad. El suelo, sin llegar a estar viscoso, estaba sucio y todo tenía un aspecto un tanto descuidado. El servicio bien.  Pero pasemos a las curiosidades, esperando a que nos dieran mesa me fije en una familia de cinco miembros que estaban sentados en la mesa que estaba justo al lado de la que nos darían en unos minutos. Y allí estaban, Papá e hijos dándole a los putos teléfonos móviles de los cojones mientras la Madre tenía la mirada perdida en el infinito. No hablaban. No interactuaban entre ellos. Estaban allí pero conectados con gente a kilómetros de distancia. Como ya me había ocurrido con anterioridad en el viaje sentí una mezcla de asco y pena.

¿Y después de aquello que? Reuniones de travestis en la puerta de un hotel aparte, locos chillando a los coches y comensales hípster skater (uno con pinta de Buddy Holly barbudo cruzado con Johnny Cash que entro poco antes de que pagáramos la cuenta en Lori´s Diner sobre su monopatín) nos quedaba una sorpresa más antes de echar el cierre. ¿De qué se trataba la sorpresa? Mi amiga, en una de las paradas compro un bote de avena Quaker Oats y este último, debido al vaivén del viaje y al traqueteo de las maletas estallo dentro de una. Avena por todas partes. Parecía que íbamos a montar una granja de pollos en la habitación. Aunque la cosa se limpió como se pudo me juego el dinero que no tengo a que aún quedan restos de avena en la habitación 505 – Invasion of the Body Snatchers del Hotel Bijou de San Francisco.

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If you’re going to San Francisco.


Más aventuras en:

Un idiota de viaje – Consideraciones viajeras y primera noche en L.A. 

Un idiota de viaje – Los Angeles: Dos noches y un dia. 

Un idiota de viaje – Adiós a Los Angeles y una road movie. 


 

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Un idiota de viaje – Un hippie se subió a un tranvía en San Francisco mientras un recluso le estaba mordiendo la pierna

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Un idiota de viaje…por César del Campo de Acuña

Un hippie se subió a un tranvía en San Francisco mientras un recluso le estaba mordiendo la pierna

Me revienta. Me repatea. Me molesta. Empezar un texto, sea el que sea, con una pregunta es algo que detesto. Afortunadamente, tras estas líneas mostrando mi desaprobación o repulsa a comenzar un párrafo con un signo de interrogación puedo formular la consulta en cuestión sin notar como la mirada de mi profesor de redacción periodística se clava en mi frente. ¿Han dormido alguna vez sobre un papel de fumar sostenido por lamas que parecen katanas? Yo sí. Muchas veces. Las ultima en San Francisco. Concretamente en el Hotel Bijou, donde un plegatin de 1 metro y 90 centímetros decidió no entenderse con mi humanidad durante tres noches. Se hundía. Se quejaba. Se retorcía. Y yo, solo podía hundirme, quejarme y retorcerme con él. Mi facultad para no necesitar demasiadas horas de descanso efectivas estaba siendo puesta aprueba por una cama que había pedido la baja por depresión en cuanto me vio entrar por la puerta de la habitación 505 Invasion of the body snatchers. A tientas y con cierta pesadez, me moví todo lo sigilosamente que pude hasta el baño donde previamente había dejado la ropa que me pondría ese día. Tras ducharme, vestirme y mirar por el triste ventanuco que decoraba el lavabo y el cual daba a las tripas del hotel, salí a pisar asfalto en busca de un zumo y un Nesquick.

El día anterior, cuando llegamos, me pareció ver una tienda de ultramarinos justo en la calle que hacia esquina con nuestro hotel saliendo hacia la derecha. Y una vez más, esperándome allí mismo, estaban esos grotescos contrastes que tanto me llamaron la atención en Los Angeles. Cuando les digo que, justo alado de la vía que conducía hacia la céntrica Union Square, en una de las arterias que la cruzaban de lado a lado, había personas literalmente durmiendo en la carretera con la cabeza apoyada en la acera, no les miento. Entre en el comercio, regentado por un tipo de oriente medio junto a su chaval. Adquirí lo que buscaba y  me fui no sin mirar atrás. Bautice aquel lugar como El Infierno y mis compañeros de viaje, cuando lo llegaron a conocer, aprobaron ese nombre. Una vez en el hotel me hice con mi bolsa de avituallamiento. Una botella de agua, una pieza de fruta, un bollo de refinería y una deliciosa barrita energética a base de cereales, canela y manzana. Subí a la habitación, desayune y espere a que mis amigos se prepararan. Durante los minutos que espere estuve dibujando esas formas locas y dentadas que suelo pintarrajear cuando no tengo otra cosa que hacer y que, si algún día llego a algo, venderé o servirán como estudio psicológico de mis personalidades. Conservo todos los dibujos realizados durante el viaje. Puede que los publique.

Bueno, tras dos párrafos ya va siendo hora de comenzar con el tema turístico, ya que a fin de cuentas, esto no es otra cosa que un diario de viajes. Peculiar. Si, desde luego, pero a la postre no es más que eso. Verán, uno de los platos fuertes a la hora de visitar la ciudad de la bahía es dejarse caer por la prisión de Alcatraz.  Como diría un “moderniki” amigo de los anglicismos “Alcatraz es un must”. Pero, cuando estábamos preparando el viaje, ya no quedaban entradas sencillas para ninguno de los días que estaríamos en San Francisco. Solo quedaban entradas con tour previo por la ciudad. En concreto solo quedaban boletos para el Magic Bus Tour, un recorrido por el lado hippie histórico de Frisco y como no teníamos más opciones no nos quedó más remedio que adquirir los tickets para esa excursión. Comenzaría a las 10 de la mañana y saldría desde Union Square, asique teníamos algo de tiempo para explorar por nuestra cuenta hasta que llegara la hora. ¿Y que hicimos? Pues subir las empinadísimas cuestas de Powell Street. Estas una semana en esta ciudad ha y a poco que solo gastes suela te pones en forma. Eso sí, si te resbalas no te quiero contar donde y como puedes acabar. ¿Y todo este rollo? Vale, vale, ya le doy al fast forward (me ha mordido un morderniki y me estoy transformando) y vamos a donde les gusta, al mogollón. Nos separamos. Brevemente, pero nos separamos una vez llegamos a Union Square. Si no recuerdo mal, a mis compañeros de aventuras se les había u olvidado algo en la habitación o iban a dejar algo en la misma. Y allí me quede al sol. Esperando y viendo pasar a tropecientos turistas en busca de su autobús mientras que tipos con carpetas trataban de convencer a despistados para que subieran a los mismos y así cumplir el cupo. Y espere. Y hable con uno de esos tipos con carpeta que me estrecho la mano en plan “hermano” y finalmente, al rato de llegar mis amigos, entre gran estruendo y rodeado de pompas de jabón apareció el Magic Bus.

Para viajar en el tiempo no hace falta un DeLorean.

Para viajar en el tiempo no hace falta un DeLorean.

De él se bajó una chica joven, de pelo rojo y una pequeña separación entre sus paletas, ataviada con unos vaqueros de campana, una camiseta de mangas largas tie-dye, una cinta en el pelo y gafas de sol redondas de cristales tintados (iguales que las de Woody Harrelson en Asesinos Natos). Muy energética. Muy Gritona. Todos saltamos al interior y se presentó como Gaia y no sé qué clase de magnetismo tenía que hizo que el ligeramente molesto (por la tardanza) pasajero bávaro al que se le habían puesto las orejas coloradas al sol se le cambiara la cara. El interior del autobús había sido totalmente remozado. Los asientos en lugar de estar mirando hacia delante, miraban hacia los laterales y si piensan que por alguna remota casualidad tenían cinturón de seguridad están muy equivocados. Hechas las presentaciones comenzó nuestra visita por el lado más hippie, rockero y contracultural de San Francisco pero les ahorrare contarles por donde pasamos y me centrare en lo que me llamo la atención durante esta excursión. Al poco de comenzar a movernos nuestra cicerone nos pidió que subiéramos las ventas (pequeñas ventanas para un autobús de visitas) para que unas pantallas de persiana pudieran bajar. En las pantallas proyectaron (y proyectan y proyectara) una película sobre la historia de la ciudad en los años 60 y sobre los acontecimientos que llevaron a que se produjera aquel estallido de color bañado en ácido aromatizado por la combustión del cáñamo.

Lo curioso del tour es que durante las dos horas que dura la visita ves más las pantallas que la calle y escuchas más al narrador del documental que a la guía. Durante el trayecto, para tratar de animar al público regalaron una flor (en este caso una margarita) para que nos la pusiéramos en el pelo y un caramelo de peppermint que simulaba ser un ácido. Desafortunadamente, a pesar de los intentos de Gaia o los viajeros no estaban por la labor de meterse en el papel de ser una tribu de hippies rodantes o no se enteraban de nada (todo en ingles amigos) o simplemente estaban allí por el ticket para la isla de Alcatraz (como fue nuestro caso). El caso es que su empeño, hacia el final de la visita, era digno de lastima; similar a la que provoca un cómico que, estando sobre el escenario, no consigue arrancar ninguna risa del patio de butacas. Cuando tiro la toalla (porque la tiro) se centró única y exclusivamente en un señor mayor de poblada barba blanca y su mujer, que parecían ser los únicos que había contratado ese tour ex profeso. Nos despedimos de aquella máquina del tiempo rodante al pie del muelle desde el que zarparíamos hacia La Roca.

Bajé del autobús aun con la flor en el pelo (concretamente la tenía atada a la gomilla con la que me estaba recogiendo la coleta), lo que suscito unas miraditas y gestos de algunos viandantes. Tras tomarnos una foto y hacer cola subimos al barco que nos llevaría a donde Al Capone pasó una temporadita a la sombra. Siendo de costa no pude hacer otra cosa que subir a la cubierta superior para ver el mar durante la travesía. Mis amigos me acompañaron, desde luego, pero el frio de la bahía convirtió a uno de ellos en un improvisado esquimal para regocijo de los que nos reíamos de los elementos (a pesar de tener los pezones como timbres de castillo, las cosas como son). Una vez llegamos, nos recibió una Ranger bajita (para hacerse ver estaba subida en una caja) que a grito pelado nos comentó las directrices a seguir en la isla. Tras el discurso subimos hasta la prisión, situada en el punto más alto de la roca. Alcatraces, asquerosas gaviotas, otros pajaretes y todo tipo de turistas nos acompañaron durante el paseíto hasta las celdas. Una vez allí nos dieron un cacharro con auriculares que contenía una grabación que haría las veces de guía. Tuve que comerme con patatas mis escrúpulos ya que me produce profundo asco utilizar equipo que ha estado en contacto con una zona poco higiénica de otro ser humano y que no se si han sido desinfectados a conciencia después de su usó (tanto es así que jamás pulso botones en la calle sin cubrirme la mano, utilizo pasamanos o barandillas o toco pomos de puerta, especialmente si son de un cuarto de baño. La gente es muy sucia).

Día soleado en Mordor.

Día soleado en Mordor.

Bien, a pesar del asco hice, hicimos e hicieron muchas otras personas al mismo tiempo que nosotros, la visita. Me gusto. Me gustó mucho. Olvídense de lo que vieron en la película La Roca. Allí no había por ningún lado un Ranger pegando gritos y diciéndonos que nos pusiéramos en la línea ni nada de eso. La grabación te iba guiando y mostrando las diferentes dependencias de la prisión, contando historias de los presos más famosos, narrando los intentos de fuga y hablándonos de la vida en aquella cárcel. Pero ¿saben que me gusto especialmente? Es una tontería, pero las voces de la grabación me encantaron ¿y saben porque? Porque narraban en ese español neutro tan habitual en películas y sobre todo en dibujos animados hace 30 años. De hecho, me pareció reconocer una de las voces de la grabación como una de las que doblaron originalmente Una navidad con Mickey y la sensación que me produjo fue similar al encuentro con un viejo amigo al que hace años que no ves. Vistas impresionantes y viruji de impresión, el tour por La Roca concluyo satisfactoriamente en una tienda de regalos en la que tenía la desfachatez de cobrarte 20$ por un DVD (a elegir entre películas Fuga de Alcatraz y La Roca) o cobrarte un buen dinero por un pedrusco que podría ser de cualquier parte. No hace falta decir que no compramos nada aunque, ahora, y a toro pasado me hubiera gustado hacerme con el comic sobre la única fuga del penal (a pesar de su precio). En resumidas cuentas el paseo por la cárcel más famosa del mundo (con permiso de Sing Sing y Alcalá Meco) merece la visita.

De vuelta al barco (igualito a los vistos en El caballero oscuro), rumbo a San Francisco, esta vez, a petición de uno de mis amigos, nos guarecimos de los elementos bajo cubierta, momento que aproveche para comprarme un poco inspirado Pretzel. Pero las vistas (y ese agradable olor a gasoil mezclado con la mar salada) nos empujó (o empujo…no recuerdo bien) a salir donde estaban las hélices. Una vez llegamos a puerto y desechamos la idea de adquirir la foto que nos hicieron antes de embarcar por su elevado precio nos pusimos a buscar un restaurante donde comer. Guiados por mi olfato nos acercamos a uno que parecía una cosa y luego era otra, mientras que el que tenía señalado estaba cerrado. Tras una breve discusión sobre hacia donde deberíamos dirigir nuestros hambrientos estómagos decidimos caminar hasta que llegáramos al ¿mundialmente? Famoso Muelle 39. La calle estaba muy animada y no fueron pocas veces las que tipos que le daban a los pedales a un bicitaxi nos ofrecieron sus servicios. Llegamos al sitio en cuestión en pocos minutos y ahí no cabía un alfiler. No les digo más que, en algunos tramos, parecías estar haciendo cola solo para andar hacia delante. Finalmente nos decantamos por un sitio de pescado donde servían una de las especialidades locales (una sopa de almejas servida en un cesto de pan que iba a probar su tía frasca la del pueblo y que ya conocía gracias al repelente Gordon Ramsay). Problema  (o problemón si lo prefieren)….la rotunda y curvilínea mujer que nos atendió en la puerta del restaurante  nos dijo que teníamos 40 minutos de espera. No importo. Aceptamos. Nos dieron un puck vibrador y seguimos paseando. Aprovechamos para hacer compras (adornos de Navidad, tofes de mil  sabores y unos caramelos asquerosos que me habían pedido mis sobrinas. Recuerdo que en la tienda de caramelos donde los compre el llanto de un bebe/niño pequeño casi me perfora el tímpano ¡Que pulmones!) y ver la versión ultra capitalista (cosa con la que no tengo problema alguno) del Puerto Dulce visto en la película de acción real de Popeye. Tiendas y restaurantes de todo tipo (desde sitios que vendían cubos de mini donuts, hasta heladerías donde hacen los conos con pasta de gofre) espectáculos al aire libre y unos simpáticos leones marinos a los que como se te ocurra tocar, molestar o lo que sea igual te conducen a chirona al estar protegidos por el FBI.

Una vez en el restaurante me tome unas gambas que no me gustaron demasiado y unos pasteles de cangrejo que si estaban muy bueno (y que dicho sea de paso, jamás había comido con anterioridad). La anécdota del sitio es que conocí uno de los famosos cuartos de baños unisex de Obama (o cuartos de baño para violadores, como me gusta llamarlos) donde seguí sin acostumbrarme a esa asquerosa espuma higiénica, salida de una novela de ciencia ficción barata, que parecía haber sustituido al jabón líquido allá a donde fuera. Después del sablazo (¿he dicho ya que comer en Estados Unidos es caro?). Nos volvimos a poner en marcha. ¿Y a donde porras fuimos? Pues a la Torre Coil. ¿Y qué es la Torre Coil? Pues una torre muy alta que está en San Francisco. Y con eso les basta, ya lo que de verdad quieren leer son las penurias antes de llegar a la misma. En plan aventurero, dejando a un lado mapas, astrolabios y cosas de esas, nos dedicamos a seguir rumbo a lo que podíamos vislumbrar de la torre: La punta. Callejones sin salida, mendigos ilustrados (dos sin techo tumbados por allí, a sus cosas, pero eso sí,  leyendo) y un despistado turista asiático que se hermano con nosotros debido a que su destino era el mismo que el nuestro fueron los primeros avatares de nuestra azaroso viaje. Entonces llego la gran prueba: subir la escalera sinuosa de Cirith Ungol. Me rio de la escalera de Rocky, de Yo hice a Roque III, de El Retorno del rey y de la de Al final de la escalera. Aquello no terminaba nunca. En un tramo me puse a silbar la canción del Potro italiano; el asiático sonrió. En un tramo de la subida, hacia la mitad, en una especie de parada vimos un cartel en el que se podía leer: No alimenten a nuestro coyote. ¿Coyote? ¿Cómo que coyote? ¿Qué dice usted de coyote? ¿Se refiere a un coyote, coyote o a José Coronado interpretando A El Coyote? Pues no, no señores míos a un coyote de verdad que, al parecer, había llegado hasta el barrio de algún modo y había sido adoptado por los vecinos para que les librara de alimañas y vendedores ambulantes.

Un premio. Tendría que haber contado los escalones.

Un premio. Tendría que haber contado los escalones.

Sin mirar atrás, y apretando el paso (por aquello de que no te muerda el culo un coyote) llegamos a la Torre Coil. ¿Y que nos recibió allí? Pues un olor a marihuana que tiraba de espaldas. No lo pude evitar, en cuanto divise al dueño del canuto (oculto en una cuesta, pertrechado tras arbustos al pie de los arboles) me puse a silbar Jammin de Bob Marley. El tipo lo escucho, me sonrió y me dedico un pulgar hacia arriba (había logrado un “Me gusta” en el mundo real). No teníamos pensado entrar/subir a la torre (su interior, para que me entiendan), pero me hizo mucha gracia que, nada más llegar a la puerta de entrada, uno de los que allí trabajaban salió y dijo: Cerramos en 5 minutos. La mirada de incredulidad de algunos de los turistas que, como nosotros, habían llegado hasta allí a base de gastar suela no tuvo precio. Dado que nuestras intenciones eran solo llegar a la torre nos fuimos satisfechos hacia la Calle Lombard (la calle sinuosa de imposibles curvas como Sofía Vergara). Andar, andar, andar. Comer tofe tras tofe. Sentir envidias por instalaciones deportivas públicas que les dan un millón de patadas voladoras en la cara a las que tenemos aquí. Ver casas en pendiente en las cuestas que primero descendimos y a las que luego nos encaramamos cual lagartija para subir a lo más alto. Un trayecto moderadamente largo que hacía que tu nivel de experiencia se multiplicara por dos solo por aguantar sin chistar y jadear. ¿Y llegamos? Claro que llegamos. Y vimos la Calle Lombard. Y vimos como los turistas subían y bajaban (me llamo la atención especialmente uno que era una mezcla entre El Sevilla de los Mojinos Escocios, un Gori de Fraggle Rock y Gawtti de los Boo Yaa Tribe). Y vimos como el hermano gemelo, orondo y policía de Stephen King trataba de poner orden en aquel descontrol turístico sin mucho éxito.

Decidimos que, tras tanto patear, ya iba siendo hora de volver al centro. ¿Y cómo hacerlo? ¿Andando?, ¿rodando?, ¿en coche?…no, hombre, no. Que estamos en San Francisco, nos vamos en tranvía y en uno de los clásicos que a uno de los trolebuses lisboetas se iba a subir su prima Charo la de Utrera. Pero, como para todas las cosas buenas, tuvimos que esperar. Y vaya si esperamos. Esperamos tanto que hasta se nos tragó una nube. Esperamos tanto que hasta la policía se fue. Esperamos tanto que al cachalote que me llamo la atención al pie de Lombard Street le dio tiempo a subir. Y que frio oigan. Hacia un frio de pelotas. De pelotas, que por culpa del frio se convertían en pelotitas. Pero los turistas no paraban de llegar y la cola cada vez era más larga. Un tipo, haciéndose el vivo, se trató de colar, pero un teutón que teníamos delante le dijo muy serio: ¡A la cola! Y creo, que por miedo, el muchacho se fue más lejos del punto exacto en el que había empezado su intentona. Creo que finalmente desistió y se marchó pero no recuerdo bien. Porque si amigos, estando en lo alto de Lombard Street, a merced de las bajas temperaturas es fácil flaquear y desistir. Puedes irte andando si no estás cansado u optar por tomar un taxi ilegal (hasta cuatro veces nos pasó por al lado un viejales conduciendo un coche gritando por la ventanilla que llevaba pasajeros por 4 dólares). Pero nosotros aguantamos valientemente a que nos tocara. Y nos tocó y cuando subíamos lo sentí por los que allí se quedaron. Creo que ahora ocupan su tiempo en ser estatuas de hielo.

Viajando con el estilo de los Tanner.

Viajando con el estilo de los Tanner.

En un principio, el conductor del tranvía nos sentó en los asientos que están fuera de la cabina (te sientas según subas…es la ley de la selva). Pero el destino me sonrió (y no sería la última vez aquel día). Otro turista alemán, (alemán y gilipollas), de pie sobre el estribo fue amonestado hasta en dos ocasiones por el conductor por sacar demasiado el torso del tranvía. A la segunda, no pudo más y lo mando a la cabina. Entonces me dijo que si quería ocupar su lugar y ahí estaba yo, sobre el estribo de un tranvía en primera fila (bueno, en segunda, que tenía justo delante a una alemana bastante potente). El viaje fue una pasada. Algo que, sin lugar a dudas, merece la pena hacer. Una vez llegamos al cambio de agujas nos hicimos la foto de rigor y me despedí del conductor con un fuerte apretón de manos que fue contestado con un: “estas fuerte cabrón” de cerrado acento mexicano por su parte. Haciendo amigos en todas partes. Del cambio de agujas fuimos a unas tiendas. Concretamente pasamos por GameStop (tendría que haber comprado la edición Ultimate de Injustice God Among Us para PS3 pero no lo hice) y por una Disney Store, donde me topé con una de las cuatro personas más alta que yo que vi durante el viaje (uno de los dependientes. Estaba pegado a la sección de Star Wars jugueteando con un sable laser, lo que le hacía destacar aún más). Pero hasta llegar a las tiendas déjenme que les cuente que vi. Aparte de muchos músicos callejeros (algunos con equipos de alta calidad y otros con simples cubos de  plástico) me llamo la atención un grupo de negros, ataviados con túnicas y actitud poco amistosa. Al parecer, por lo que pude oír de sus bocas y leer en sus carteles, se trataba de un grupo de supremacistas negros (Black Power) que, amparándose en la libertad de expresión declaraban abiertamente su “odio” hacia los blancos. ES-TU-PEN-DO. Bravísimo. Que a estas alturas de la historia, después de todo, nos sigamos matando por la religión o por el color de la piel es una cosa que me deja alucinado. Y viendo aquello no llegue a la conclusión fácil de: “seguro que si fueran blancos no podrían estar haciendo esto en la calle” cuando sé que hay desfiles del Ku Klux Klan en algunos estados y que son 100% legales. No, me puse a pensar que el concepto Melting Pot del que presumían los Estados Unidos de América es algo del pasado. La sociedad estadounidense, cada vez está más fragmentada (bueno, como en todas partes) y más “gettificada” (Las diferentes etnias y razas se juntan para trabajar y porque no les queda más remedio).

Sea como fuere, tras pasar al lado de aquellos payasos con túnica, no pude sentir otra cosa que lastima. Por más agresivos, amenazantes o vociferantes que sean solo son dignos de lastimas. Pobres imbéciles. Tontos aparte, sigamos con el viaje. Tras hacer algunas compras volvimos al hotel para planificar el siguiente paso de un día que tocaba a su fin. Para nuestra sorpresa descubrimos que no nos habían hecho la habitación. Creo que pusimos el colgador con la indicación “por favor no molestar” en lugar de la cara que pedía que se arreglara todo aquello. Vampirizando el wifi del hotel conteste correos, mande fotos y me pase por la tumultuosa página de Tumblr de mi amigo vikingo hasta que decidimos que saldríamos, concretamente a un sitio que había marcado: Biscuits and Blues. Un local dedicado a preservar el Blues desde 1995, con música en directo prácticamente cada noche y que no quería perderme (a fin de cuentas uno de los grandes momentos de mi viaje a Nueva York hace unos años fue pasar por Birdland). Esta relativamente cerca del Hotel Bijou, por lo que no tardamos en llegar. Una vez en la puerta una sexagenaria asiática nos cobró por entrar. Entendí que sería espectáculo y consumición (que invertiría en una Coca-Cola ya que no bebo nada de alcohol). Pero no, solo era la entrada, ya que una vez bajamos a las escaleras que nos conducían a la sala de conciertos, nos topamos con un atril de maître regentado por una de las mujeres afroamericanas más atractivas que he visto en persona en mi vida. Si quieren una buena descripción, les diré que sus rasgos guardaban gran similitud con los de Lauryn Hill (de hecho, tenía la misma cara de mala leche que la ¿famosa? cantante). Vestía una camisa estampada de mangas largas con cuello Mao, vaqueros y botas altas. Terriblemente atractiva. Más fría aun. Nos sentó en la única mesa libre del espacio habilitado para las mismas frente al escenario. La buena suerte volvía a sonreírnos/sonríeme: El concierto estaba a punto de empezar.  ¿Y quién actuaba? Los Delgado Brothers del este de Los Angeles y dieron todo un espectáculo (con unos geniales solos de guitarra) mientras cenábamos. Yo tome pollo frito y aunque el clavo entre la entrada y la cena fue considerable disfruté como un guarro en su cochiquera en Biscuits and Blues.

Tras aquello echamos la persiana. Para mí fue un día insuperable. El mejor de todos los que llevaba en los Estados Unidos. ¿Sería superado?

Delgado Brothers.

Delgado Brothers.


Otras alegres aventuras en:

Un idiota de viaje – Consideraciones viajeras y primera noche en L.A.

Un idiota de viaje – Los Angeles: Dos noches y un dia.

Un idiota de viaje – Adiós a Los Angeles y una road movie.

Un idiota de viaje – Sal de mi pueblo If you’re going to San Francisco.


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Un idiota de viaje – Con el ciruelo al aire por las calles de Frisco

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Un idiota de viaje…por César del Campo de Acuña

Con el ciruelo al aire por las calles de Frisco

A pesar de que mi plegatin para niños del Hotel Bijou y yo no logramos entendernos, la segunda noche en San Francisco logre descansar. ¿Cansancio? Oh, no, no. Como ya les dije necesito pocas horas para recargar las pilas y ponerme en marcha. Conseguí reposar cual guiso gracias a los tapones para los oídos que facilitaban en el mostrador de recepción. Como si se trataran de caramelos de cortesía, el huésped se podía surtir de estos artículos a manos llenas. Creo que no hace falta decir que los citados tapones no estaban ahí, al aire, dispuestos a que cualquier tipo que pasara dos minutos acodado en la barra se pusiera a juguetear con ellos como el que se distrae con un juguete anti estrés. No, lo cierto es que venían guardados en unas pocas asépticas cajitas de cartón. Me serví dos. ¿Y qué relación guarda el hecho de que obturara mi pabellón auditivo con el de dormir a pierna suelta en una cama minúscula para alguien de mi envergadura? Sencillo, bloqueando los sonidos no me escucharía a mí mismo (ni a mis compañeros de habitación) cuando girara sobre las escasas dimensiones del colchón que me había facilitado ahorrándome sus lastimeros quejidos lo que lograría que no me despertara por los propios ruidos que mi humanidad hiciera al moverme. Ya ven que hasta los detalles más insignificantes tienen sitio en Un idiota de viaje.

Ahorrándoles la rutina mañanera les diré que ese día, el último completo en la ciudad de la bahía, estaba reservado para cumplimentar la cartilla del buen turista en Frisco. Ya habíamos estado en Alcatraz, visitado la Torre Coil, recorrido China Town y el centro financiero, subido la Calle Lombard, paseado por el Muelle 39 y viajado en tranvía. ¿Qué faltaba entonces? Pues cruzar el Golden Gate y otras divertidas excursiones. Para tal efecto necesitaríamos nuestro fiel Hyundai Elantra (déjenme decirles que se portó como un campeón durante todo el viaje y eso que lo metimos por caminos de cabras como ya les contare), el cual había que pedir con 30 minutos de antelación en el hotel para que lo sacaran del parking. Una vez montados en el coche, dado lo temprano que era y lo nublado que se presentaba el cielo (se me olvido comentarles que, en la primera noche en la ciudad, llovió. Poco, pero llovió), pensamos que no íbamos a ver una porra del famoso puente, asique nos dirigimos hacia las Twin Peaks. No nos costó demasiado llegar. La noche anterior, quemando el Wifi del Bijou, nos hicimos con jugosas direcciones para nuestro estúpido GPS. En el trayecto hasta las colinas salvo otros coches atestados de turistas, ciclistas y residentes cercanos paseando no vi gran cosa. Pero no vi gran cosa no porque no hubiera nada interesante que ver, sino porque la nube (más que niebla) que estaba cubriendo los puntos más elevados de la ciudad no lo permitía (algo que no pasó el día anterior cuando casi morimos congelados en el punto más alto de la Calle Lombard esperando al tranvía).

¿Han estado alguna vez en el interior de una nube sin viajar en avión? Yo sí. Un par de veces. Y déjenme que les cuente que, aun viviendo en un sitio con niveles de humedad bastante altos (como aseguran mis castigadas rodillas), no hay nada que se le parezca. No me voy a poner a explicarles a que huelen las nubes ni zarandajas de esas, no; pero si les contare que cuando paramos en el mirador (desde el que no se veía un ajo), todo el mobiliario urbano allí congregado para facilitar la vida al turista parecía estar sudando por la condensación del agua. Si mucho que ver (salvo una pegatina de Obey adherida a uno de los prismáticos allí situados. La obra de Shepard Fairey sin descanso desde 1989) salimos echando lechugas hacia Lollapalooza. Que no, que no…Que nos fuimos al puente. El tráfico era fluido a pesar de que esperábamos atasco por ser domingo y por los peajes pero nada. Ni atasco, ni peajes ni tuercas en vinagre. Aquí una cosa rapidita. Circulen, circulen. Evidentemente la señora nube que nos acompañó en Twin Peaks se vino con nosotros hasta el Golden Gate y claro, seguía sin verse nada salvo gente cruzándolo a pie a la izquierda y otros automóviles a la derecha. Una vez pasamos, con la sensación de que nos habían tomado el pelo, paramos en un recodo habilitado para las vistas presidido por la estatua de un viejo lobo de mar (al que alguien había coronado con un collar de flores). Mucho viajero pero pocas vistas. Súbanse al coche y muevan el trasero hasta Sausalito mientras esperan a que aclare el día. Y eso hicimos.

Ni la puntita.

Ni la puntita.

¿Y qué es Sausalito? La tranquilidad. El sitio en el que querrías vivir si te pudieras retirar joven (algo que todo el mundo quiere aunque luego te mientan descaradamente a la cara diciéndote que a ellos les encanta trabajar) y si no te gustan las ciudades. En nuestro paseo me llamarón la atención dos vehículos con tres ejes, un hot rod y poco más. Dimos un paseo agradable y compramos algunas cosas. Poca novedad en el frente. Si, si, paramos en un café pegado al mar, regentado por tres tipos de menguada estatura llegados del sur de la frontera. Echamos el ancla allí por la imperiosa necesidad de utilizar un cuarto de baño (el cual estaba situado fuera del local en un  lúgubre pasillo junto a una tienda de adornos navideños la cual si daba a la calle). Y aquí viene la historia. Aparte de no ser especialmente amables, cuando les preguntamos por el baño nos sacudieron una llave atada a un objeto de considerables dimensiones. No se trataba de un bloque de hormigón como el visto en películas como Loca academia de policía 2: Su primera misión pero si me llamo la atención su tamaño (y la poca limpieza del aseo en general. No me quiero imagina como estaría a última hora de la tarde). El caso es que cuando nos marchábamos hordas de turistas y Sanfrancisqueños llegadas en ferris le quitaban las legañas a patadas a Sausalito (de entre todos ellos me llamo la atención un conjunto de familias vestidas de pirata. ¿Recuerdos imborrables para los más pequeños que les acompañaba o vergüenza hasta el fin de los tiempos en el álbum familiar?) cosas).

Vuelta al puente. La nube seguía allí pero sin ánimos de sentirse protagonista. Pinunas aparte y aparcamiento de aquella manera a un lado, paramos, tomamos las fotos de rigor y cruzamos el Golden Gate una vez más. Lo gracioso de todo esto es que pensamos que la broma, dado a que no habíamos pagado peaje alguno, nos había salido gratis pero no. Una vez llegamos a España, Alamo (la compañía a la que alquilamos el coche si recuerdan) nos pasó un cargo (no muy elevado) vinculado al Golden Gate. Aún no hemos averiguado el origen de este cargo. Como en aquel momento no sabíamos nada les vuelvo a dejar con mi yo de aquel día. De vuelta a la ciudad, pasamos una vez más por Golden Gate Park, pero esta vez sin hippies gritonas ni autobús claustrofóbico. No pudimos parar ya que los domingos estaba reservado para darle a la suela (algo que me parece bien) y de ahí nos fuimos a ver localizaciones de cine y televisión. San Francisco es una ciudad famosa por haber salido en un millón de películas (bueno, a lo mejor no tantas pero si en muchas) por lo que el turista cinéfilo tiene muchos sitios interesantes en los que pararse. ¿Y dónde me pare yo? Pues en la casa de la Señora Doubtfire y en la de Padres forzosos (no es que me arrepienta pero manda huevos a tenor de que Bullit se rodó en Frisco). Verán, no soporto Señora Doubtfire (sé que eso me tiene que convertir en una especie de ogro come niños ya que no soportar una de las más celebradas películas del llorado Robin Williams es prácticamente un delito) porque supuso la primera película francamente decepcionante que vi en mi niñez. Me la habían inflado tanto que cuando la pude ver me pareció un dramón aburridísimo y triste. Pero bueno, me hice la foto allí (mostrando mi desaprobación a la citada película por supuesto) pero fijándome en la cantidad de mensajes que los admiradores del desaparecido actor habían dejado escritos en las piedras que estaban en la base del árbol justo frente a la puerta de la casa. Al César lo que es del César y las cosas como son, el detalle es bonito. De ahí, tras acabar en un parque que no era y ver una colección de perros rastafari (me refiero a canes reales con muchas, muchas trenzas rastafari. No es un modo despectivo de llamar a personajes adscritos a esta ¿creencia?) Terminamos en Painted Ladies, o lo que es lo mismo, las casas de Padres Forzosos.

Ahora no me voy a tirar el moco diciendo que si era una cursilada de serie, que si era un pastel, que si tal y que cual. No. Yo veía la serie, pero como todos ustedes y como todos los que vimos Buscate la vida. Aunque el parque estaba defenestrado por una remodelación las autoridades habían dejado un loma para que las ingentes cantidades de turistas haciendo el subnormal, tomando fotos y canturreando aquello de: “Everywhere you look”. Unos sagaces comentarios más tarde de lo estúpido que siempre me pareció Joey y de lo enamorado que estaba en mi etapa  de prepúber de la Stephanie Tanner prepúber volvimos al coche. Justo el que estaba en el otro lado de la calle tenía la ventanilla del copiloto rota, como si le hubieran tirado un pedrusco. Y ya que hablamos de automóviles déjenme que les cuente algo que he pasado por alto. Todos los vehículos aparcados en una cuesta en San Francisco (todos, todos, todos) tiene el eje delantero girado. Entiendo que esta peculiaridad se debe a que si los frenos se van al cuerno el coche, al tener las ruedas giradas no termina de viaje cuesta abajo a toda leche. Pero subamos al automóvil y movámonos hasta el Ayuntamiento y el edificio reservado a la Opera. Ambos lo vimos el día anterior en el hippie móvil, pero claro, desde sus minúsculas ventanas.

Everywhere yu look...si esas paredes pudieran hablar.

Everywhere yu look…si esas paredes pudieran hablar.

Bueno, esto está quedando muy aburrido. Vamos a comer ¿y a dónde? Pues a la Taquería La Cumbre, en el distrito de Mission. ¿Y de que conozco yo este sitio? Pues de la vez que Adam Richman se pasó por allí en Man vs. Food y si el gordinflas alegre (en estos momentos convertido en un tipo delgado al que todo el mundo detesta) se pasó por allí por algo sería (de hecho, habían creado un súper burrito en su honor). Aparcamos a poca distancia y allí nos atendió un tipo cabreado por trabajar en domingo. ¿Y el restaurante que tal? Bien. El personal amable. Generosa cantidad y buen precio. Eso sí, algo sucio. Aparte del burrito que me zampe (carne asada, queso, pasta de alubias y verduras) probé la root beer de Barg´s (que ya el nombre suena a barf, que a su vez es vomito en inglés) ¿y a que sabe? a zumo de Reflex, a eso sabe. Lo bueno es que el restaurante estaba al ladito de nuestra siguiente parada y en ella mi yo cinéfilo fue contentado a varios niveles. ¿A dónde fuimos? Pues a la Misión de San Francisco de Asís ¿y que tiene que ver con nada? Pues que es la iglesia que pudieron ver en la obra maestra del cine: Vértigo (De entre los muertos) de Alfred Hitchcock. Pero antes de llegar a tan ilustre lugar déjenme que les cuente que pude ver en el Distrito de Mission durante mi tiempo allí. Cuando salimos del restaurante me fije, no sé porque, en el suelo. Al pie de los árboles, los cubre suelos de metal estaban decorados con calaveras mexicanas (Manny Calavera y Olivia Ofrenda vestidos con trajes típicos de México para que se hagan una idea) en relieve.  Oigan, eso le da personalidad e identidad propia a un barrio, y aunque no me pareció el sitio más limpio del mundo (yo y mi obsesión con la limpieza y los gérmenes patógenos), no se notaba en el ambiente ese tensión que si percibí en Los Angeles.

Añado que, a la salida del restaurante, nos topamos en la puerta con la que yo creía que era la mujer más alta que había visto en mi vida. Luego me di cuenta de que era él queriendo ser ella, lo cual no me importa en absoluto, pero son de esas cosas que se te quedan grabadas y más si te la vuelves encontrar una media hora más tarde trabajando en una heladería cercana a la Taquería La Cumbre en la que paramos (para más señas, la heladería se llamaba CREAM: Cookies Rules Everything Around Me y solo puedo decir que la recomiendo. Menudo sándwich de cookie y helado de vainilla con Reese´s me zampe).

Sea como fuere, no llegamos todo lo rápido que hubiéramos querido a nuestro destino porque más que perdernos, en un principio nos confundimos de calle y en lugar de ir hacia el norte, tiramos hacia el este. No pasa nada, deshaces el camino, paseas por el barrio y llegas a destino. Estas de vacaciones melón. En nuestro camino hacia la Misión de San Francisco de Asís me topé con una tienda bien maja de juguetes (o de figuras de acción según los mongolos a los que les importa lo que piensen los demás de ellos) y a la vuelta de ver la Misión, pare allí un ratio. Compre, si compre. Se me volvió a escapar Jack Burton de Golpe en la pequeña china, pero me lleve un buen surtido de muñecos a buen precio y una conversación bien maja con el dependiente (un tipo cercano a los cuarenta, con barbita, gafas y un sombrero a lo Elvis Costello). Estuvimos hablando de cultura popular, de películas, de monstruos y de dibujos…buena conversación, buenas compras, buena tienda (Super 7). Con la cartera menos abultada partimos hacia la siguiente parada del itinerario: El Castro, el barrio gay de San Francisco.

Unicornios vomitando en 1,2,3...¡ya!

Unicornios vomitando en 1,2,3…¡ya!

En lo personal debo señalar que detesto visitar barrios en los que una forma de entender la vida diferente se asienta. Siento como si me estuvieran llevando a ver monos al zoológico. Pienso que cada cual es muy libre de vivir su vida como le dé la gana mientras que: A) no me obligue a vivir como él vive y B) no haga daño a nadie lo que resumo con la frase: a mí me parece estupendo que usted crea que las piedras vuelan mientras a mí no me las tire. Cuando estuve en Nueva York me pasó igual; en lo que sigo considerando el punto más bajo de mi viaje a la Gran Manzana, nos llevaron al barrio ortodoxo judío en autobús. Y ahí estábamos, como turistas haciendo un safari fotográfico, señalando con el dedo y mirando como el que ve a un perro verde. ¿Pero es que no podemos dejarnos en paz? Oigan si alguien quiere vivir así o asá o creer en esto o aquello ¿Quiénes somos los demás para decirle que están equivocados? Pero ojo, que si reparto para un lado, reparto para el otro. Me parece fenomenal que usted haga lo que quiera con su vida, pero no me saque la carta de la discriminación en cada mano de este juego y no tenga cara dura, que nos conocemos. En el mundo está la mayoría estúpida y las mal llamadas minorías aprovechadas… “vaya dos patas pa un banco” como dijo aquel…y aquel sabía mucho (A ver si son capaces de adivinar la referencia de esa frase).

Dejando a un lado mis puntos de vistas, les diré que sí, que fui al Castro y no, nadie se me insinuó, ni me toco, ni me he vuelto gay, ni nada por el estilo. Eso sí, si me incomoda lo absolutamente obvios y burdos que pueden ser estos tipos en cuadrilla. Dejando a un lado los sex shops con consoladores monstruosos en el escaparate y las pastelerías especializadas en hacer torsos o penes ¿de verdad tienen que llamar a un restaurante italiano The sausage Factory (la fábrica de las salchichas)?… ¿de verdad?… ¿tienen que reafirmar su sexualidad con estos chistes zafios? Vale, vale…como quieran. No seré yo quien juzgue, pero tiene traca el nombrecito.  En fin, paseas por el barrio y te das cuenta de que no cabe una bandera con el arcoíris más en la calle. Hay tantas que un unicornio vomitaría. Hasta los pasos de cebra son multicolores. Me gusto el cine (un cine en el que se proyectan ciclos de películas clásicas siempre es buena cosa), que nos recibiera el barrio fortuitamente con un tipo ensayando canto en su casa, la tienda de comics (las tiendas de comics siempre son buena cosa), un dibujo de un gorila en una pared (¡vivan los simios!) y, en general, la paz que había en el ambiente. Pero, los barrios peculiares siempre tienen a sus personajes peculiares y si pasamos por alto a los tipos que parecían haberse escapado de las páginas de un tebeo de Tom of Finlad, nos topamos con el rey de los personajes…el abuelo en porretas del Castro. Y ahí estaba el señor, sentado en su silla de ruedas, con su barbocha blanca, sus calcetines, sus gafas y con el ciruelo al aire. Olé sus colorados cojones. Al que no le guste que no mire, que a mí me está dando el aire en el señor calvo y en verano no se resfría parecía estar diciendo el abuelete, que hasta ese momento, se había convertido en la estrella de la fauna divisada en el viaje (adelantando a la marea de mendigos siniestros, al pandillero bigotón de Los Angeles y a la drag queen bailarina del Paseo de la Fama en Hollywood. Señor, este donde este, me descubro ante usted menos de lo que usted lo hizo ante nosotros.

¿Y qué haces cuando ya has cumplido todas las metas marcadas? Pues volver a Lombard Street, esta vez en coche. Eso sí, el atasco de subida fue cosa fina aunque, a pesar de la poca duración de la bajada, compensa (¿Cuánta gente conocen que pueda decir que han pasado por la calle con más curvas del mundo?). El día llegaba a su fin. Tocábamos retirada pronto. Al día siguiente saldríamos a amanecer de Dios rumbo al Parque Nacional de Yosemite y teníamos que descansar y reorganizar maletas. De vuelta al hotel. Salimos a comprar víveres para cenar. Paradita en El Infierno para que mis amigos lo confirmaran (con tipo muy chungo en la puerta del ultramarino para dar fe) y visita a un supermercado ecológico donde me pegaron un palo de más de 6$ por un paquete de pan de molde. Mis amigos compraron algo para cenar en un japonés, yo no tenía hambre y menos después de que me cornearan a base de bien hacia unos segundos. San Francisco se había portado bien. Al día siguiente el tipo de la costa se adentraría en los bosques y se perdería en las montañas.

Me apuesto lo que no tengo a que pensaban que no subiría esta foto.

Me apuesto lo que no tengo a que pensaban que no subiría esta foto.


Otras estupidas aventuras en:

Un idiota de viaje – Consideraciones viajeras y primera noche en L.A.

Un idiota de viaje – Los Angeles: Dos noches y un dia.

Un idiota de viaje – Adiós a Los Angeles y una road movie.

Un idiota de viaje – Sal de mi pueblo If you’re going to San Francisco.

Un idiota de viaje – Un hippie se subió a un tranvía en San Francisco mientras un recluso le estaba mordiendo la pierna. 


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Un idiota de viaje – Going up the country

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Un idiota de viaje…por César del Campo de Acuña

Going up the country

Adiós Frisco. Hasta pronto ciudad de la bahía. Nos veremos pronto San Francisco. Como les decía en la anterior entrega de este peculiar diario de viajes debíamos levantarnos a amanecer de Dios, por lo que programamos al impertinente despertadora las 05:30 de la mañana. Teníamos ante nosotros más de 3 horas de viaje hasta llegar al Parque Nacional de Yosemite y nadie quería experimentar el atasco creado por el Pato Donald en Grin and Bear It de 1954. Dejando a un lado mi cacareada  capacidad para no dormir demasiado, lo cierto es que esa mañana conseguí abrir los ojos antes de que sonara la alarma por la excitación que me producía el lugar que visitaría aquel día. Lo pueden creer o no, pero una de las cosas que me habían movido a cruzar el charco era poder ver en persona las gigantescas Secuoyas. Suena cursi, lo sé, ¿y qué? ustedes lloraron con el bodrio de Titanic mientras yo bailaba en la puerta.  Dejando a un lado mis motivaciones viajeras les ahorrare pasar por el cepo de la rutina mañanera y les dejare justo en el mostrador del Hotel Bijou, donde estaban a punto de darnos el palo del parking. Creo que la broma nos salió a 143 dólares. Con cierto dolor en la cartera (por no decir en el ojete), pero con nuestras bolsas de avituallamiento de regalo en la mano salimos del Bijou rumbo al campo. Going up the country como cantaban los Canned Heat un año después del Verano del amor.

On the road again (toma, dos referencias a los Canned Heat seguidas) dispuestos a gastar llanta, quemar gasolina y devorar kilómetros. El viaje fue tranquilo. Sin sobresalto alguno. Paulatinamente, a medida que avanzábamos, el paisaje fue mutando. De la ciudad pasamos a pueblos de tamaño medio hasta que poco a poco nos encontrábamos poblaciones que no parecían extenderse mucho más lejos de la carretera que las atravesaba. Y comenzamos a subir a ritmo de buena música mientras los arboles tapaban el firmamento inclinándose sobre la carretera de manera amenazante. Una vez el verde se convirtió en el color predominante sin insistencia paramos a repostar. Recuerdo que la chica que nos atendió era espectacular y que cuando nos cobraron la caja registradora al abrirse emitió el mismo sonido que Sonic cuando se hacía con un anillo en los juegos clásicos de Sega Mega Drive. Compre unos regalices por pura gula; No tenía hambre ya que en los kilómetros previos a aquella parada nos habíamos atiborrado a Oreo Red Velvet (por cierto, muy buena…ahí dejo otra referencia para el que la pille), pero vi los regalices rojos y pensé que eran de la marca Twizzlers (que me encantan) y por eso los compre. Me los comí al poco de abrirlos a pesar de que no estaban especialmente buenos.

A medida que nos acercábamos al parque comenzamos a ver abundancia de vehículos de recreo de todos los tamaños. Desde unifamiliares con ruedas a monstruosas pick-up arrastrando caravanas de todo tipo. Llegamos a la puerta del parque y como dirían en Portugal: Prepare su pagamento. Así es amigos, para entrar en los Parques Nacionales hay que pagar y dado que entraríamos en alguno más durante el viaje adquirimos el pase para todos ellos. 80 dólares de vellón. Si hubiéramos sabido que solo nos pedirían en Yosemite igual no lo hubiéramos optado por esa opción, pero esa esa es una historia para una futura entrega de Un idiota de viaje. Paramos una vez más en la caseta de información. Allí nos atendió una Ranger comida a piercings pero muy simpática. Ya sabíamos que la zona con mayor número de Secuoyas estaba cerrada hasta el verano de 2017, pero nos dijo que un pasó cercano a al valle con unas cuantas se podía visitar sin problema alguno. Nos marcó una ruta de los puntos de interés para los jugadores que se pusieran la partida en fácil (como nosotros) y con aquella valiosa información, un mapa y tras decir que veníamos de España, nos fuimos a la aventura. Bueno, de aventura poca, que todo está muy medido para que no se te coma un oso negro ni te pase nada. Pero a los que decidían adentrarse en la espesura (los que se ponían la partida en modo difícil), paraban allí para hacerse con unos contenedores de metal negro en el que guardar sus provisiones con el fin de que los plantígrados de la zona no se acercaran a ellos atraídos por el olor de la comida.

Goteja.

Goteja.

Peculiar para los que no somos de campo y para los que no estamos acostumbrados a lidiar con osos. Por otro lado los enormes contenedores de metal emplazados a lo largo y ancho de todo el parque para que los visitantes arrojaran en ellos la basura tenían en la boca unos gruesos mosquetones para asegurar las aberturas de entrada con el fin de que los osos no los abrieran y se hicieran daño al tratar de meterse por ellas buscando comida. Pero sigamos, Sigamos conduciendo hasta nuestro destino. Pero haciendo paradas para alucinar con vistas de impresión que, como ya dije con anterioridad en otras entradas, te muestran la grandeza de los Estados Unidos en términos geográficos. A pesar de estar rodeado de montañas y espesos bosques el límite del horizonte sigue estando muy, muy lejos. Tan lejos que hace que los elementos que rodean  tu punto de vista empequeñezcan aun siendo gigantescos riscos. Adelante, una vez más sobre cuatro ruedas. Si pensaban que íbamos a estar solo allí están muy equivocados. En el valle, donde aparcamos para nuestra primera ruta de senderismo había más gente que en una boda gitana. Tanto es así que nos costó aparcar pero no se crean que fue para mal, no. En el sitio en el que finalmente pudimos dejar el coche, bajo un arbusto tras un pequeño bañado había un ciervo a la fresca tumbado. En ese momento entendí porque diablos habíamos visto un millón de señales advirtiéndonos de que la carretera era cruzada por todo tipo rumiantes astados y plantígrados.

Salimos del automóvil y allí mismo un calorzaco me dio un bofetón de realidad importante. Hacía calor sí, pero lo peor era que no se movía una hoja y que el sol estaba por picar. ¿No detestan esa sensación de sentir la punta de las orejas a mil grados? Yo sí, tanto que cuando me pasa hasta me las imagino como si fueran las del Sr. Spock después de haber sido colgadas de un tendedero con pinzas de madera. Crema protectora y a tirar millas gastando suela. Gente, gente, gente, sombra, cataratas secas, cervatillos bebiendo en arroyos ponzoñosos, ardillas y fuentes de agua helada frente a unos aseos públicos en forma de cabaña de troncos digna de Grizzly Adams. Me llamo la atención que allí no había solo estadounidenses. No, allí había gente de todo el mundo, aunque los más preparados para estar allí (a pesar de las “comodidades” del valle) eran los norteamericanos. Ya saben…A country boy can survive (que musical me he levantado hoy) y un europeo, con pantalones de pinzas azules, que vi pastando por allí no. Ya les dije que esto no sería un tostón viajero de sabores, olores y vistas; para eso ya tiene los dos trillones de blogs/webs dedicados a tal menester. Pero, pero, pero…si  van por allí, por la Costa Oeste inviertan su tiempo en sitios tan increíbles como Yosemite. Su salud mental se lo agradecerá.

Antes de ir al siguiente punto de interés que la Ranger de los piercing nos había recomendado pasamos un segundo por las tiendas del valle para comprar recuerdos (un Imán, para más señas), unas bebidas (llevábamos agua en abundancia, pero me apetecía un Dr.Pepper diablos) y poco más.  ¿Y a donde íbamos? Pues al recorrido de las Secuoyas. Y allí llegamos, pero antes de hacer el moderadamente difícil paseo comimos. Yo comí un sándwich hecho con el fiambre y el carísimo pan de molde comprado el día anterior en San Francisco. Lo remoje todo con Dr.Pepper y de postre un platanito, que tiene mucho potasio. La comida la amenizaron unos abejorros, los gritos de uno de mis compañeros de viaje ante la acometida de los primeros, y unos españoles pertenecientes a esa tribu de individuos que van al gimnasio para lucir depilados resultados (desde aquí, a todos los que hacéis eso os dedico palabra: RIDICULOS).  Comimos, dejamos la basura asegurada en un contenedor anti osos y nos pusimos a hacer la ruta. Que contentos y fresquitos íbamos en la bajada. Que fácil. Que divertido. La vuelta seria de traca mora (dado que los moros son muy dados a liar tracas por aquello de vivir anclados en el medievo) pero esa fatigosa experiencia la dejo para más adelante. Los arboles tapaban el sol, por lo que el calor no era un problema. El firme, a pesar de las numerosas raíces que lo atravesaban tampoco. Seguimos avanzando hasta toparnos con el primer gigante y no saben lo pequeño que te pueden llegar a hacer sentir una vez estas a sus pies. Increíble.

Ese minúsculo punto azul a los pies del árbol no es un Pitufo, soy yo.

Ese minúsculo punto azul a los pies del árbol no es un Pitufo, soy yo.

Más allá del descomunal tamaño de las Secuoyas déjenme que les cuente que me llamo la atención de aquel ilustre paseo. Lo primero que hizo que mi memoria se activara fue el silencio. En algunos tramos el silencio es tan intenso que hasta duelen los oídos. No escuchas a los pájaros, no hay voces humanas, ni ruidos producidos por maquinas. Solo silencio. Y duele. Y asusta. Y te hace pensar en aquello de Si un árbol cae en el bosque ¿hace ruido al caer si no hay nadie para escucharlo? Lo siguiente que me llamo la atención fue el grupo de voluntarios que encontramos por allí limpiando el bosque. Cualquier voluntario siempre hace que me descubra ante ellos. Y para finalizar, más que llamarme la atención tuve un pensamiento lucido, mientras veía a los depilados de antes encaramarse al tronco de un árbol como monos, Y dice así: “si el ser humano tiene la oportunidad de hacer el imbécil, por diminuta que sea, hará el imbécil”. Como gran momento personal del viaje les contare que tuve la oportunidad de atravesar el tronco de una Secuoya horadada. Pensé que hacia mitad del trayecto tendría que dar marcha atrás debido a mi humanidad pero no, pude pasar y aunque me tropecé cuando ya iba prácticamente reptando (lo que me hizo adoptar la pose de uno de los pasos de baile más populares de los olvidados Kid ‘n Play) logre salir contento y cubierto de polvo por el otro lado.

Y de ahí la vuelta. Vamos a ver, no era escalar el Monte Gurugú a la pata coja y cargando un burro a los hombros, pero después del paseo la subidita puede cansar. Nos reíamos mucho de los que bajaban alegres (algunos de ellos en chancletas…) y descansados. De vuelta al coche decidimos ir hacia los otros puntos de interés. No entrare en demasiados detalles. Solo diré que impresionaban. Si, había turistas hasta debajo de las piedras (literalmente), pero aun así ese sitio estaba en paz, alejado de la mierda de mundo que hemos decidido montar entre todos. Vistas y lago (el Lago Tenaya para más señas donde unos italianos decidieron bañarse a pesar del fresquito que empezaba a hacer por los montes). Una enorme pradera, una escalada improvisada, más ciervos a lo suyo y una inesperada visita al cuarto de baño que termino en una enorme negativa por parte de mi organismo a la expectativa de hacer malabares sobre un boquete pestilente dentro de una letrina. ¿Y a que se debía tanta prisa para salir de Yosemite? Bueno, más que prisa lo llamaría ser practico. Nuestra siguiente parada (Mammoth Lake) se encontraba a más de dos horas de distancia y anochecería pronto. Habíamos cumplimentado nuestra cartilla del buen visitante con creces y teníamos carretera por delante por lo que el sentido común dictaminaba que iba siendo hora de marcharse. Antes de salir del parque hicimos otra parada en un merendero. Allí, los que pasarían la noche al raso se aprovisionaban mientras que un vagabundo con guitarra tocaba unos acordes esperando a que alguien le llevara. Me sorprendió, a medida que íbamos saliendo del parque, la gran cantidad de personas que se quedarían a pasar la noche allí. La mayoría en campings señalizados donde acomodar sus monstruosas caravanas. Unos pocos a los pies de los arboles a merced de los elementos y de Jason Vorhees.

Atravesando valles, escalando montañas a nuestra ciudad llegó en Ninja Hatori...¿no?

Atravesando valles, escalando montañas a nuestra ciudad llegó en Ninja Hatori…¿no?

Se nos hecho la noche encima pronto. Afortunadamente nuestro estúpido GPS tenía la dirección exacta del hotel en el que nos hospedaríamos por lo que no nos preocupaba perdernos. Si me preocupaba algo en plan película de terror como un pinchazo, un animalejo que se cruza y esas cosas, pero si mi fantasma está aquí escribiendo todo esto es porque no ocurrió nada… ¿o sí? No obstante, déjenme decirles que desde el asiento del copiloto, esas sinuosas carreteras rodeadas de árboles y por las que no transitaba un maldito coche, intimidaban al anochecer. Háganse la idea de que nos dirigíamos a una estación de esquí por lo que no nos cruzamos con demasiados coches (un motorista en un par de ocasiones). Evidentemente llegamos sin problemas. A pesar de estar más oscuro que el sobaco de un grillo (partiendo de la base que han de imaginarse a un grillo con axilas), el sitio era  espectacular. El hotel parecía sacado de una película donde los mega millonarios van a reírse de los pobretones mientras beben chocolate caliente llevando jerséis horteras en Aspen. Hotel impresionante y aire puro aparte sabes que estás ante algo autentico (pero civilizado) cuando el recepcionista te pregunta muy seriamente: ¿han dejado comida en el coche? Le pregunto porque los osos la pueden oler, bajar desde las montañas y destrozarles el automóvil. Es de esas frases que nunca, jamás, me habría imaginado escuchar. Por otro lado, el tipo nos advirtió que el restaurante estaba a punto de cerrar, que dejáramos las maletas en la consigna y que nos dirigiéramos a la planta superior para cenar y eso hicimos.

Primero nos atendió una maître que por el acento debía ser de argentina (luego mantuve una pequeña conversación con ella y me dijo textualmente: Los latinos somos una peste, en referencia a la masiva inmigración de iberoamericanos hacia Estados Unidos). Una vez nos acompañó a la mesa se hizo cargo de nosotros una simpática camarera. Pedí una hamburguesa. Estaba deliciosa. No diré que la mejor que comí durante el viaje pero estaba muy, muy  buena. Estaba de tan buen humor, me gustaba tanto el sitio y me lo había pasado tan bien que, anticipándome  a mi cumpleaños, decidí invitar a la cena de esa noche  y dejar una propina del 20%. Caro, si, desde luego…pero un día es un día y estaba tan a gusto que necesitaba que mi peculiar adrenalina siguiera fluyendo. Y siguió porque una vez llegamos a la habitación mi espalda canto el Aleluya de Haendel. ¡Una cama de verdad!; Mi espalda se hubiera frotado las manos si las tuviera. Por fin, tras tres insufribles noches batallando con el minúsculo plegatin del Hotel Beijou en San Francisco dormiría en una cama de verdad. Y por si eso fuera poco, la conexión Wifi (utilizada para mandar diversas pruebas de vida como audios, fotos o vídeos) funcionaba como un tiro y eso que estábamos bastante lejos del edificio principal. Al final, que gran verdad es la que reza que las cosas que nos hacen felices son las pequeñeces.

¿Pero cuando van a clonar a uno de estos bichos?

¿Pero cuando van a clonar a uno de estos bichos?


Otras exóticas aventuras en:

Un idiota de viaje – Consideraciones viajeras y primera noche en L.A.

Un idiota de viaje – Los Angeles: Dos noches y un dia.

Un idiota de viaje – Adiós a Los Angeles y una road movie.

Un idiota de viaje – Sal de mi pueblo If you’re going to San Francisco.

Un idiota de viaje – Un hippie se subió a un tranvía en San Francisco mientras un recluso le estaba mordiendo la pierna. 

Un idiota de viaje – Con el ciruelo al aire por las calles de Frisco.


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Un idiota de viaje – Jugando al golf con el Diablo

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Un idiota de viaje…por César del Campo de Acuña

Jugando al golf con el diablo

Imagínense despertar al son de la Obertura de Guillermo Tell compuesta por Gioachino Rossini. Paz y armonía para un cuerpo descansado que recibe un nuevo amanecer junto a las montañas al ritmo de La mañana de Edvard Grieg (ven, en Un idiota de viaje no solo se ríen, sino que además aprenden). Que bucólico. Que hermosura. Que trompazo casi me pego al entrar al cuarto de baño a oscuras. Con mi tarjeta llave en la mano, aseado y deseoso de comenzar la jornada deje la habitación  en penumbra para disfrutar de la naturaleza. ¡Pureza! Como diría Perro muchacho. Paseé por las instalaciones alrededor del hotel respirando profundamente, fijándome en que porras hacia funcionar aquella estación de esquí en verano, en un tótem y en unas tallas de madera de unos simpáticos osetes. Tras grabar una nueva prueba de vida (en esta ocasión un audio comentario) me dirigí al interior de nuestro lujoso y montañés hotel para comer algo. No, no teníamos desayuno concertado y no, tampoco tenía intención de que me pegaran un palo económico tempanero, por lo que en una suerte de cafetería situada justo enfrente del gimnasio (donde uno de mis compañeros de viaje se estaba ejercitando en esos momentos) compre un zumo de manzana, un bol de cereales Cinnamon Toast Crunch Cereal (cualquiera que me conozca sabe lo mucho que me gusta la canela), una botellita de leche para remojar lo anterior y un imán de recuerdo.

Una vez me zampé todo aquello como un campeón (con la ilusión mental de empezar a controlar lo que iba a comer desde ese mismo instante) y recicle los envases en unas papeleras situadas en la puerta de entrada del hotel para tal efecto. En el trayecto hasta mi habitación me pare a hablar con uno de los empleados. Era de origen mexicano y estuvimos hablando de todo un poco; de nuestro viaje, de cómo estaban las cosas en México debido a la inseguridad, de cómo estaban las cosas en Europa gracias a los Islamonazis y a los progres gilipollas, de los motivos que le habían empujado a cruzar la frontera y establecerse lejos de una gran ciudad con su familia, de cómo se había forzado a acortar su nombre de César Alejandro a Alex por lo mucho que le costaba a los estadounidenses pronunciarlo…una buena charla sin duda. Un buen tipo al que espero, este donde este ahora mismo, le vaya bien. Una vez en mi dormitorio arregle mi maleta y espere dibujando a que mis amigos hicieran lo propio. ¿Teníamos prisa?, no lo cierto es que no, pero si queríamos visitar Mammoth Lakes antes de salir rumbo al Valle de la muerte, nuestra siguiente parada. Una vez hicimos el check out pude ver como la estación de esquí funcionaba en verano.

No había un punto donde mirara en el que no hubiera alguien realizando algún tipo de actividad. Escalada en un rocódromo, descenso en BMX, senderismo, paseos en bicicleta, lazada de terneros (bueno a unas balas de paja con una cabeza de ternero de plástico clavadas en ellas), alquiler de monopatines 4×4 para descensos, tres en raya, cornhole, lanzamiento de herradura,  excursiones… vamos, que lo tenían bien montado. Nosotros optamos por hacer senderismo ¿y dónde? Pues por Mammoth Mountain para ver Devil´s Postpile (el primer encuentro con el diablo ese día) y Rainbow Falls. Alex nos advirtió que no podríamos subir a la montaña con el coche por ser demasiado tarde y por el limitado acceso a la montaña de los mismos pero aun así lo intentamos. No hace falta que diga que no pudimos pasar aunque lo esté haciendo. Volvimos, compramos los tickets del autobús que nos llevaría hasta allí y alé en marcha, a circular por una carretera de montaña que me recordó a la de Despeñaperros en sus buenos malos tiempos pero todavía peor y en la que no cambian dos autobuses. A pesar del miedo que en general me da casi cualquier vehículo (me gusta el cine de terror y me dan miedo los coches y aviones…si ¿Qué pasa?) el trayecto no se me hizo especialmente largo y eso que le tuvimos que ceder el paso a un autobús que subía. Una vez nos apeamos en la parada que más cerca nos dejaba de Devil´s Postpile, nos recibió un cartel (bueno y una Ranger que estaba enseñando no sé qué a unos niños) en el que te explicaban que hacer si te topabas con un oso. No corras, haz un grupo con la gente que te acompañe para parecer más grande, levanta los brazos y si ves a unos oseznos ten cuidado porque igual su madre te despedaza (esto no se lo explicaron al de El renacido).

Ordena tus juguetes...que luego los piso.

Ordena tus juguetes…que luego los piso.

Embadurnados en crema protectora (sazonador para osos), nos pusimos a andar y en un dos por tres son seis llegamos hasta el monumento nacional de Devil´s Postpile. Singular formación de rocas enmarcada en un paraje increíble. Eso es todo lo que tengo que decir al respecto de lo que el Diablo esculpió en Mammoth Mountain. Pero, si tengo mucho que decir al respecto de esas personas que deciden hacer senderismo llevando chanclas o sandalias. ¿Son ustedes imbéciles o que les pasa? Por muchos calcetines que se pongan ese no es el calzado apropiado para ir a pasear por la montaña (y esto lo dice el individuo que calzaba unas zapatillas cutres de Decathlon) y menos si pesan un quintal. ¿Es que no lo ve? ¿Es que pretende defraudar al seguro? Pero no, no fue solo esa señora, no. Claro que no. Ahí estaba, una yaya japonesa con su pantalón de tela, su visera y sus zapatos campo a través junto a su marido. Y a pesar de todo, menudo ritmo tenía la señora. Era el cuento de la liebre y la tortuga. A poco que la adelantáramos, como paráramos a hacer una foto al minuto la veíamos asomando la cabeza por el montículo más cercano. Pero claro esto no es un discurso de todo el mundo es tonto menos yo; si reparto hacia un lado también me sacudo a mí mismo y por eso les cuento lo siguiente. A lo largo del camino nos fuimos encontrando con una ingente cantidad de heces. Justo al lado de uno de esas pestilentes montañitas de materia fecal había unas huellas. Mi Félix Rodríguez de la Fuente interior llamo a mi cerebro y le dijo: “dile a la boca que diga en voz alta que esto es una bosta de oso” y eso hizo. Mi sonrojo fue mayúsculo cuando al rato nos topamos con un grupo de turistas/excursionistas a caballo y ya saben que los equinos son máquinas de defecar andantes. Y no, no me avergüenzo de haber metido la pata hasta la huevada, no. Así es la vida. No obstante en mi defensa debo decir que en todo el camino vi una sola marca de herradura y que al lado de la mierdaca que me había hecho aseverar en voz alta aquella estupidez había una huella similar a la de un perro grande. Pero sigamos adelante.

Y caminamos. Y vimos ardillas. Y nos cayó una chicharrera de órdago. Debido a un incendio, provocado presumiblemente por un rayo, la senda que nos llevaba hasta Rainbow Falls era un camino de tocones y arboles raquíticos a los que ponía música el discurrir del cercano rio. El lento proceso de la reforestación no arrojaba sombra alguna en el camino. Pero llegamos, con el pelo a mil grados, pero llegamos. Y allí estaban las cataratas. Y unos turistas portugueses o brasileños tirados sobre una roca junto a ellas. No miento cuando a los pocos minutos la abuela japonesa y su marido hicieron acto de presencia. La vuelta fue dura. Nos dirigíamos a otro punto para coger el autobús que nos devolviera al pie de la montaña y en esta ocasión era cuesta arriba. Les ahorrare el penoso relato hasta el punto de extracción (¿no les encanta utilizar jerga militar?) pero si les diré que pasamos al lado de las caballerizas de donde salieron los equinos cagones, atravesamos una zona de profundo silencio, vimos más ardillas y una buena colección de troncos podridos. Lo mejor estaba por llegar. Cuando divisamos el campamento base el bus que nos tenía que llevar abajo estaba allí aparcado. Apretamos el paso y le preguntamos al conductor que si nos podía esperar un segundo, que íbamos a comprar una botella de agua en la tienda y salíamos. Y nos dijo que sin ningún problema. Cuando salimos del ultramarino montañés ya no estaban ni las tuercas del cacharro para la suma indignación de uno de mis alegres compañeros. No nos quedaba más remedio que esperar a la sombra, alejados de los campistas allí congregados por motivos de espacio y comodidad, a la par que mis amigos se acordaban de la madre del conductor. Nos había troleado en la vida real. Al rato ¿Quién apareció? ¿Otro autobús? No, claro que no. La abuelilla japonesa y su marido hicieron acto de presencia y pocos minutos después otro bus.

Superando con A+ a la goteja.

Superando con A+ a la goteja.

La vuelta hasta la base de la montaña, donde teníamos aparcado el coche, se me hizo más larga. ¿Cansancio? ¿Insolación? Ambas podrían ser correctas. Sea como fuere, a los pocos minutos de llegar ya estábamos en marcha. Teníamos más de tres horas por delante hasta nuestro siguiente destino: El valle de la muerte. No hay mucho que contar con respecto a aquel viaje en carretera en particular más allá de ver el progresivo cambio de paisaje. Si pude ver a esos enormes unifamiliares sobre ruedas arrastrando todoterrenos y a una cabeza tractora tirando de otras dos montadas sobre su estribo (como una rodante torre de camiones en pendiente). Paramos a comer cuando el termómetro comenzaba a subir peligrosamente. La misma gasolinera en la que repostamos antes de llegar al caluroso valle mortífero era un Carl’s Jr (una cadena de comida rápida como McDonalds, Burger King o Wendy´s) por lo que decidimos probar. Como no todos compramos algo allí, nos sentamos en unos bancos de madera situados en un parque cercano. Mis amigos le daban la espalda a la carretera que cruzaba aquel pueblo mientras que yo no paraba de fotografiar con la mente. Cuervos como gatos aparte (teníamos una bandada al lado) me fije en una pareja al otro extremo de la carretera que estaba haciendo autostop. No tardaron en encontrar quien les llevara. Una enorme pick-up negra se detuvo unos metros más adelante y les invito a subir. Echaron a correr y se subieron rumbo a Dios sabe dónde. Mi enfermiza mente de aficionado al cine de terror más bestia empezó a imaginar escenarios terribles en las dos direcciones. Buen samaritano asesinado por pareja de autoestopista o un cartel de dos personas desaparecidas en un corcho atestado de anuncios similares en una comisaria desvencijada.

¿Pararían por un autoestopista? La ficción me ha enseñado que nunca es una buena idea por lo que probablemente no lo haría. No fueron pocos los autoestopistas que vimos (o vi) a lo largo del viaje. Casi siempre en pueblos pequeños como en el que habíamos parado a comer. Oh… ¿y qué tal Carl´s Jr? Bueno, solo puedo decir por las dos cosas que tome es que si han comido en Burger King han comido en Carl´s Jr. Volvimos al coche y el termómetro llego a superar los 40 grados al poco de continuar la marcha. Pleno y puro desierto. Pero no crean que el sol les fríe el cerebro a los lugareños. A sabiendas de que se trataba de la última gasolinera en kilómetros a la redonda, la que estaba en el interior del Valle de la muerte tenía los precios más caros que vimos durante todo el viaje (háganse la idea de que no solía costar la gasolina más de 2.50$ dólares el litro y la de aquel inhóspito lugar superaba los 4 dólares). Evidentemente, y como han podido leer llegamos al valle ¿y saben qué? Allí no había ni el tato para pedirnos nuestro pase de acceso a los Parques Nacionales. ¿Sería por el calor? (llegamos a superar los 48 grados), por vagancia o por el mero hecho de que no demasiadas personas paran por allí. Quién sabe. Solo en Yosemite tuvo utilidad. Hasta que llegamos al hotel nos fuimos cruzando con unos vehículos cubiertos con un material de color negro que nos llamaron bastante la atención. Cuando finalmente llegamos al peculiar, sencillo y terriblemente autentico Stovepipe Wells Village pudimos aparcar junto a uno de aquellos coches. Se trataba de un prototipo y un papel pegado en una de las ventanas advertía al que pusiera sus ojos sobre aquel vehículo que nada de fotografías o que se atuviera a las consecuencias legales de perpetrar tal acto de maldad en contra de la propiedad intelectual de una desvalida multinacional. Bromas aparte, una vez entramos en la recepción del Motel, pude leer que se estaba realizando una suerte de convención de aquella marca allí. Eso me dio que pensar: “una compañía refugiándose en uno de los puntos más áridos del planeta para guardar un secreto… ¡Complot mundial!…Pero claro, por pocas personas que por aquí pasamos su presencia destaca sobremanera… ¡Vamos a morir!…”

Niño vete al ultramarino y tráeme repelente de serpiente.

Niño vete al ultramarino y tráeme repelente de serpiente.

Aparcando mi neurosis, hicimos el check in y nos dirigimos a nuestra habitación Los aires acondicionados del resto de cuarto, así como el del nuestro, gritaban y traqueteaban. Casi 50 achicharrantes grados estaban aplastando ese lugar. No me gusta el calor y supongo que por eso no estaba de especial buen humor. Rezongando un poco me forcé a levantarme y a visitar los diferentes puntos de interés del parque que previamente habíamos marcado en una guía. Paramos en unas dunas de película (No sé porque porras se van a Marruecos cada vez que quiere rodar Tattoine en lugar de utilizar una localización tan maja como esa). Estuvimos en el punto más bajo sobre el nivel del mar de Estados Unidos (Bad Water, un inhóspito lugar azotado por los vientos del que brotaba agua sulfurosa) y recorrimos El campo de Golf del Diablo (aun me pregunto cómo nuestro coche salió de una pieza de aquel sitio). Paramos en la Paleta del artista (un sitio de enormes y coloreadas formaciones rocosas) y estuvimos a punto de entrar en Copper Canyon pero la noche se nos echó encima y allí no se veía un pimiento (como para ponerse a hacer senderismo). Esto que así contado pierde es un espectáculo natural de la pera limonera y si algún manguta les dice alguna vez que aquello es un secarral es que no tiene ni idea de lo que es un secarral. Me dio por pensar lo mal que lo tuvieron que pasar los primeros diablos que por allí cruzaran. Es un sitio brutal y despiadado donde hace calor todo el día (las rocas hacen que la temperatura no baje demasiado por la noche, a diferencia de lo que ocurre en el desierto) y donde literalmente no hay otra cosa que muerte. Con aires acondicionados y coches que bien se vive amigos.

Noche cerrada. Llegamos al hotel y nos dirigimos al Saloon (sin furcias y sin pianola) para cenar. Más allá de que unos turistas (hey…como nosotros) trataron de colarse en ese incomodo momento en el que te tienen esperando detrás de un atril a que te den mesa (yo estaba planchando centavos con una maquina) no tardaron demasiado en escoltarnos hasta donde reposaríamos nuestros traseros. No tenía demasiada hambre por lo que solo pedí un entrante para cenar y una Coca-Cola. Las bebidas eran Refill y si no recuerdo mal me pude beber tres generosos vasos de refresco hasta que llego la cena y no porque estuviera sediento por mi experiencia desértica de la tarde, sino porque el servicio fue lento a rabiar. Una vez cenamos, salimos de allí para ser abofeteados por el calor nocturno, el cual invito a uno de mis acompañantes a bañarse en la piscina del Motel (que estaba abierta hasta la media noche, la hora de los coyotes). Mientras se cambiaba de ropa, me quede en recepción gonorreando Wifi y en una de estas entra un turista alemán y le pregunta al tipo de detrás del mostrador (un afroamericano que no parecía muy despierto): “¿los escorpiones de aquí son peligrosos? No – contesto el muchacho – Los escorpiones de esta zona solo son peligrosos si eres alérgico a las picaduras de insectos como abejas o avispas ¿Por qué? – Preguntó en esta ocasión el empleado del hotel – Porque me acaba de picar un escorpión en mi habitación respondió el teutón. ¿Les ha pasado alguna vez algo así? Estar en un hotel con escorpiones en los cuartos hace que tu masculinidad aumente varios puntos y que la barba te crezca más rápido (aunque por si acaso mire por todas partes una vez volvimos a nuestros aposentos y no me encontré con ninguno de estos bichejos). A pesar de mi mal café de la tarde, aquel sitio me gusto y mucho. A pesar de que disfrute de San Francisco como un gorrino en un barrizal, los Parques Naturales ganaban por goleada en aquel momento a las ciudades. ¿Forzaría el empate Las Vegas? ¿Lograría hacerme cambiar de parecer la ciudad del pecado? …chan, chan, chan…próxima aventura en su casa.

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Se pone el sol en un lugar en el que solo hay muerte (que dramático)


Otras descacharrantes historias en:

Un idiota de viaje – Consideraciones viajeras y primera noche en L.A.

Un idiota de viaje – Los Angeles: Dos noches y un dia.

Un idiota de viaje – Adiós a Los Angeles y una road movie.

Un idiota de viaje – Sal de mi pueblo If you’re going to San Francisco.

Un idiota de viaje – Un hippie se subió a un tranvía en San Francisco mientras un recluso le estaba mordiendo la pierna. 

Un idiota de viaje – Con el ciruelo al aire por las calles de Frisco.

Un idiota de viaje – Going up the country.


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Un idiota de viaje – Un flamenco, una boda y un streaptease

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Un idiota de viaje…por César del Campo de Acuña

Un flamenco, una boda y un streaptease

Arriba campistas. Tras una noche de descanso es hora de salir a la calle a patearse el strip visitando sus casinos. Eso hicimos. Como resortes. Partimos temprano rumbo sur (o tirando hacia la derecha desde nuestro hotel). Teníamos como objetivo llegar al famoso cartel que da la bienvenida a La Fabulosa Las Vegas desde 1959 y aunque sabíamos que no sería una tarea fácil dada la ingente cantidad de lugares en los que parar. Pero antes de paladear un insípido desayuno en el Venetian déjenme comentarles que mis amigos, en el par de horas que tuve que volver al hotel debido al bajón de tensión que me dio la tarde anterior, reservaron hora y Elvis en una capilla de Las Vegas cercana a la calle Fremont para casarse la tarde siguiente (es decir, la tarde del día que les estoy contando en esta ocasión). Ya saben, si hay algo típico de Las Vegas son las malas decisiones matrimoniales y sino que se lo pregunten a Homer Simpson y Ned Flanders. Bien, volviendo al insípido desayuno del Venetian a base de un rollo de canela y un chocolate con leche hecho sin amor, echamos a andar tras ingerir aquello por sus galerías comerciales y fue como repetir la experiencia del Cesar Palace pero con canales venecianos. Era bastante temprano y la luz de las citadas galerías comerciales se asemejaba a la de un atardecer. Pensamos en subir en una de las estúpidas góndolas que poblaban el canal (fundamentalmente porque parece que viajar a Venecia va a empezar a ser más difícil que conseguir entradas para el Concierto de Año Nuevo) pero el elevado precio del viaje nos echó para atrás. ¿Cuánto costaba? Pues 30$ sin impuestos por persona un paseíto de 15 minutos. Se iba a montar en la góndola su tía Frasca la del pueblo.

Las Vegas es una ciudad increíblemente cara. Si quieren subirse en cualquiera de las trampas para turistas que los diferentes hoteles/casino tienen montadas preparen la cartera y bájense los pantalones porque les van a hacer un trabajito fino. Si, si, vale, vale…solo va a ser una vez en la vida (o no… ¿Quién sabe?) pero si estás haciendo un viaje largo como el que nosotros estábamos haciendo no te conviene dejarte 45$ dólares en la tirolina de la calle Fremont o lo que porras costara (creo que 25$ sin impuestos) la montaña rusa del hotel New York New York. Eso sí, si han viajado a Las Vegas para pasarse allí una semana, están locos y no van a ir a ningún sitio más… adelante, gasten cuanto quieran, que solo se vive una vez y la ciudad del pecado está llena de estúpidas experiencias que no podrán emular en ningún otro lugar del mundo (como que te lleven al desierto a disparar armas automáticas de grueso calibre, luego a una barbacoa y finalmente a una barra americana). Volviendo y saliendo del Venetian paramos en uno de los puestos en los que se venden tickets con descuento (la más cercana al museo de cera de Madame Tussaud que, dicho sea de paso, me hubiera gustado visitar porque soy un tipo bastante creepy). Allí, tras arduas deliberaciones, mi negativa en redondo a ver un espectáculo del Circo del Sol basado en los Beatles y claudicar ante la imposibilidad de pagar los altos precios del espectáculo de David Copperfield nos decidimos por el show de burlesque del Hotel Flamingo llamado X Burlesque Show ya que no hay nada tan de Las Vegas como una mujer semidesnuda.

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Esto va a estar genial el día que no dejen entrar un turista más en la Venecia autentica.

Con las entradas en la mano y tras sortear a todo tipo de pedigüeños callejeros (especial atención merecen unos que no podían tener más roña encima y que estaban allí tan ricamente bebiendo cerveza y riéndose la mar de a gusto) llegamos precisamente al Flamingo (tras pasar por el Harrah´s del que no hay gran cosa que contar). Allí invertimos un buen rato viendo sus estanques llenos de aves y carpas, parando en una gigantesca tienda de recuerdos y gorroneando WiFi. Por fin encontramos un sitio en el que internet funcionaba bien y era gratis en Las Vegas. No tardamos en comenzar a enviar una colosal cantidad de pruebas de vida de los últimos días a amigos y familiares. Puede que quizás invirtiéramos demasiado tiempo en todo aquello. El caso es que me entro sed y me fui derecho a una tienda a comprar un Gatorade de ponche de frutas. Tuve una conversación cortes y amable con la menuda dependienta afroamericana que se encontraba tras el mostrador. En esencia hablamos de lo poco que cuesta ser educado. Acto seguido a que lo comentáramos en voz alta entro un rastafari un poco más bajito que yo en chanclas y calcetines y sin decir ni buenos días, ni nada exigió saber dónde estaba no sé qué. Vivir para ver como se suele decir. En un momento estás hablando de lo importante que es ser amable y acto seguido un tipejo despreciable entra haciendo gala de su falta de educación. Muy mal señor de pelo asqueroso. En otra cosa que me fije en nuestro tiempo en El Flamingo fue en las camareras que servían en las mesas de juego. Especialmente en una que o empezaba a rondar las 50 castañas o la vida la había tratado muy mal a pesar de la delantera que marcaba. Parecía cansada. Parecía muy cansada. Extremadamente cansada a la par que despierta. Era un puro nervio de lo rápido que se movía entre las mesas, pero aun así parecía terriblemente cansada. No fue la única camarera que me llamo la atención. Otras parecidas a aquella nervuda reparte copas del Flamingo pasaron delante de mi radar y causaron la misma impresión. Parece que las luces tenues, los pellizcos en el trasero y el claustrofóbico ambiente de la sale de juegos de un casino hacen pagar un alto peaje.

Dejando a un lado reflexiones personales más o menos trascendentales a un lado continuemos andando hacia el Paris, el casino que tiene una Torre Eiffel de pega como la de Tokio (que curiosamente es más alta que la de Paris, Francia). Para llegar hasta allí tuvimos que cruzar por una de esas pasarelas acristaladas que hay por todo el Strip ya que el tráfico es tan intenso por el centro de la ciudad del pecado que poner semáforos en las arterias principales podría crear embotellamientos demenciales. En estas pasarelas suele haber personas repartiendo publicidad, mendigando (había una chica joven dibujando en un cuaderno en uno de estos pasos a nivel en el que en su cartel había puesto: tengo todas mis necesidades cubiertas, todo lo que me den ira destinado a comprar marihuana. Sigo sin entender estas campañas de marketing), o montando espectáculos improvisados (sea bailando, cantando o tocando un instrumento). Pero bueno, lleguemos al Paris. ¿Qué tal es? Pues está bien. Sigue la tónica del resto de casinos (es decir las salas de juego y comerciales viven en un perpetuo atardecer para desorientar a los mangutas que se están dejando la pasta en las mesas o maquinas) pero este tiene el aspecto del Paris de Toulouse-Lautrec pero sin fulanas y sin absenta. Debo destacar que las patas de la Torre Eiffel de cartón piedra forman parte de la sala de juegos lo que le da un aspecto singular. El caso es que, por espectacular que sea, no deja de ser un casino, temático sí, pero a la postre es un casino. Las mismas máquinas tragaperras (de Batman, de Friends, de Gremlins, de Cazafantasmas, de Wonder Woman…), las mismas fichas…un casino. ¿Merece entrar en todos y cada uno de los que pueblan el strip en sus dos aceras? Lo cierto es que no. Pueden entrar en el Bellagio (el de las fuentes), El Cesar Palace, The Venetian, Paris, New York New York y el Luxor. El resto, a no ser que pasen por sus atracciones (como el acuario del Mandalay Bay) pueden verlos solo desde fuera como el Excalibur, el Mirage, el MGM Grand y el Treasure Island.

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El castillo de CinExin tamaño natural.

Con esto quiero decir que invertimos demasiado tiempo viendo salas de juego (gran decepción el Excalibur, que de ambientación medieval tenía solo la zona de recepción). Por otro lado, entiéndanme, no es que no quiera escribir, pero prefiero ahorrarles el rollo de relatarles cómo eran cada uno de los Hoteles Casino por los que pasamos. Oh, sí claro que vi cosas en ellos (entre ellas Gordos de todos los colores y mismos olores) y de eso si les hablare, pero lo otro es un rollo para turistas más propios de un blog de viajes que de esta descacharrante crónica, asique dejemos el Paris y vámonos al turrón. Verán, en Las Vegas llueve. Llueve poco pero Llueve y dio la maldita casualidad de que cuando sacamos nuestras suelas de los suelos enmoquetados del casino parisino se puso a llover. No piensen en un monzón. Piensen en un chaparroncete que solo sirve para ensuciar y para que la temperatura suba por la humedad. Sea como fuere, el agua fue recibida por un tipo que iba con unas copas de más (y era bastante temprano) como al que le toca un pequeño premio. No es que se pusiera a bailar o a cantar pero no dudo ni un segundo en compartir sus reflexiones al respecto de los beneficios de la lluvia en Las Vegas. Y continuamos nuestra peregrinación hotelera pasando por el MGM Grand (donde nos topamos con una jaula minúscula de UFC) y su impresionante León de chapa ocume. También vimos el teatro dedicado a David Copperfield y los premios que le han dado a lo largo de su ilustre y dilatada carrera de mago. De ahí al bajón que fue el Excalibur y a comer en el New York New York. Lo gracioso de este último es que su área comercial parece un barrio neoyorquino con sus casas de ladrillo y por eso merece la pena visitarlo. Evidentemente nos acercamos a la zona de árcades para preguntar cuanto costaba subirse en la montaña rusa que atraviesa el hotel y nos dijeron que estaba cerrada a causa de la lluvia. No obstante el palo era considerable (como pagar una entrada completa en un parque de atracciones pero solo para dar una vuelta en una única atracción). ¿La comida? Meh. Paramos en un sitio dentro del New York New York llamado  Greenberg’s Deli donde me tome un perrito caliente regulero. Si demasiada historia.

Pero ya que hablamos de restaurantes, como pudieron comprobar en la entrada de ayer, en Las Vegas hay restaurantes de todo tipo y uno que me llamo particularmente la atención, aunque no comimos en el (como ya les conté) fue Dick’s Last Resort (situado dentro del Excalibur). Al parecer en ese restaurante los camareros y todo el personal se portan como unos auténticos capullos contigo durante todo el tiempo que estés allí jalando (y luego les tendrás que dejar, como en cualquier otro restaurante, el 12% el 15% o el 20% de propina). Pero… ¡Hey! Estamos hablando de Estados Unidos si hay restaurantes de temática sadomasoquista (como Wicked Grounds en San Francisco), ¿Por qué no uno en el que toda la plantilla sean los gilipuertas más recalcitrantes del mundo? Dicho esto saltemos al Luxor con su orientación egipcia de baratillo y de ahí al Mandalay Bay. Allí no es que viéramos nada que nos volara la cabeza (bueno…algunos recuerdos de Michale Jackson ese artista del que hace no pocos años era perfectamente licito reírse y ahora parece que está prohibido) pero si hicimos algo que estuvo muy bien. ¿Y que fue? Pues subir al Skyfall Lounge del Hotel Delano (no hare ningún juego de palabras como tríncamela con la mano. Solo diré que se trata del Hotel expansión del resplandeciente, cegador y muy hortera Mandalay Bay). Subimos. Sin gorra pero subimos (al parecer están prohibidas arriba). Vistas increíbles y gratis (que subirse a la torre Stratosphere cuesta sus buenos dólares). Entrando dentro de la chabacanería no pude hacer otra cosa que fijarme en la delantera de una camarera con el pelo corto y gafas. Amigos, no miento cuando les digo que aquello era el disparate de los melones y que esa pobre mujer tiene que tener unos problemas de espalda colosales. Tras las fotos de rigor y no pedir nada (vete tú a saber lo que te podían clavar ahí arriba por un lingotazo), nos fuimos al monorraíl que conectaba el Delano con el New York New York. Parece que no, pero el trote entre Treasure Island y Mandalay Bay es curioso y como te vas parando cada dos por tres para ver cosas (como la moto gigante que sale de la fachada de Harley Davidson Las Vegas, la guitarra gigante del Hard Rock Café,  la entrada del M&M World…) o sorteando locos que se ciscan en los blancos (verídico). No logramos el objetivo de llegar al cartel de Las Vegas a pie. No se pudo. Paramos en demasiados hoteles/casinos y así fue imposible. Por otro lado tengan en cuenta que teníamos que estar en la capilla a una hora determinada. No podíamos hacer esperar a Elvis.

Si miras al hotel durante más de 5 minutos seguidos te quedas ciego (cegado por el lujo).

Si miras al hotel durante más de 5 minutos seguidos te quedas ciego (cegado por el lujo).

Y volvimos a nuestro hotel. Al rato de descansar un poco nos fuimos al aparcamiento, agarramos el coche y nos fuimos para la capilla Viva Las Vegas donde, para disgusto de al menos uno de mis compañeros de viaje, se casaron Alaska y Mario Vaquerizo en su programa de la Mtv. Allí nos estaba esperando una señora muy pesada (si no me dijo un millón de veces que no podía hacer fotos durante la ceremonia, no me lo dijo ninguna), y un Elvis con una pinta de parte bragas de libro (yo creo que ese tío gana por goleada a Julio Iglesias y a José Coronado). El caso es que el sitio está especializado en bodas temáticas o lo que se traduce en: ¿Quieres celebrar una boda cimeria como si fueras Conan el bárbaro? O una disfrazado de Batman, pues ahí puedes. Mis amigos escogieron la que los disfrazaba de Elvis a él y de Marilyn Monroe a ella. La verdad es que fue toda una experiencia. El Elvis que les caso canto Viva Las Vegas a todo trapo después de chapurrear en español no sabemos cuántas veces que había casado a Alaska y Mario. Añadan que por el mismo precio pusieron su nombre en el luminoso que daba a la carretera y todo salió muy bien. Cuando se desvistieron, recogieron las cosas que les dieron volvimos al hotel porque teníamos que irnos de cabeza a ver el espectáculo de burlesque. Una vez dejamos el coche en el parking salimos directos hacia el Flamingo. Si la gente que ves durante el día en Las Vegas es peculiar por la noche es el no va más. ¿Alguien abre las puertas del manicomio en esa ciudad cuando se pone el sol o qué? ¿Y a que me refiero? Pues a que lo más normal entre los personajes que te puedes encontrar es a un tipo haciendo karaoke dándolo todo a pesar de que Dios no le ha llevado por los caminos del cante. Asique comencemos con la clasificación.

En el número 1 de los personajes de Las Vegas nos encontramos con el tipo al que por 20 dólares le puedes pegar una patada en la entrepierna. En el número 2 encontramos una vez más a los pedigüeños callejeros costrosos de la mañana lo que ocurre es que la tipa que estaba igual de costrosa que ellos seguía estando en bikini. En el número 3 encontramos la amalgama de gente semidesnuda encabezada por cinco chavalas con body paint sobre sus mamellas, dos afroamericanos con músculos hasta en las orejas y finalizando la lista dos aspirantes a Sargento Callahan con el mismo diámetro pectoral, uniforme policía modo putón y esposas. Evidentemente dejo en el tintero a las chicas vestidas de show girls clásicas, al cowboy en calzoncillos, a la recua de prostitutas que estaban justo en la esquina trasera del Harrah´s Casino, a todos los alegres tipos que distribuían publicidad de chicas de compañía y a esos campeones que piden dinero con un visible FUCK YOU en sus cartones. Fauna de Las Vegas. En fin, llegamos sin sobresalto alguno al Flamingo, cenamos en el food court (yo concretamente me tome una hamburguesa bastante decente en el Johnny Rocket´s que es una cadena de hamburgueserías estilo años 50 que hay en Estados Unidos) y a la cola del show de burlesque. Seguro que esperan que les cuente que en la cola solo había perdedores más solos de la una y con una cara de onanistas (si es que se puede tener cara de eso) pero lo cierto es que no. Había mujeres solas, muchas familias de asiáticos, parejas y algún señor que otro. Nos llamó la atención un asiático, probablemente chino, que tenía una cara de funcionario de correos o de prisiones que tiraba de espaldas. Cuando comenzamos a entrar evidentemente nos dijeron que nada de fotos, video etc. y nos ayudó a localizar nuestros asientos un señor mayor muy amable con esmoquin que nos contó que el provenía de los Países Bajos. El show estuvo bien. No entrare en detalles. Especialmente me gusto un número que se llamaba The Hot Box y el que utilizo la que es la mejor canción de streaptease de la historia (Cherry pie de Warrant). El de danza aérea también estuvo bien. No me gusto el de la copa de champan gigante porque ese solo le sale bien a Dita Von Tease y el que subió a un afortunado espectador al escenario resulto divertido.  Aparte del espectáculo de baile de chicas semidesnudas, hubo un corte con una stan up comedian que a mí me hizo mucha gracia. Le dio caña a todo el mundo y nadie de los que fueron blanco de sus chistes se sintió ofendido.

Curiosamente esa noche era la última de una de las bailarinas (una que tenía la cabeza de Hello Kitty tatuada en el torso) ya que lo dejaba para centrarse en su doctorado. ¿Y qué diferencia hay entre un espectáculo de burlesque y un streaptease? Básicamente el espectador no puede tocar a las bailarinas, no le puede meter dólares en el tanga, es un espectáculo con más coreografía y compuesto de diferentes números. Vamos, que es un show con bastante más gusto que lo que puedan ver en una barra americana. Decidimos no adquirir las foto que nos hicieron antes de entrar ni hacernos una con dos de las bailarinas porque una vez más los precios eran prohibitivos (si la memoria no me falla costaba 40$ la foto aunque, eso sí, te la daban con un portafotos de piel bien chulo). El final del día había estado muy bien y cansados por la caminata y la boda nos volvimos al hotel (una vez más sorteando las infestadas calles en las que casi presenciamos una pelea entre dos grupos de imbéciles y dando una vuelta por el Mirage). Dicen, algunos de los norteamericanos con los que he hablado sobre mi viaje, que Las Vegas es un gigantesco parque de atracciones para adultos. Yo sigo pensando que es un vertedero, pero un vertedero al que no sé porque, querría volver.

La noche, las luces, los locos...

La noche, las luces, los locos…


Más estrafalarias aventuras en:

Un idiota de viaje – Consideraciones viajeras y primera noche en L.A.

Un idiota de viaje – Los Angeles: Dos noches y un dia.

Un idiota de viaje – Adiós a Los Angeles y una road movie.

Un idiota de viaje – Sal de mi pueblo If you’re going to San Francisco.

Un idiota de viaje – Un hippie se subió a un tranvía en San Francisco mientras un recluso le estaba mordiendo la pierna. 

Un idiota de viaje – Con el ciruelo al aire por las calles de Frisco.

Un idiota de viaje – Going up the country.

Un idiota de viaje – Jugando al golf con el diablo.

Un idiota de viaje – Bienvenidos al fabuloso vertedero de Norteamérica.


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Un idiota de viaje – Sobrevolando ganancias en Las Vegas

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Un idiota de viaje…por César del Campo de Acuña

Sobrevolando ganancias en Las Vegas

Como ya saben duermo poco. Muy poco. Y aunque el día anterior anduviera de aquí para allá, de arriba abajo y entre dimensiones paralelas al buen gusto mi reloj interno decidió volver a sacarme pronto de la cama. Sin grandes planes para la mañana de mi segundo día completo en la ciudad del pecado más allá de visitar el famoso cartel que da la bienvenida a Las Vegas, salí a dar un paseo por el Strip para ver cómo era aquello sin las aglomeraciones habituales. Una vez pise acera pude ver a operarios del servicio de limpieza barriendo, aspirando y retirando los famosos cromos de señoritas de compañía que la mayor parte de los turistas dejaban caer al suelo una vez se los daban esas bandas de repartidores apostados en las esquinas. Cruce a la acera del Venetian. Mientras paseaba pensé en que la ciudad durante el día tiene cierto encanto en su fealdad, pero de buena mañana y con el cielo encapotado parecía un lugar profundamente triste. Miren, no soporto a Joaquin Sabina y sus letras llenas de metáforas para mentecatos, pero la avenida donde están los casinos a esas horas era el bulevar de los sueños rotos de su canción. Y entonces, fue cuando me fije en una pareja y en su chiquillo. Estaban sentados en la terraza de uno de esos malditos Starbucks (¿pensaban que me había olvidado de ellos?). El niño, que guardaba cierto parecido con Steven de Steven Universe, jugueteaba en las barandillas cual simio mientras que sus progenitores miraban al infinito sin dirigirse la palabra. Recuerdo que me llamó la atención sus profundas y coloreadas ojeras. ¿Una noche sin dormir a causa de su retoño o una mala racha de colosales dimensiones en el casino? Quien sabe, aunque percibí cierta preocupación en sus agotados rostros. Con aquello en mi cabeza seguí avanzando, mi objetivo era atravesar El Flamingo y volver a mi hotel.

Con la familia aun en mente me cruce con una chica afroamericana. Era menuda, no especialmente guapa pero de buena figura y generosísimo busto. Llevaba puesto un vestido de tubo color verde musgo con la espalda abierta y chanclas blancas en sustitución de los tacones que asomaban por la cremallera de su bolso. Pelo rizado, mucho maquillaje y amplios pendientes en forma de aro decoraban su cabeza de ojos entrecerrados mientras la boca no paraba de parlotear por el móvil. “Hey baby” en tono meloso y arrastrando la última letra de las palabras salieron de sus labios cuando pase por su lado sin importar quien estuviera al otro lado del teléfono. Una sonrisa y un amable good morning fueron mi respuesta. No sería justo por mi parte afirmar que se trataba de una de las muchas prostitutas que pude ver la noche anterior en la esquina del Harrah´s Casino, pero si tiene bigotes de gato, cola de gato y maúlla como un gato… ¡diablos, debe ser un gato! Y no, no es una valoración de mi ego pero, hacía muchos años que no se me insinuaba una meretriz. Evidentemente no es que me sintiera especial por ello ni nada que se le parezca pero convertí aquel encuentro fortuito de escasos segundo en una observación relativa a la ingente cantidad de primaveras que habían pasado desde la última vez que ocurrió algo parecido. Al mismo paso y con mis tiempos de portero en mente llegue al Flamingo. Me recibió un fuerte olor a ambientador, alguna mujer de la limpieza que otra, unas cuantas camareras y otros tantos jugadores acodados en las mesas o recostados en los sillones frente a las tragaperras. Aproveche para comprobar mi correo, enviar pruebas de vida y visitar la web de mi amigo vikingo mientras atravesaba el casino.

Una vez salí a la calle volví a la acera en la que estaba situado mi hotel. A pesar de la distancia de cuatro o seis carriles aun podía divisar a la familia del Starbucks. El niño jugaba, los padres seguían imitando a las figuras del museo de cera de Madame Tussaud. Empecé a notar un incremento sustancial de viandantes por el Strip y aunque no tenía que esquivar a personas para avanzar lo interprete como un signo inequívoco de que Las Vegas se estaba empezando a quitar las legañas tras dos horas de sueño. Y entonces hice mi primera parada turística del día. Pegado al Bellagio, a la zona del espectáculo del Volcán, estaba el monumento dedicado a Siegfried & Roy. ¿No saben quiénes son? Si, seguro que sí. Seguro que en algún sitio, ya sea una película o serie, han visto a unos ilusionistas/magos vestidos de blanco, bañados en lentejuelas, portando cardados imposibles y acompañados de un tigre blanco. Pues eso señores son Siegfried & Roy, dos de los más respetados y bien pagados artistas de la historia de la ciudad del pecado en particular y de la farándula estadounidense en general. De vuelta al hotel y a mi habitación, espere a que mis compañeros de viaje terminaran de ponerse en marcha dibujando. Una vez en el coche tomamos dirección sur para visitar el letrero de Welcome to Fabulous Las Vegas. No tardamos en llegar. Aparcamos y empezamos a notar como la temperatura subía y las nubes se dispersaban. No crean que estábamos los primeros de la Nochebuena, no. Una pequeña e improvisada cola de turistas se agolpaba frente al cartel mientras que un simpático vivo puesto por su cuenta y riesgo hacia fotos a los visitantes. Comente en voz alta que el tipo debía dormir allí mismo para defender la plaza ya que, aunque no ponía en ningún sitio que hubiera que pagarle casi todo el mundo le sacudía la mano con un par de dólares en la palma. Calculen, calculen…imaginen que en un buen día pasan 500 personas y que de esas 500 más de la mitad te dan un par de verdes. Sin lugar a dudas el tío más listo de Las Vegas.

En cuanto les dieron un zarpazo de verdad se les quitaron las ganas de actuar.

En cuanto les dieron un zarpazo de verdad se les quitaron las ganas de actuar.

Tras la foto de rigor nos dirigimos al Salón de la Fama del Pinball. Ahora me gustaría contarles que llegamos sin problemas, que jugué a recreativas de los años 40 y que alucine en colores pero no. No lo encontramos. No teníamos la dirección exacta del lugar y por lo tanto, nuestro estúpido GPS no podía dirigirnos a ella. Un mortificador “no tenemos tiempo para buscar” me aguo la mañana y convirtió mi buen humor en una pesadilla para un relaciones públicas. La falta de tiempo venia determinada, porque esa tarde teníamos la excursión en helicóptero que habíamos contratado desde España. Sobrevolaríamos el Cañón del colorado, pero yo en ese momento, en nuestro Hyundai Elantra, estaba sobrevolando el nido del cuco. Dirección norte, fuimos hacia un outlet próximo al coloreado barrio cercano a la estación de autobuses donde dejamos a uno de mis compañeros de viaje. De ahí, los dos que quedamos dentro del coche debíamos ir hacia el Museo de la Mafia, pero no me gusta ver las cosas con prisa por lo que decidí, al ser el máximo interesado, en no pasar por allí. En su lugar paramos en otro punto estúpido que había marcado en mis planes: la casa de empeños de El Precio de la Historia (Pawn Stars). Una vez allí la decepción fue mayúscula. No sé de qué manera esta filmado el programa de televisión para hacer parecer a ese local tan grande pero desde luego no lo es. Evidentemente, tampoco estaba allí ninguno de los protagonistas del show y ese ambiente bullicioso y luminoso que podemos ver en las transiciones entre transacciones se había esfumado. Tampoco vi nada que me pudiera permitir o gustara por lo que no compre nada en la casa de los Harrison.

Volvimos al Outlet. Sin la capacidad de llamar por teléfono nos dedicamos a parar en diferentes sitios en busca del tercer miembro de nuestra comitiva. Cabe destacar que pasamos por dos tiendas reseñables. La primera fue una en la que un loco de las equipaciones deportivas se podría haber hecho con la camiseta de su jugador preferido. Bueno, cualquier loco menos yo, porque pregunte por la camiseta de Bill Laimbeer clásica de los Detroit Pistons y me miraron con cara de no saber de quién porras les estaba hablando. La siguiente tienda  de la que les quiero hablar es Hot Topic o la tienda de intrascendencias para los que se suben al carro porque han oído que en ese carro se está muy bien. No creo en la militancia y menos al respecto de la cultura popular, pero desde que está “de moda” ser un nerd no hay lugar por el que pase en el que no me encuentre con uno o dos tipos que digan de viva voz: “es que soy muy friki” mientras señalan su camiseta de Thor, Iron Man, Dead Pool…y similares. ¿Y saben dónde las compran? Pues en sitios como Hot Topic y luego a reír y soñar, que la vida son dos días y uno estamos de prestado. No han leído un comic en su vida, ni piensan hacerlo, pero ya son tan friki que se siente obligados a compartirlo contigo y detesto cuando alguien se presenta como algo antes que como alguien. Dejando a un lado mis fobias y filias particulares, solo puedo contar que seguimos deambulando por el outlet al aire libre, pasando por debajo de esa suerte de aspersores diseñados para enfriar el ambiente y viendo a turistas pasar cargado de bolsas pensando que han hecho la compra de sus vidas. Finalmente encontramos a nuestro objetivo en la tienda de la marca Skechers la cual, y no entiendo muy bien porque, siempre confundo con Geox. ¿Qué más contar salvo el síndrome de la bola de pinball? , pues poco o nada más. Ligeramente cargados volvimos al hotel para hacer lo propio con nuestros teléfonos y estómagos.

Menudo TIMO.

Menudo TIMO.

Verán, mi paladar no es muy sofisticado. Evidentemente hay cosas que me gustan más y menos, pero fundamentalmente como para sobrevivir. Eso sí, si hay algo que me apasionan son las barbacoas y desde que puse el pie en Estados Unidos contaba los días en el que pudiera degustar una al estilo norteamericano. Y ese día llego. ¿Y dónde comimos? Pues en un restaurante situado en nuestro propio hotel llamado Gilley’s. El sitio, un Saloon/Bar Country que por las noches siempre estaba muy animado con música en directo y huéspedes haciendo el burro en el toro mecánico o haciéndose fotos con sus camareras vestidas con poco más que unas chaparreras, bikini, botas tejanas y sombrero, ofertaba buena cocina sureña y vive Dios que comprobaría si era verdad. Desafortunadamente, lo primero que pudimos comprobar es que las camareras del turno de medio día no eran como las que anunciaban los carteles y no, no me importaba en absoluto, pero este hubiera sido un caso más de publicidad engañosa del que se habría hecho cargo sin dudarlo Lionel Hutz. Nos atendió primero un tipo inmenso que nos escolto a nuestra mesa y luego una mujer más cercana a los 50 que a los 40 con un par de contundentes razones en su haber. Pedí un plato con tres carnes a seleccionar. Opte por cerdo deshilachado, medio pollo asado y medio costillar de cerdo. El cerdo me pareció muy sabroso, el pollo pasable y el costillar estaba extraordinariamente seco. No pude con este último y con mi ración de macarrones con queso. Demasiada comida y demasiada bebida. En general no estuvo mal y aunque no me pareció sobresaliente si ganó un aprobado. Al poco y transportado por una fuerza invisible me volví a ver en un Starbucks.

Una vez más en la dichosa cafetería de marras y amarras me puse a observar. Al menos, en esta ocasión no se trataba de Hipster Ville: Ciudad de la barba. No, esta unidad de Starbucks que vendía sus cafés y presencia en el Strip con un video que comenzaba con el generoso escote de una camarera sirviendo leche con la sutileza, delicadeza y buen gusto de un bisonte con tutú, estaba poblada por una colección de turistas de entre los cuales me llamo especialmente la atención una familia compuesta por tres individuos. Papa, canoso, alto y con ese saludable aspecto de los mafiosos de mediana edad aparecidos en el Equipo A acompañado de mamá y su fotocopia esquelética 20 años más joven. El asunto es que parecía que habían traído a su hija a Las Vegas a celebrar su mayoría de edad y aunque no llevaba una banda que conmemorara tan importante suceso para la humanidad (como si fue el caso de otras con las que me encontraría esa misma noche…), todo parecía indicar que estaban allí por ese motivo. Me los imagino en su casa; “Hija mía – dijo el padre – este año has cumplido la mayoría de edad y como te queremos mucho, tu madre y yo hemos decidido acompañarte en todos los rituales estúpidos y socialmente aceptados adscritos a tan crucial momento de tu vida. Nadie en la familia quiere que acabes encerrada en tu cuarto escuchando a Alanis Morissette mientras lees manifiestos feministas, por lo que te acompañaremos a Las Vegas donde podrás beber, cabalgar, jugar y hacer todas esas cosas que hacen de la adultez algo medianamente soportable”…la estampa familiar que yo mismo cree en ese momento termina con Mamá e hija dando palmas. Mi imaginación y yo. De todos modos, siempre que me aburro suelo escoger a alguien cercano a donde este parado y me empiezo a inventar una historia sobre su pasado, presente y futuro. En Nueva York lo hice en dos ocasiones y cuando relate las desventuras de Hector en el Bronx hispano y las de Kevin el pizzero en su diminuto apartamento se convirtieron en dos  de las tonterías más celebradas del viaje.

Fuera de Starbucks, fuimos a Siren´s Cove, el sitio de nuestro hotel en el que nos recogerían los de la excursión en helicóptero. Cuando llegamos ya estaba esperándonos la furgoneta plateada con el logo del tour. Subimos, nos pusimos cómodos y empezamos a parar en diferentes hoteles en los que se fueron subiendo otros tantos turistas. Corramos un velo hasta llegar al sitio desde el que despegaríamos el cual estaba lo suficientemente alejado como para que me durmiera. En mi defensa debo decir que la poca luz que entraba por las ventanas debido a los vinilos que cubrían por completo la furgoneta ayudaba sustancialmente a que el pasajero convirtiera su sopor en profundo sueño en cuestión de minutos. Sea como fuere, llegamos y una vez allí en una oficina/taller/tienda de recuerdos nos atendieron, nos hicieron pesarnos para disgusto de algunas féminas y esperar. Una vez estuvo todo correcto y el numero justo de pasajeros estaba disponibles fuimos hacia el helicóptero que nos llevaría a dar uno de los paseos de nuestra vida. El piloto era un tipo simpático y dicharachero al que nadie, salvo quizás yo mismo, hizo demasiado caso durante el viaje. En el asiento delantero y por este orden estábamos dispuestos el piloto, mi amiga y yo. Detrás un señor de origen cubano bastante orondo, sus dos enclenques vástagos más interesados en encestar (y no en una canasta precisamente) que en otra cosa y el marido de mi amiga. Despegamos. Escogimos de manera deliberada formar parte del último tour del día por las increíbles luces y tonalidades que podríamos apreciar desde el helicóptero a esa hora. Y ahí estaba, un tipo con un terrible miedo a los aviones sobrevolando el Cañón del colorado en un helicóptero para siete personas. El viaje fue agradable, lleno de anécdotas y curiosidades de la zona contadas por el piloto. Ya les he dicho que la mayor parte de ellas cayeron en saco roto pero yo intente atender a todas ellas y gesticular sobre las mismas  ya que estaba demasiado petrificado por el miedo para agarrar el micrófono de la radio y comunicarme con él interviniendo de algún modo en aquello que nos explicaba.

El gran protagonista del día.

El gran protagonista del día.

El vuelo tiene una parada. Me sentí mareado. El piloto me comento a que se debía a que el cerebro no está acostumbrado a moverse en tres dimensiones espaciales y me recomendó que mirara al horizonte para que no me volviera a pasar. Le hice caso en el trayecto de vuelta. Les podría contar que las vistas eran increíbles, que los colores rojizos del caños destacaban con las luces del atardecer y todas esas cosas que pueden leer en un millón de crónicas de viajes pero prefiero contarles que estábamos sobrevolando una de las zonas más inhóspitas de Estados Unidos, llena de cactus, sin agua y poblada por escorpiones, lagartos venenosos y hasta cuatro especies diferentes de serpiente de cascabel. Una vez llegamos, nos despedimos del piloto, volvimos a la sala donde nos pesaron, nos dieron un refresco y esperamos a que nos llevaran de nuevo a la ciudad. Condujo un tipo parecido a Stone Cold Steve Austin bastante majo. Los tipos de origen cubano con los que habíamos compartido habitáculo aéreo se pasaron todo el trayecto de vuelta a Las Vegas hablando de chicas, de discotecas/clubs y de historias salidas de las insondables profundidades de ese ente conocido popularmente como “La noche”. El viaje de vuelta se hizo extremadamente pesado. Cuando no consigo ver nada que estimule mis sentidos parece que el tiempo se congela a mí alrededor. Esta peculiaridad se vuelve especialmente desagradable cuando viajo en tren. No tardaron demasiado en saludarnos las titilantes luces de la ciudad del pecado. Nos bajamos de la furgoneta en El Venetian ya que no teníamos intención de ir directamente al hotel, queríamos ver el espectáculo del volcán del Bellagio e ir a jugar y queríamos ir a jugar al casino que mejor se había portado con nosotros: El Flamingo.

Más allá de las consolas y el ordenador no me pregunten por juegos. De hecho, no se jugar a ningún juego de cartas pero uno de mis compañeros de viaje si, asique ni cortos ni perezosos decidimos jugar al Black Jack. Del Venetian, al Bellagio y una vez visto el espectáculo al Flamingo nos volvimos a topar con la misma ralea que la noche anterior incluido, como no, el tipo al que podías patear la entrepierna por 20 dólares. Eso sí, destacare que nos topamos con una bamboleante mujer afroamericana de desmesurada humanidad colocándose para disfrute y uso de cualquier viandante sus dos armas de destrucción masivas del castillo de proa. Paramos a cenar en un sitio llamado Jimmy Buffett’s Margaritaville situado en el propio Flamingo. Yo, para disgusto de mis compañeros de viaje y del rollizo camarero que nos atendió no cene. El restaurante estaba decorado con elementos que recordaban a la costa de Florida; había mesas barco, un hidroavión colgado del techo y un escenario que parecía una cabaña playera con sus pelicanos de cartón piedra y todo. Sobre el escenario, una banda de country trataba de animar al público aunque nadie les hacía caso. Fue triste, porque el cantante estaba tratando de hacer todo lo posible para que los parroquianos se animaran pero todo el mundo estaba a sus conversaciones a pesar del altísimo volumen de la música. El que si se dio cuenta, a raíz de la cara de circunstancia que mantuvo el rato que allí estuve, del desastre fue el bajista, un rockabilly levemente parecido a Agustín Jiménez vestido con una camisa de mangas cortas de bolera. Es muy desagradable ver a un artista sobre un escenario tratando de levantar al público sin lograrlo. Tanto fue así que llegue a sentirme mal cuando nos levantamos para marcharnos del restaurante a mitad de una canción. Pero antes de irnos a la mesa de juego, déjenme que les hable del cowboy de medianoche que estaba disfrutando el concierto. En la segunda o tercera canción, apareció un tío con sombrero vaquero, botas chúpame la punta, tejanos y una camisa sin mangas. Turquesas  adornando su cinturón, sin corbatín, pero con ganas de pasárselo bien, se puso a bailar con sus dos acompañantes por turnos. A todo esto, hablando de bailar, una chica trato de enseñar a un individuo de claro origen hispano a bailar aquello, pero el tipejo estaba más interesado en meterla mano en la raja del culo. Evidentemente la chica se dio cuenta y al segundo o tercer intento de invadir su pequeño cañón mando a paseo al imbécil con sorprendente mano izquierda.

Una vez en el casino, gracias a nuestro poco mundo nos dirigimos a la zona de cobro a cambiar nuestro dinero. Allí nos indicaron que se hacía en las mesas. Buscamos una de Black Jack en la que no hubiera nadie. Hicimos una cama de 30 dólares y tras unas manos terminamos llegando a los 90 dólares a pesar de mis habituales temores a los que me gusta llamar exceso de prudencia. Con 20 dólares de beneficio ya estaba más que satisfecho. La vuelta al hotel transcurrió sin incidentes. Invertimos parte de nuestras ganancias en una tienda abierta las 24 horas. Compramos víveres para el día siguiente de cara al desayuno y al día de excursión que haríamos por el Cañón del Colorado. Añado que entre los víveres que adquirí con mis ganancias se encontraba una enorme bolsa de mi marca de regalices rojos preferida: Twizzlers. Poniendo punto y final a nuestro último día en Las Vegas nos topamos con dos motoristas que demuestran que el tema de la customización de motos de corte Harley Davidson no es exclusivas de blancos bigotones amigos de los tatuajes como Paul Teutul, sino que los afroamericanos también pueden poner su particular y ostentosa visión a este tipo de máquinas. Atronando con su música y cegando con sus luces hacían que todas las caras del Strip se giraran. Las Vegas, ciudad de excesos que no me volvió loco pero a la que volvería por el enorme debe que contraje con ella en tres días…

Las mismas luces que en los carricoches de la feria.

Las mismas luces que en los carricoches de la feria.


Otras animadas aventuras en:

Un idiota de viaje – Consideraciones viajeras y primera noche en L.A.

Un idiota de viaje – Los Angeles: Dos noches y un dia.

Un idiota de viaje – Adiós a Los Angeles y una road movie.

Un idiota de viaje – Sal de mi pueblo If you’re going to San Francisco.

Un idiota de viaje – Un hippie se subió a un tranvía en San Francisco mientras un recluso le estaba mordiendo la pierna. 

Un idiota de viaje – Con el ciruelo al aire por las calles de Frisco.

Un idiota de viaje – Going up the country.

Un idiota de viaje – Jugando al golf con el diablo.

Un idiota de viaje – Bienvenidos al fabuloso vertedero de Norteamérica.

Un idiota de viaje – Un flamenco, una boda y un streaptease.


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Un idiota de viaje – Carretera y manta

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Un idiota de viaje…por César del Campo de Acuña

Carretera y manta

Mi último amanecer en Las Vegas, como de costumbre, llego pronto. Pero en esta ocasión no fui el único en abrir los parpados temprano ya que ante nosotros se perfilaba un día de carretera de impresión. 545 kilómetros entre dos puntos. De Las Vegas al Gran Cañon del Colorado y del Gran Cañon del Colorado a Flagstaff cruzando un tramo de la Histórica Ruta 66. Sobre el mapa no parecía tanta distancia, pero con paradas obligatorias incluidas, ese sábado 20 de agosto de 2016 se presentaba ante nosotros como una autentica road movie o En el camino de Jack Kerouac. Mi desayuno consistió en galletas Oreo Cinnamon Bun, un zumo de manzana y un Nesquick. Repuestos, hicimos el check out, nos dirigimos al aparcamiento, cargamos las maletas, montamos en el coche y pusimos rumbo al Gran Cañon dejando atrás el mármol de cartón piedra, señores afroamericanos vestidos como el payado de Micolor, individuos que te mandan a tomar por donde amargan los pepinos con sus carteles de mendicidad, colecciones de cromos de señoritas de compañía, desorbitados precios y la sensación de que, a pesar de todo, no me importaría volver. Como les decía en la anterior entrega de Un idiota de viaje, él debe contraído con la ciudad del pecado era amplio y sé que algún día visitare el museo de la mafia, veré iluminada la Fremont Experience, paseare por el Burlesque Hall of Fame, me tomare unas sliders en White Castle, jugare unas partidas en el Salón de la Fama del Pinball, disparare un arma automática en el desierto e incluso puede que vea allí mismo un show de wrestling como el que Ring of Honor celebraba allí justo el día que poníamos kilómetros de distancia entre nosotros y las mesas de juego.

Como el viaje en carretera no les dirá nada hasta un punto concreto al que llegare en breve déjenme que les cuente una anécdota. A lo largo de los años el trio expedicionario ha fomentado una sólida amistad con el dueño de una heladería perteneciente a la franquicia Baskin Robbins (quizás les suene). El caso es que le prometimos que a poco que viéramos una le haríamos fotos. Curiosamente, no fue hasta el momento en el que salíamos de Las Vegas que pudimos avistar una. Evidentemente estaba cerrada y no íbamos a parar para hacerle una foto a una puerta. A todos nos llamó la atención la poca presencia de esta franquicia en las tres ciudades que habíamos visitado hasta el momento y aunque vimos bastantes Dunkin’ Donuts (franquicia matriz de Baskin Robbins) de las heladerías ni rastro. Mis compañeros de viaje, alegres trotamundos, si cabe estaban más sorprendidos que yo debido a que en el viaje que realizaron a Japón en el verano de 2015 vieron una ingente cantidad de estos establecimientos por el país del sol naciente. Curiosamente, ese mismo día mucho más tarde, cuando entrabamos en Kingman (un pueblo de la Historica Ruta 66) pude vislumbrar otro, pero al igual que el que nos despidió en Las Vegas, también estaba cerrado. Si en lugar de encontrarnos con un millón de Starbucks nos hubiéramos topado con estas heladerías habría entrado en todas ellas alegremente. Pero sigamos en la carretera, sigamos con nuestra música que incluía desde canciones pertenecientes a las bandas sonoras de las películas animadas de Disney hasta temas como Free Bird de los Lynard Skynard.  Dicho sea de paso, escuchar la citada canción de los Skynard mientras viajaba por las carreteras de los Estados Unidos era una de esas cosas que siempre había querido hacer y que terminaron en mi lista de tareas a realizar antes de morir. Por lo tanto una menos señoría.

La primera parada del día llego cuando alcanzamos el punto que más excitaba a Carlton Banks en el capítulo del Príncipe de Bel-Air en el que él y Will Smith visitaban Las Vegas. Si son duchos en cultura popular o aficionados a las comedias de situación de los años 90 abran adivinado que me refiero a La Presa Hoover. Tras un pequeño rifirrafe con dos miembros de los cuerpos de seguridad estadounidenses (al parecer nos habían hecho gestos para que bajáramos la ventanilla cuando estábamos aproximándonos a la entrada de la presa pero nadie los vio) seguimos adelante, aparcamos y tomamos la foto de rigor. En el futuro, si algún día vuelvo a visitar Las Vegas, no me importaría realizar la visita guiada por la presa. De vuelta a la carretera. Poco tiempo después cruzamos la frontera del estado; nos encontrábamos en Arizona donde el juego ya no era legal. La temperatura aumentaba, pero no hasta puntos extremos como los vividos en El Valle de la Muerte. El paraje, árido, seco, terroso y con ciertas notas rojizas. El firme de la carretera, como a lo largo de todo el viaje, seguía siendo infernal y este nos llevó a atravesar algunas minúsculas e inhóspitas poblaciones situadas en medio de la gran nada que era aquel secarral. Siento repetirme, pero el que cruzo aquello por primera vez lo tuvo que pasar pirata. Afortunadamente nuestras ruedas siguieron girando hasta que llegamos al Parque Nacional de los Arboles de Josué (Joshua Tree National Park) donde esos cactus que parecen hombres orando se pasan las horas muertas al sol. Paramos sí, pero aquellos cactus se parecían a un hombre rezando lo mismo que un huevo a una castaña. No es mi intención chafarle el chiringuito a nadie pero las cosas como son.

¿Rezando un rato?

¿Rezando un rato?

Más kilómetros de carretera polvorienta después finalmente llegamos a la bolsa de aparcamientos del Gran Cañón. Nos dio la bienvenida a las instalaciones un tipo barbudo que se protegía del sol con un sombrero similar al del Coronel Tapioca. Vestía una camiseta de manga corta, un chaleco, pantalones cortos y botas que le hacían parecer un extra de la película Parque Jurásico. Nos preguntó de dónde éramos, y cuando le respondimos que de España algo nos dijo de tener familia en nuestro país o de haber pasado un tiempo por aquí. El caso es que cuando nos despedimos para seguir adelante nos espetó un sonoro, sincero y sonriente: “Jesús os ama”. Nunca me lo habían dicho nadie que no fuera un sacerdote y aunque tengo mi fe bastante abandonada me gusto escuchar aquello. Una vez aparcamos nos dirigimos hacia las colosales tiendas inflables que ya habíamos visitado el día anterior cuando hicimos la parada obligatoria del tour en helicóptero. En un principio pensé que no era el mismo lugar, pero si,  era el mismo sitio. Dentro adquirimos los pases que nos permitirían recorrer los tres puntos del oeste del Gran Cañon y cruzar por el Skywalk, una suerte de U de cristal suspendida sobre la gigantesca brecha. Con aquel pack, la comida estaba incluido un vale de comida. Haciendo cálculos salía a cuenta. Para avanzar por el parque explotado por la tribu Hualapai, no se puede utilizar el coche por lo que al turista no le queda más remedio que hacer uso de los autobuses que le lleven de uno a otro destino. Y el primero era una villa del oeste al que no tarde en catalogar como trampa para turistas. Evidentemente el poblado era más falso que una moneda de curso legal con la cara de Popeye, pero tenía su atractivo para los turistas más pequeños. Había un show de magia, caballos, podías enlazar cabezas de ganado (igual que las balas de paja de Mammoth Lake) e incluso disputar un insólito duelo con balas de fogueo. Vimos a dos visitantes asiáticos, probablemente chinos, probando suerte con los revólveres y solo puedo decir que si hubieran estado en el salvaje oeste real el enterrador abría construido esa misma tarde dos féretros bien pequeñitos.

¿Y que tienen todas y cada una de las trampas para turistas que hay desperdigadas por el mundo? Pues una carísima tienda de regalos. ¿Y que podíamos encontrar en la de este villorrio del oeste? Pues sombreros, imanes, turquesas, cinturones, botas vaqueras…de todo. Lo cierto es que estuve tentado a comprar un Stetson, pero si no quería ser conocido en mi localidad como el tonto de la hebilla, vive Dios que tampoco quería ser conocido como el tonto del sombrero (ese honor siempre recaerá en el director de cine Robert Rodríguez). Tras ver el patíbulo, los caballos, la prisión y demás decidimos que habíamos tenido más que suficiente y nos marchamos, dejando el pequeño pueblo del oeste y a sus atentos trabajadores entreteniendo a otros turistas. El autobús, conducido por el hermano gemelo del desaparecido Bud Spencer, nos llevó al punto en el que se encontraba el Skywalk sobre el gran cañón.  El calor apretaba, no tanto como en cierto valle mortífero, pero la sensación de calor debido a la ausencia de la más mínima brisa era altísima. ¿Y qué ocurre cuando hace calor? Que la gente hace estupideces y muy pegaditos a la brecha ante la enorme grieta es el mejor sitio para hacerlas. La capacidad de ignorar riesgos en pos de hacerse una foto del ser humano es una cosa que aún me deja anonadado. Como en esos momentos estaba a mis asuntos, ya que no soy amigo de vivir la experiencia tras un objetivo, me pude fijar como unas hermanas iban dando pasitos cortitos hacia atrás con el barranco a sus espaldas para conseguir el mejor “selfie” posible. Evidentemente un áspera, seca y sonora llamada de atención de su padre impidió el suicidio involuntario de las dos jóvenes. Pero el asunto estuvo cerca. Y de ahí, de las fotos, del “mira que alto” y demás pasamos al interior del edificio en el que estaba el Skywalk.

La prudencia del ser humano.

La prudencia del ser humano.

¿Quieren pasar al Skywalk? Pues sin cámara, sin teléfono móvil, con una funda en los zapatos y si quieren una foto esperen a que se la hagamos nosotros, que somos Hualapai, no tontos. Y es eso, porque nosotros teníamos el ticket “todo incluido” que sino clavo y de los gordos. Y ahí, estas, suspendido a no sé cuántos metros del suelo sobre un vidrio viendo, más o menos, el fondo del gigantesco agujero, mientras que un Hualapai te hace fotos en las que sales haciendo el estúpido para luego tenerte 15 minutos esperando en una tienda de suvenires hasta que salen y entonces es cuando te intentan a volver a sangrar. Mis amigos adquirieron dos fotografías de las muchas que nos hicieron. Yo no compre ninguna. Una vez sales de allí puedes hacer un pequeño recorrido por unas recreaciones de tiendas/casas tradicionales propias de la cultura de los nativos americanos. Curioso, sin más. Eso sí, me molesta a horrores, y al parecer es algo universal, cuando un imbécil decide tallar, pintarrajear o escribir su nombre allá a donde va y en el interior de algunas de estas edificaciones se podían leer los nombres de los tontos de turno. Y otro a tienda de quincallería para turistas al final del recorrido. Entrando en el plano de la tristeza, me dio cierta lastima ver a un grupo de personas mayores pertenecientes a la tribu bailando y cantando ante un público escaso y poco entregado. ¿Preservar tu cultura o malvenderla? No sé, los abuelillos parecían felices y estaban entregados a lo que hacían para alguno de los pocos turistas que se animaron a acompañarles y a bailar con ellos. Yo no pare. No pare porque como ya les comente cuando hablamos de El Castro, me produce vergüenza ajena ponerme a observar a personas de costumbres diferentes como si fueran monos de feria.

Y vuelta al autobús con el rumbo fijado al punto más alto de la visita: Guano Point. Y allí, el lugar donde los Hualapai nos ofrecerían una barbacoa, la cosa iba de senderismo, de volver a darle a las piernas subiendo y bajando riscos con unas vistas increíbles mientras una bandada gigantesca de cuervos como gatos de grandes revoloteaban por las carpas donde los turistas comían. Pero antes de subir al punto más alto, hablemos del imbécil del día. Bien, el imbécil del día era de origen italiano. El tipo, no contento con aproximarse hasta un punto de no retorno a la brecha del cañón decidió tumbarse sobre una roca plana inclinada que sobresalía por el borde, ya saben, como las que han visto un millón de veces en las caricaturas  del Coyote y el Correcaminos. Y ahí estuvo un buen rato tentando a la suerte o llamando a la puerta de la parca. Pero esta última tenía que tener puesta las pantuflas y no quiso abrir, porque al tipo no le ocurrió nada a pesar de que lo vi desapareciendo en una cómica nube de polvo en mitad del vacío. Aquella parte de la visita me encanto. Volvía a ser yo y mis costrosas zapatillas de saldo contra los elementos. Y subí, baje, trepe y repte para llegar al punto más alto, desde el que pude observar la inmensidad del cañón. Una vista que bien vale un viaje. Pero volvamos a las tonterías que es lo que les gustan. Si mis zapatillas no eran las más indicadas, el modelito de una turista embutida cual longaniza en su vestido de tubo rojo tampoco. Estaba en la zona donde estábamos comiendo (pegaditos a los cuervos del demonio) y no, no me llamo la atención por su figura, sino por el conjunto seleccionado para ir a un sitio como Guano Point.  Con chanclas y a lo loco. La comida, abundante y de buen sabor, aunque todo el mundo le daba su mazorca de maíz a los cuervos y los animalitos tan contentos. Eso sí produce cierto respeto estar comiendo al lado de una bandada de cuervos de esas dimensiones generales y particulares.

¿Que dices? ¿que aquí dan de comer gratis?

¿Que dices? ¿que aquí dan de comer gratis?

Tras comer, abandonamos Guano Point en autobús. Una vez más conducía el hermano gemelo de Bud Spencer. Llegamos al campamento base de las tiendas infladas y de ahí al coche, que nos quedaban 345 kilómetros por delante de Ruta 66. El viaje fue tranquilo. Hasta que llegamos a la altura de Kingman no sucedió nada de interés. Grandes camiones, bandas de motoristas de fin de semana y poco más. Paramos a repostar en el pueblo que acabo de mencionar en la gasolinera más redneck del contorno. Había en la puerta un tipo con bastante roña y muchos tatuajes en la puerta de la gasolinera bebiendo. Tras el mostrador atendían un tío joven esquelético y la mujer más gorda que vi en todo el viaje que se moviera sin la necesidad de usar un andador. Como no teníamos ni idea cómo funcionaban las bombas de su gasolinera (había que bajar el brazo metálico del surtidor) le pedimos ayuda. Seguro que esa noche se río a gusto de nosotros. Mis amigos compraron un Monster, una bebida que sabe a medicinas y a dopaje en lata. Sobre Kingman amenazaba lluvia y con ella nos encontramos de camino a Flagstaf ya que, a medida que nos acercábamos a nuestro destino el secarral comenzó a dar paso a frondosísimos bosques. Estábamos circulando por la Histórica Ruta 66, otra cosa más que tachar de mi lista de tareas a realizar antes de morir. A parte del cambio de escenario, otra cosa que nos llamó la atención fue la velocidad a la que circulaban los camiones. Era la ley de la selva. Camiones inmensos con sus gigantescos trailers adelantando a otros camiones por la derecha, por la izquierda, en curvas, cuesta arriba, cuesta abajo…y tú, allí, en tu coche entre aquellos monstruos, pasando peligrosamente cerca de sus ruedas. Déjenme que les hable de las ruedas…como las de los vehículos de Mad Max. Los tornillos de las ruedas delanteras de las cabezas tractoras estaban recubiertos por una protección que sobresalía medio palmo y que a toda velocidad le hacían parecer cuchillas mortíferas o un abrelatas monstruoso dispuesto para triturar a los pequeños automóviles que se atrevieran acercarse demasiado.

Dejando a un lado a los camiones pasemos a hablar de las paradas. Hicimos un total de tres paradas. La primera en una gasolinera que tenía un cartel de la Ruta 66 gigante. Había que entrar en la propiedad para fotografiarlo y esta estaba repleta de coches y motos oxidadas. Entramos y allí estaban un nativo americano bastante achaparrado y con trenza, un redneck como una camiseta roja, gorra y que tenía en el cinto un cuchillo enorme y una tiparraca a la que le faltaba un buen puñado de dientes. Entre su distinguida clientela se encontraba un tipo que circulaba con un coche trucado sin capó y una pareja que viajaba en una pick up enorme de color negra como las ropas que ellos mismos llevaban. Si algo me ha enseñado las películas de terror de carretera es a no parar en ningún sitio en el que coches oxidados de toda suerte de épocas se estén pudriendo en la entrada y la segunda parada que hicimos estaba lleno de ellos. Nos atendió una chica joven, solo buscábamos imanes, allí no había nadie. No tardamos en marcharnos. Se hacía tarde y visitar la senda de los dinosaurios por el tiempo y el trecho que a un nos quedaba por delante quedo descartada. La parada final llego en una gasolinera de Seligman tras muchos, muchos, muchos, muchos, muchos kilómetros de carretera en línea recta (la cual estaba trufada de chascarrillos en diferentes carteles a cada kilómetro para mantener a los conductores despiertos). Compramos unos recuerdos, vi un punto lleno de trastos para coleccionistas de Coca-Cola y entablamos una pequeña conversación con los empleados. Ella estaba deseoso de viajar a España, había oído muchas cosas buenas de Barcelona y de la comida que hacemos en nuestro país.

Tormenta en la parada.

Tormenta en la parada.

Y seguimos sin pausa hasta Flagstaff. El hotel en el que nos hospedamos era el típico motel al pie de la carretera. Lo han visto en cientos de películas. Dos plantas y forma de L. La anécdota del día; Ya saben, siempre que se habla de los estadounidenses sale el listo de turno con la historieta de que no saben situar este o aquel país más o menos importante en un mapa. Bien, pues nosotros vivimos eso en primera fila cuando nos pusimos a hablar con el recepcionista. En defensa de los norteamericanos, debo decir que el tipo era de origen árabe y a juzgar por su marcado acento debía de tratarse de una primera generación en el país de las barras y estrellas. El andoba, a raíz del éxito de los Estados Unidos en los Juegos Olímpicos de Rio 2016, nos preguntó por nuestra actuación en las olimpiadas (como Arthur, el dicharachero recepcionista del hotel de Carmel-by-the-sea) y de paso destapo su falta de conocimientos cuando nos preguntó que si Brasil quedaba cerca de España. ¡Viva la cultura! En fin… teníamos desayuno garantizado, una buena conexión Wifi, dos camas queen size y una historia para la eternidad ¿Qué más queríamos? Pues a pesar del atracón de Twizzlers que me di en el viaje, yo quería cenar y parecía que en Flagstaf respetaban los husos horarios de Estados Unidos, por lo que a las 20:00 ya era algo tarde. Sin prisa, pero sin pausa salimos a la calle. Cuando llegamos me pareció ver el luminoso de un restaurante estilo años 50 pegados a nuestro hotel y hacia allí que fuimos gastando suela. Tan cerca estaba que no merecía la pena poner en marcha el coche. El sitio se llamaba (y entiendo que se llama) Galaxy Dinner y parecía una capsula del tiempo. Nos recibió un grupo de jóvenes locales vestidos como en la década de los 50 que bailaban al ritmo de la música de esos tiempos. Luego nos enteramos que se trataban de los miembros del club local de twist, los cuales se reunían cada sábado por la noche en el restaurante para bailar. Nos acompañó hasta nuestra mesa una camarera pero nos atendió otra más alta, delgada y de pelo rubio y liso. Durante todo el tiempo que estuvimos allí fue extremadamente amable y atenta con nosotros lo que luego repercutió en la propina que decidimos dejar.

No sé muy bien porque pero me apetecía pollo frito. Llevaba con el plato en la cabeza desde hacía días. Desafortunadamente para mis papilas gustativas se les había terminado. Con ganas de otra cosa que no fuera una hamburguesa opte por el plato de pavo, con su puré de patas, su salsa gravy y todos esos avíos de Acción de Gracias. Como apunte o anécdota, si lo prefieren, debo destacar que uno de mis compañeros de viaje pidió una cerveza pero la camarera nos dijo que en el Galaxy Dinner no servían alcohol. Me sorprendió gratamente ¿y porque? Verán, el restaurante estaba/está pegado a una carretera y que el dueño tuviera el deber cívico de no servir alcohol cuando buena parte de sus clientes debían ser conductores de paso me pareció algo loable. Puede que los motivos sean diferentes a los que yo me he imaginado, pero prefiero quedarme con mi historia. La riquísima cena la termine reganado con uno de los 100 batidos de helado que tenían en una carta en forma de disco de vinilo. Estaba indeciso y le pregunte a nuestra resulta amiga que cual escogería ella entre el batido de Marshmallow y el de tarta de queso. No lo dudo un segundo, me recomendó el de tarta de queso. Le hice caso y lo disfrute enormemente. Nos sorprendió lo poco que nos costó cenar, la abundante cantidad de los platos, el buen servicio y la pequeña capsula en el tiempo que era aquel lugar. Estaba francamente contento… allí estaban los Estados Unidos, una vez más, los Estados Unidos con los que crecí.

Por si no te ha quedado claro.

Por si no te ha quedado claro.


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Un idiota de viaje – Bienvenido a mi valle peregrino

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Un idiota de viaje…por César del Campo de Acuña

Bienvenido a mi valle peregrino

Amaneció encapotado el Flagstaff. A fin de cuentas la lluvia nos acompañó el día anterior durante un tramo del viaje por lo que era previsible que en esa zona verde de la árida Arizona despertara con una panza de burro sobre su cabeza. El clima no nos preocupaba. Nos dirigíamos de nuevo al desierto, a Monument Valley, donde John Ford esculpió el western y John Wayne se convirtió en una estrella. Más de 250 kilómetros de distancia entre los dos puntos nos separaban lo que nos decía que, si el día anterior fue una Road Movie, el 21 de agosto de 2016 se postulaba a convertirse en la madre de las pruebas de resistencia de pandero a bordo de un utilitario ya que del monumental valle volveríamos por la misma carretera a Kingman, el pueblo por el que pasamos el día anterior, situado a 514 kilómetros. Toda una odisea automovilística en un día en el que desconocíamos lo mucho que íbamos a forzar  a nuestro Hyundai Elantra. ¿Y cómo afrontas un día de carretera así de duro? Pues con un buen desayuno. Bueno, dejémoslo en un desayuno, ya que lo que nuestro pequeño motel de carretera ofertaba algo que habría hecho carcajearse a Katy´s Place en Carmel-by-the-sea. Tras asearnos, empacar y, en mi caso, dibujar un rato, bajamos a donde la noche anterior nuestro inculto amigo llegado del medio oriente nos acarició con sus conocimientos de geografía. Situada junto a la recepción se encontraba el pequeño comedor en el que se servía la primera comida del día. Un gofre de plancha, un zumo, un vaso de agua y una propina de un par de dólares más tarde ya estaba listo para marcharme. Check out, foto de rigor en el parking del Motel/Hotel Howard Johnson Inn y zapateando que chispea.

Les ahorrara contarles gran cosa del viaje entre los dos primeros puntos de nuestra ruta de aquel día. Más allá de la degradación natural del paisaje no puedo destacar nada más. Conversaciones triviales, música, Twizzlers, camiones, motoristas de fin de semana y desierto hasta cruzar la frontera con el Estado de Utah, el quinto estado de la Unión que visito tras Nueva York, California, Nevada y Arizona. Tengo la intención de pasar por todos y cada uno de los que me faltan a lo largo de mi vida ¿lo conseguiré? Solo el tiempo lo dirá. Por cierto, no lo comente, pero el día que pasamos en Yosemite jugamos a nombrar todos y cada uno de los Estados. Resulto divertido; si algún día se ven a sí mismos conduciendo o viajando por las interminables carreteras en línea recta de los Estados Unidos le recomiendo que lo pongan en práctica, al menos resulta mucho menos cargante que el antiquísimo Veo, Veo e igual de edificante que las palabras encadenadas. Llegamos sin problema Monument Valley y una vez más, nuestro flamante pase de 80 dólares para todos los Parques Nacionales no nos sirvió de nada. Pero no nos pilló por sorpresa, ya lo sabíamos. Al igual que Grand Canyon West, Monument Valley estaba explotado por una tribu, concretamente por los Navajo. Pagamos en la entrada, nos dirigimos al Visitor Centers y nos indicaron que ruta podíamos hacer. Existía la posibilidad de hacer el loop alrededor de los montículos/Mesas en una de las destartaladas pick-ups de los Navajo, pero decidimos, tras cotejar que nuestro coche era apto para el desafío, hacer la excursión en nuestro propio automóvil. Me llamo la atención el papel que indicaba el tipo de vehículos permitidos para la citada visita; motos no, deportivos no, utilitarios bajos no…Pero a partir de esas tres negativas todos podían pasar. Evidentemente luego nos topamos con los típicos listos que se pasan las recomendaciones por donde no les pega el sol y meten un deportivo como un Ford Mustang por aquel camino de cabras. No hay nada como que le indiques a alguien una cosa y haga la contraria.

¿Que hay de nuevo...peregrino?

¿Que hay de nuevo…peregrino?

Por supuesto no pudimos escapar a la atracción generada por la tienda de regalos. Quincalla, suvenires y porquerías varias apiladas en estanterías con precios estratosféricos. Había artesanía de la tribu, pero no estaba hecha allí y si vas a comprar una botellita con un poco de oro es conveniente retirar las pegatinas de Made in China que estaban adheridas a la base del recipiente. Compre un imán y un ángel de barro con una pequeña turquesa que si estaba hecho allí (o en las inmediaciones) para mi madre. Una vez fuera de la tienda, empezamos a hacer fotos desde el mirador y en un momento, unas chicas catalanas nos pidieron que si les podíamos hacer una foto. Se dirigieron a nosotros en perfecto castellano, cuando nos escucharon, asique sin problema alguno. Es más, le regale un Twizzler a cada una. Nosotros también nos hicimos algunas fotos haciendo posturas estúpidas. No soy muy amigo de salir en fotografías. Según una amiga siempre salgo como si estuviera enfadado. Prefiero, como dije ayer, vivir el momento a través de mis ojos que detrás de una cámara. Para eso tengo mi memoria. Lo que no me gusta demasiado es La demostración visual de convertir algo preparado en una instantánea natural. Seguro que han visto alguna vez una fotografía de alguien frente a una puesta de sol, dándole la espalda a la cámara, con las piernas en posición de loto y con las manos en la postura mudra de la armonía. Bien ¿Saben cuánto tiempo estuvo el protagonista de esa instantánea así? Pues ni más ni menos que el tiempo exacto de capturar el momento y dar a entender al mundo que es un individuo profundo, espiritual y en equilibrio con el universo. ¡Falso! ¡Farsante! ¡Posturitas! No hay nada más antinatural que hacer pasar por natural algo que no lo es pero si usted es feliz así, ¿Quién porras soy yo y mis manías para meternos con usted y la cojera de su mesa?

Pero subamos al coche y metámonos en el recorrido lleno de montículos rojizos y colosales mesas. Como siempre he defendido, esto no es una guía de viajes, no me parare en cada una de las montañas para darles nombres y sensaciones. Simplemente escribiré que, como aficionado al western, no podía estar más impresionado por aquel paraje natural de importancia capital para la historia del cine. Esas arcillosas formaciones rocosas que había visto en cientos de películas estaban justo frente a mí y no inmortalizare la frase de “eso me hizo sentirme muy pequeño” porque es estúpida (el que no sepa a estas alturas que todos y cada uno de nosotros somos insignificantes motas de polvo es que está muy perdido en la vida) pero sí, utilizando una frase hecha, plasmare que me sentía como un niño en una tienda de caramelos (asco de frases hechas). Si les hablare del calor. En el valle hacía mucho calor. No más que en el Valle de la Muerte, pero la ausencia de la más leve brisilla hacia que la sensación térmica creciera exponencialmente. El sol picaba, lo notaba en las orejas y es algo que me molesta más que cuando el calzoncillo decide, por su cuenta y riesgo, meterse en el jater. Dejando a un lado la rojez de mis orejas volvamos al camino de cabras que los Navajo controlan para que nosotros, los estúpidos hombres blancos (o de cualquier otro color) transitemos por sus tierras. Estoy convencido de que no se gastan un dólar en arreglar el caminito para que al final todos y cada uno de los turistas claudiquen y decidan hacer la excursión en los desvencijados cacharros utilizados por la tribu para llevar pasajeros y ahorrarse raspar el suelo del coche (como nos pasó a nosotros), un pinchazo o un cristal roto de un chinazo. Oigan, que a la vuelta había una pendiente por la que nuestro coche no subía y casi encalla (momento del tripazo contra el suelo) por los boquetes y bultos que se extendían por aquella cuesta.

Aquí esto lo recalificarían.

Aquí esto lo recalificarían.

Y como somos estúpidos hombres blancos (o de cualquier otro color, no piensen que discrimino a los estúpidos, de hecho formo parte del comité de las naciones estúpidas) los Navajo saben que nos encanta comprar baratijas y así en cada parada de interés como John Ford Point o Rain God Mesa hay unos puestecitos donde comprar artesanía y quincalla variada. No me parece mal. Hay que ganarse la vida. Si me pareció mal tener a un caballo al sol en la zona dedicada a John Wayne para que los turistas se subieran. La recreación turística con animales esta simplemente mal. Oh, también me llamo la atención, durante el trascurso de la visita, como algunos Navajo habían establecido sus casas al pie de diferentes montículos y Mesas. Vale, estas en medio de la nada, en un lugar inhóspito (¿alguien ha dicho coyotes?) pero… ¡Hey, vives en Monument Valley! Bueno, pasando a otra tontería que me llamo la atención fue la increíble acústica. Me encanta silbar. Cuando no voy escuchando podcasts, siempre voy silbando  (curiosamente no me gusta demasiado escuchar música mientras ando) y hacia el final de la visita, en una de las ultimas paradas que hicimos silbe y el sonido hizo eco por todo el valle. Seguí probando, aumentando la intensidad del sonido y escuchando el recorrido del mismo por las paredes de las montañas rojizas. Y ya que hablamos de tierra roja, déjenme que les cuente como solucione el asunto del regalo de mi señor padre. Tenía presentes para todos y cada uno de los miembros de mi familia salvo para mi progenitor. Tampoco me pidió nada, pero quería llevarle algo y no una baratija comprada en una tienda de suvenires por lo que, ni corto ni perezoso, agarre una de las roñosas botellas de agua que acarreamos con nosotros durante todo el viaje, la vacié y la llene de esa tierra roja tan característica de Monument Valley. Ahora la tenemos en un botecito de cristal y creo que, para alguien que creció con los western como mi padre, tener un poquito de donde se filmaron tantos es especial.

Ya les he contado el tortuoso estado del firme y ya he mencionado el panzazo que dimos en una cuesta por la que nuestro coche no podía subir. Pero, a pesar de todo, de todas las dificultades logramos salir del valle. Llenos de polvo rojizo sí, pero salimos. En Monument Valley ya estaba todo el pescado vendido por lo que decidimos marcharnos. Ante nosotros se extendían más de 500 kilómetros de carreteras con pocas curvas y aun siendo pronto, con el objetivo de no llegar demasiado a Kingman decidimos ponernos en marcha dándole, inevitablemente, la espalda al decorado más impresionante del mundo. Como nos ocurrió por la mañana, una vez salimos de Utah el paisaje comenzó a cambiar. Nubes grises se cernían sobre nosotros y algún que otro rayo quebró el cielo. A, más o menos, una hora de distancia de nuestro punto de partida paramos a comer. Aquel día no comeríamos en ningún restaurante. Teníamos provisiones. El carísimo pan de molde comprado en San Francisco aun duraba y con mis ganancias de Las Vegas no solo compre los afamados Twizzlers (de los cuales ya no quedaba ni uno), sino que también me hice con un paquete de jamón ahumado. Es sorprendente la ingente cantidad de fiambres que tienen en Estados Unidos y que no triunfe el iberico. En fin, vivir para ver. Montamos nuestro improvisado picnic en unas mesas que se encontraban entre un atestado Burger King (tanto dentro, como en la cola de pedidos por ventanilla) y un museo dedicado a la herencia cultural de los Navajo. Había unas mesas extrañamente altas acompañadas de unas sillas sorprendentemente bajas cubiertas por unos tenderetes de brezo. Lo cierto es que aún no sabemos si podíamos usar aquellas instalaciones pero lo hicimos.

¿Te suena? lo has visto en un millón de peliculas.

¿Te suena? lo has visto en un millón de películas.

Sándwiches para algunos. Ensaladas para otros. Mientras comíamos se nos acercó un tipo. No tenía demasiado buen aspecto. Camiseta blanca, vaqueros gastados, una herida seca sobre la nariz. Aunque no venía caminando desde las instalaciones del museo en un principio y solo por su aspecto pensé que se trataba de un bedel. Pero no, solo se trataba de un hombre hambriento. Nos vio comer y se acercó a pedirnos algo. Dirigiéndose a mí en todo momento me conto que llevaba varios días caminando a pie desde Kingman y que no había comido demasiado. Verán, estoy lejos de ser un santo; siempre digo que tengo más pecados que espiar que virtudes que contar, pero si alguien me pide comida y está en mi mano dársela no vacilare ni un segundo. Le prepare un generoso sándwich de jamón ahumado y le hubiera dado una bebida y unas galletas si no se hubiera marchado en cuanto le di el emparedado. Y ahí estaban, los contrastes de los que les he hablado al principio de esta crónica viajera, pegándome en la cara. Si mi hubiera pedido dinero mi reacción, probablemente o seguramente, habría siendo bien distinta, pero me estaba pidiendo comida. Solamente comida. Da que pensar.

Tras aquel episodio, comer, recoger todos nuestros desperdicios y reciclar todo lo posible, volvimos a lanzarnos a la carretera. Lluvia, tráfico rodado denso, rayos. Ese fue el viaje durante un buen tramo. Camiones a toda velocidad, música, una pick-up grande como una casa que nos pasó a toda velocidad levantando una ingente cantidad de agua cegadora. Y pocos coches de policía. ¿Dónde estaban esos patrulleros escondidos tras cactus o vallas publicitarias de los que tanto nos habían hablado y/o advertido? Desde luego no vimos muchos no. Por norma general aparcados en la mediana entre las dos vías de circulación. Vigilando a que nadie se pasar de más de 20 millas el límite marcado. Al menos esa es mi teoría, porque me fije en mi tiempo como copiloto, que si el límite marca 50 millas por hora, los conductores circularan entorno a las  65 o 70 millas por hora. Afortunadamente no nos pararon, no tuvimos ningún encontronazo con la ley más allá del pequeño momento de tensión en la presa Hoover. Pero eso no quita que viéramos a otros a los que sí habían parado y muchos letreros que pedían llamar a la policía en caso de que observáramos conductas sospechosas al volante. Desde aquí no les estoy instando a que se pongan a conducir como locos en el caso de que se vean al volante de un automóvil en las carreteras de Estados Unidos, lo único que pretendo hacer es narrarles que la fiereza del león que nos habían pintado no es tal y con tal de seguir las normas y a los otros pilotos todo les ira bien (se han fijado, les he ahorrado la vergüenza ajena de verme hacer el chiste de “todo les ira sobre ruedas”). Carretera, carretera, carretera y… parada. Paramos en una gasolinera en la que había un par de jóvenes pidiendo que les llevaran dirección sur (es decir hacia Kingman). Recuerdo que me dio lastima su perro, el cual tenía apoyado sobre su lomo el cartel de la solicitud de transporte. Ella tenía el pelo corto, muchas pulseras y lucía una camiseta tie-dye bastante costrosa. El, un barbudo con sombrero, pantalones cortos y guitarra y si hay algo que me ha enseñado la Universidad es que siempre tienes que poner el máximo espacio entre tú y un guitarra.

Muy MAL esto. muy MAL.

Muy MAL esto. muy MAL.

En la gasolinera también vi la más ruinosa autocaravana que mis ojos divisaron a lo largo de todo el viaje. Conducida por un paleto panzudo de muy mal aspecto, al rato de estar allí se fueron por donde habían venido no sin antes rechazar llevar a los autoestopistas y a su perro. Me pareció entender que no les llevaban porque no se dirigían al sur.  No recuerdo si compre algo en esa gasolinera. Puede que fuera el sitio donde me hiciera con unos Reese’s Sticks King Size (una barra de chocolate, galleta y mantequilla de cacahuete) pero no recuerdo bien. Si recuerdo bien que llegamos al hotel sin contratiempo. Al igual que el Howard Johnson Inn, el Days Inn tenía la misma distribución en forma de L en dos plantas. Tardamos más de lo normal en hacer el check in, porque la tatuada y regordeta chica tras el mostrador de recepción no se terminaba de enterar. Fíjense si se enteraba poco (aunque hay que reconocerle la atención) que una vez nos instalamos toco la puerta para traernos una tercera cama cuando con dos queen size nos apañábamos la mar de bien. Pasamos un rato en el Hotel/Motel y cuando la noche se cernió sobre Kingman salimos a cenar. Teníamos referencias de otro dinner estilo años 50 llamado Mr D’z Route 66 Diner. Estados Unidos, como yo mismo, sigue enamorada de aquella época. No tardamos demasiado en llegar.  No creo que la memoria me traicione cuando afirmo que pedí una hamburguesa para cenar y una Coca-Cola con vainilla al no atreverme a probar su “mundialmente famosa” root beer (ya saben, ese refresco de Reflex que parece entusiasmarles). El caso es que la comida estaba sabrosa y el batido de Oreo con el que cerré el puesto esa noche estaba realmente rico. No obstante Galaxy Dinner en Flagstaff me gusto más y probablemente porque fue un descubrimiento fortuito. Una cosa que me di cuenta es que no paraban de entrar turistas (acostumbrados a sus usos horarios y no a los estadounidenses) para desesperación de los camareros.

Un día completo. Un día de carretera como ningún otro. Más de 800 kilómetros y muchos, muchos de ellos a toda velocidad sobre la Histórica Ruta 66. Si solo hubiéramos sabido el infierno al infierno al que estábamos a punto de enfrentarnos…

How are you today?

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Un idiota de viaje…por César del Campo de Acuña

Reconciliación con L.A.

La noche que precedió al que sería nuestro último día completo en Estados Unidos fue un infierno. En los últimos días había conocido el calor del Valle de la Muerte, de Monument Valley, de Grand Canyon West, de Las Vegas y de Los Ángeles pero ninguno se pudo comparar al que sentí y sufrí la madrugada del 21 al 22 de agosto de 2016 al 22 en la habitación de aquel motel situado en Kingman. ¿Han experimentado alguna vez la sensación de sentir como poco a poco, por la noche empiezan a sudar profusamente y por mucha ropa que se quiten no sienten ningún tipo de alivio? ¿Les ha despertado alguna vez el calor? ¿Han notado el pelo pegajoso y húmedo en la nuca por transpirar cual cerdo en día de matanza? ¿Se han sentido como atrapados dentro de un horno? ¿Les ha faltado alguna vez el aire por culpa de las altas temperaturas?… ¿si, verdad? Pues esa noche, mis compañeros de viaje y yo las vivimos todas una detrás de otra y a la vez. Tanto fue así, que sin poder soportar aquello más, me levante, me duche y me fui a la calle para enfriarme. Y ocurrió exactamente eso porque en la calle no es que hiciera frio, pero unos 10 grados menos que dentro de aquella sauna sí que hacían. Aproveche para pasear, para fijarme en que en mi Motel, como ya había visto en decenas de películas, había gente que vivía en él y para ver en marcha a los autobuses escolares con sus pequeños y malhumorados reos en su interior ya que se trataba del primer día de colegio en el estado de Arizona.

Al igual que en Flagstaff teníamos desayuno incluido. Me dirigí a la recepción y de ahí pase al comedor. Me puse un cuenco de cereales, un poco de zumo y leche. Desayune viendo las noticias. Estados Unidos había arrasado en las Olimpiadas de Rio 2016, el escandalo Ryan Lochte empezaba a enfriarse, Trump y Clinton copaban la atención nacional y en Arizona los padres celebraban el regreso de sus retoños al colegio mandando fotos a las redes sociales de los informativos en las que se les veía saltando de alegría. Hice todo el tiempo que pude tras desayunar. Mandar alguna que otra prueba de vida, dibujar, leer distraídamente algún panfleto…lo que habitualmente haces cuando sabes que te tienes que ir pero no tienes a donde. Pasada una media hora larga desde que termine el desayuno volví a la habitación para comprobar en qué estado se encontraban mis amigos. Estaban vivos. Quejosos por el tormentoso calor que sufrieron durante la noche, pero vivos a fin de cuentas. No tardamos en empaquetar, cargar el coche, hacer el check out y volver a la carretera. Teníamos más de 500 kilómetros de distancia entre Kingman y la ciudad de Los Ángeles por lo que, si queríamos aprovechar el día debíamos salir pronto de aquel punto de la Histórica Ruta 66. Y una vez más nos vimos sobre el asfalto, con Las uvas de la ira terminada, música y conversaciones triviales sin resonancia.

Amanece...que no es poco.

Amanece…que no es poco.

Les ahorrare esas horas de coche. Esas horas muertas e intrascendentes sin sobresaltos. Solo me detendré en los kilométricos trenes de mercancías. Los habíamos oído durante la noche, pero durante un buen trecho del trayecto nos acompañaron a cierta distancia. Una ristra de contenedores apilados unos encima de otros o sin apilar, recorrían la pradera arrastrados por varias cabezas tractoras. Me puse a contar, en más de una ocasión, las latas que conformaban aquel gigantesco convoy pero se perdían en el horizonte que dejábamos atrás. Kilómetros de mercancías recorriendo el país sin prisa pero sin pausa en el medio de transporte que escribió la historia de los Estados Unidos. Pasadas las horas sencillas del último gran viaje por carretera, comenzamos a notar un significativo aumento en la densidad del tráfico. Nos acercábamos a la ciudad de Los Ángeles y esta nos recibía con sus arterias de cinco carriles atestadas de coches, autobuses y camiones. Me sentía atrapado. Del mismo modo que no me gustan los aviones, tampoco me gustan los coches y verme rodeado por ellos me hacía sentir cierto grado de claustrofobia. Afortunadamente teníamos la dirección exacta del lugar en el que nos hospedaríamos la última noche por lo que nuestro estúpido GPS y la pericia del sufrido conductor de esta aventura nos llevaron más pronto que tarde al Hotel Solaire, donde me volví a topar con los contrastes que tanto me abrumaron en mis primeros días en L.A.

El hotel tenía muy buen aspecto, pero los edificios, casas y calles que le rodeaban estaban sucias y descuidadas. En la recepción nos atendió una señora de mediana edad regordeta, con gafas para ver de cerca y el pelo recogido en un moño. Nos dijo que, debido a lo pronto que habíamos llegado nuestra habitación no estaba lista. No recuerdo que hora era exactamente, pero si recuerdo que nos llamó la atención a todos. No queríamos malgastar una hora en el hall del hotel esperando poder entrar en nuestra habitación por lo que decidimos marcharnos. Mientras mis compañeros de viaje se ausentaban unos minutos converse con la recepcionista. Me conto que venia del Salvador, que si vives en Los Ángeles vives para trabajar y que un tío suyo fue caricaturista en un periódico de su país. Antes de aquella charla insustancial pero entretenida, con mis amigos aun delante nos preguntó de dónde éramos. De España – respondimos – y ella, como si nos estuviera revelando un gran secreto contesto: Mi apellido es español. Iglesias se apellidaba. Con cierta sorpresa, el trio de viajeros nos miramos. Aquella mujer, por amable que fuera, no tenía ni la más remota idea de historia. Cuando le contamos que los españoles colonizamos buena parte de sur, centro y norte américa, nos miró como si le estuviéramos hablando en chino. Entre nuestro amigo con cero conocimientos de geografía de Flagstaff y esta señora procedente del Salvador con nulos conocimientos históricos cumplimos nuestro cupo de indocumentados de este viaje. Aún me maravilla, a la par que me aturde, que no supiera que los españoles nos enseñoreamos de todo aquello hace unos cuantos siglos. Las misiones, los nombres, el idioma…nada.

Una vez mis amigos volvieron al mostrador de recepción me despedí cortésmente de aquella mujer deseándole una buena vida. Gozábamos de tres cuartas partes del día para visitar algunos de los lugares que no pudimos ver en nuestros días previos en La-La Land. La primera parada fue el cartel de Beverly Hills. Antes de llegar pasamos junto al hotel Ramada donde pasamos nuestras primeras noches en suelo norteamericano y volvimos a conducir al lado del Paseo de la Fama de Hollywood. Llegamos sin demasiados problemas para toparnos con unos carteles sin demasiada historia. No me entiendan mal, estuvo bien pasar por allí, pero si están en Los Ángeles por motivos turísticos se lo pueden ahorrar. Son solo los carteles que anuncian la entrada a una zona residencial conocida en prácticamente todo el mundo. Que quieren que les diga a mí la famosa serie de Beverly Hill 90210 nunca me ha importado lo más mínimo. Oh, qué mala memoria… antes de posar en ese “pintoresco” lugar y por cabezonería personal, condujimos hasta un centro comercial en el que había una librería Barnes & Noble. Verán, durante los preparativos previos a nuestra partida elabore una lista de caprichos personales para adquirir en el país de las barras y estrellas. Videojuegos, juguetes y sobre todo, un par de libros en los que estoy profundamente interesado. A estas alturas no hace falta retrasar contarles que no pude encontrar nada de lo que había marcado pero en aquel momento, en Los Ángeles, estaba dispuesto a quemar mi último cartucho al menos, en lo que respectaba a los dichosos libros. Era mi turno. Evidentemente, como ya les he comentado, no tenían los libros. No me quedara más remedio que importarlos. Aun así, el viaje hasta el citado centro comercial no fue en vano. Era uno de esos que simulan ser una pequeña ciudad, ya saben… al aire libre. Resulto un paseo agradable, entre fuentes, tiendas carísimas y un tranvía que daba un paseo ridículamente corto por su plaza. No era la mundialmente famosa Rodeo Drive pero ahí le andaba.

caro a la izquierda, imposible a la derecha, inalcanzable de frente..

caro a la izquierda, imposible a la derecha, inalcanzable de frente..

Se acercaba la hora de comer y uno de los sitios que nos dejamos por ver en el único día completo que estuvimos en L.A. fue Muscle Beach. El plan inicial, el que habíamos marcado para el día del Paseo de la Fama, era llegar a Muscle Beach e ir andando por su paseo marítimo hasta el muelle de Santa Mónica. Está a 45 minutos caminando. Como ya saben no nos dio tiempo. Si vimos el muelle por la noche, pero no Muscle Beach. Asique para allá que nos fuimos. Tras aparcar y dejar un poco alucinado al responsable del parking al preguntarle donde estaba Muscle Beach (detrás del aparcamiento ¡Zopencos! Gritaron sus ojos) llegamos a la playa de los músculos hogar de los tíos más raros de Norteamérica. Ya les he hablado del zoo de Las Vegas pero el de esa playa de Los Ángeles no es que no tuviera nada que envidiar a los viandantes de la ciudad del pecado, sino que en algunos casos les superaban. La primera persona que me llamo la atención fue una joven afroamericana con la cabeza totalmente rapada, descalza y con la cara pintada como una calavera mexicana del Día de los Muertos. Bien, el siguiente en la lista es el diablo culturista, un señor cuya tez solo podría ser descrita como “color Hulk Hogan” ataviado únicamente con un speedo rojo lucía una cornamenta hecha con su pelo mientras se ejercitaba con un bidón de agua como los que han visto en las máquinas dispensadoras de oficina lleno de arena. De cuando en cuando, retaba a algún turista a que imitara sus ejercicios dando lugar a cómicos resultados. Entrando en la rama de los saltimbanquis callejeros y pedigüeños con oficio encontramos al individuo que por 1$ te contaba un chiste, al que tocaba un piano de cola sobre ruedas en plena calle y por supuesto a un grupo de acróbatas que montaban un show bastante animado, espectacular y divertido nada más entrar en la playa.

Había muchos otros, como un grimoso hombre zombie con más roña encima que el palo de un gallinero. Pero no, no estaba disfrazado, simplemente tenía frito el cerebro. Eso sí, mirar es gratis, pero si querías hacer una foto a estos señores, filmar lo que hacían (había muchos pintores, escultores y dibujantes desperdigados por todo el paseo marítimo) tenías que dejar propinilla. Hasta para hacer una fotografía a un tiburón antropomórfico fabricado con fibra de vidrio situado en la puerta de una tienda de surf tenías que dejar un dinerillo. Y no crean que las rarezas se encontraban solo en los moradores de las arenas. Desde tiendas inmensas llenas de camisetas cutres, estudios de tatuajes que parecían haber tatuado todo el edificio en el que estaban hasta chiringuitos donde te podías comer un Twinkie frito. Estaba reconciliándome con Los Ángeles. Aquello me estaba gustando mucho. No solo estaba en el sitio donde se filmó una de mis películas preferidas de mi adolescencia (Los blancos no la saben meter, para más señas) sino que además estaba pegado a la playa en la que Arnold Schwarzenegger entrenaba al aire libre a finales de los 60 y principios de los 70. Me encontraba extrañamente a gusto. Por su puesto no dejamos pasar la oportunidad de ver el Ocena Pacifico a plena luz del día, el skate park, el famoso gimnasio al aire libre donde mucha gente estaba entrenando a pesar del calor) y por supuesto las cancha donde, por cierto, no aprecie un gran nivel lo que me llevo a imaginarme a mí mismo jugando allí cada tarde en el caso de que viviera cerca. No me gustaba nada la ciudad de Los Ángeles pero no sé porque me veía establecido en Muscle Beach con sus edificios llenos de murales y sus peculiares habitantes.

Los blancos no la saben meter...y tu tampoco.

Los blancos no la saben meter…y tu tampoco.

Comimos en un restaurante llamado Danny´s Venice Beach. Muy agradable, bajo unos soportales en uno de los edificios situados en la salida peatonal principal de la playa. Pedí el venice street dog, un perrito caliente sensacional. De beber un Dr. Pepper y de poste su “mundialmente famoso” sundae de chocolate caliente. Todo muy bueno y el servicio, de atento, llegaba incluso a agobiar. Nuestra camarera a poco que viera que la bebida bajaba aparecía y preguntaba que si queríamos más. Durante toda la comida, una y otra vez. Everything good guys? Y así todo el tiempo. ¡Señora! Denos algo de espacio. Aun así le agradecimos en la obligatoria propina su atención. Pasamos el resto de la tarde paseando. Mientras caminaba gravaba videos lo que hizo que durante unos momentos le perdiera la pista a mis compañeros de viaje. No me fui sin recuerdos de las playas de Venice. Compre en un puesto unas figuras hechas con hama beads de Mario y Lugi, y en otro les compre unos juguetes a mis perros en una tienda en la que me pase un buen rato hablando con la dependienta, una señora mayor de origen italiano. Y ya que hablamos de perros, me pare a acariciar al perrito de una chica y estuvimos hablando un rato. Hay quien dice que “conectamos”. Yo no lo tengo tan claro, pero es legendaria mi capacidad para no captar señales. Cuando volvía de pasear a su perrete nos volvimos a saludar. En esos momentos el sol comenzaba a ponerse y decidimos marcharnos de Venice y cuando lo hicimos me fije en el modelito de medias + liguero + zapatillas de felpa rosas que llevaba una chica que también se marchaba y en unos españoles que parecían haberse escapado de la basuraza esa de Jersey Shore ligando con unas. Pero oigan, no crean que nos marchábamos al hotel, antes pararíamos en un Baskin Robbins cercano. Mis amigos tomaron un helado cada uno. Yo no tome nada. No tenía hambre. Si me llamo la atención unas tartas en forma de pizza que espero ver en algún momento por aquí. La dependienta, una señora de origen hispano bastante mayor, nos comentó que también tenían unos donuts rellenos de helado. Estados Unidos es el país del cevatil.

A pocos metros de la heladería vi una tienda de videojuegos antiguos. Me gustaría haber parado. Llegamos al hotel no demasiado tiempo después. Coincidimos en recepción con dos parejas de turistas españoles que acaban de llegar a Estados Unidos esa misma noche. Mientras nosotros estábamos a punto de marcharnos otros llegaban. Ya no quedaba nada para volver. El día siguiente lo pasaría en aeropuertos y aviones. Con una Coca-Cola en la mano, tras empaquetar todas mis pertenencias en mi maleta verde me puse a pensar que los 8 años sin vacaciones, los 5 años ahorrando y los miles de kilómetros recorridos en poco más de 14 días habían merecido la pena con creces.

Hasta pronto...

Hasta pronto…


Buena parte de la aventura:

Un idiota de viaje – Consideraciones viajeras y primera noche en L.A.

Un idiota de viaje – Los Angeles: Dos noches y un dia.

Un idiota de viaje – Adiós a Los Angeles y una road movie.

Un idiota de viaje – Sal de mi pueblo If you’re going to San Francisco.

Un idiota de viaje – Un hippie se subió a un tranvía en San Francisco mientras un recluso le estaba mordiendo la pierna. 

Un idiota de viaje – Con el ciruelo al aire por las calles de Frisco.

Un idiota de viaje – Going up the country.

Un idiota de viaje – Jugando al golf con el diablo.

Un idiota de viaje – Bienvenidos al fabuloso vertedero de Norteamérica.

Un idiota de viaje – Un flamenco, una boda y un streaptease.

Un idiota de viaje – Sobrevolando ganancias en Las Vegas.

Un idiota de viaje – Carretera y manta.

Un idiota de viaje  – Bienvenido a mi valle peregrino.


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Un idiota de viaje – Un día en el aire

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Un idiota de viaje…por César del Campo de Acuña

Un día en el aire

Todo tiene un final. No hay nada que empiece y no termine. La máquina del movimiento perpetuo no existe… ¡En esta casa obedecemos las leyes de la termodinámica! Amaneció triste nuestro último día en los Estados Unidos. Cielo moderadamente encapotado cubría la bóveda mientras cargábamos por última vez nuestros maletones en la cajuela de nuestro fiable Hyundai Elantra alias blanquito (si, sé que es poco original. ¡Demándadme!). Rumbo a LAX, el aeropuerto que tiene nombre de equipo de lucha libre o de marca de laxantes. Teníamos que devolver el vehículo a la compañía Alamo con el depósito lleno y con esa realidad en mente junto a los tortuosos atascos de Los Ángeles no podíamos permitirnos el lujo de tentar a la suerte saliendo tarde del hotel. No desayune. Se me cierra el estómago cuando voy a volar. No me gusta volar. Odio volar. Pero no me quedaba más remedio que Volar. Nos subimos en el coche, manoseamos por última vez a nuestro estúpido GPS, y pusimos rumbo a la parada de autobuses aérea. En esos últimos minutos en la carretera pudimos despedirnos del denso tráfico, de sus monstruosos camiones, del firme en mal estado y de esos indigentes que convertían los bajos de los puentes en sus hogares. Sorprendentemente no tardamos demasiado en llegar. Aun así teníamos que repostar y nos metimos en la primera gasolinera que vimos a mano derecha. Como somos unos gañanes y no hay dos sin tres, ahí estábamos haciendo el ridículo en una estación de servicio por tercera vez. Después de no saber hacer funcionar las bombas en dos ocasiones, allí estábamos tratando de repostar en un surtidor de AutoGas. Bravo…simplemente, bravo. Como era técnicamente imposible hacer realidad lo del elefanta y la hormiga, volvimos a saltar al coche.

Pocos metros más adelante encontramos otra gasolinera. En esta no tuvimos ningún problema. Si no recuerdo mal, no pagamos ni treinta dólares. En Estados Unidos el combustible es barato. Los moros y su chollo se van a la puta mierda entre el fracking, los coches Tesla, el AutoGas, las bicicletas y los medios de transporte alternativos. Dentro del área de servicio, minada de golosinas, bebidas y pendejadas varias, me topé con el cuarto individuo que superaba mi talla en centímetros. Resulta que después de todo no son tan grandes. A la salida del establecimiento pude ver a mi último sin techo siniestro. Se trataba de una mujer blanca bajita y demacrada. Parecía terriblemente desorientada a pesar de que en su mirada no había el mínimo atisbo de lucidez. Durante todo el viaje llamamos a estos personajes colgados; un apelativo un tanto cruel para personas que se habían convertido en muertos vivientes a causa de sus adicciones. Devolvimos el coche en Alamo. Lo recogió un señor bien entrado en sus cincuenta que tenía un aire al actor Wes Studi pero en versión hispana. Unos segundos después ya estábamos a bordo del autobús que nos llevaría a nuestra terminal. Escasos minutos después, el rumboso chofer anuncio nuestra parada. Hicimos el check in, nos despedimos de nuestras maletas con diferentes temores en mente y cruzamos el cordón de seguridad. ¿Temores?…pues el habitual ¿llegaran nuestras maletas? a los que personalmente sume ¿me tumbaran la maleta y a mí por llevar arena en una botella de plástico en su interior? Afortunadamente no pasó nada. Cuando volvimos a ver nuestros bultos doce horas después no las encontramos abiertas ni con una nota en su interior que pusiera “usted ha sido registrado por el departamento de seguridad de los Estados Unidos de manera aleatoria”.

Lax…ante

Una vez en el aeropuerto no nos quedaba otra cosa que localizar nuestra puerta de embarque y deambular por los pasillos hasta que saliera nuestro vuelo. Me fije en que, la mayor parte del personal era afroamericanos. No tengo ningún problema con eso, pero en todos los aeropuertos en los que estuvimos los puestos cara al público estaban ocupados por afroamericanos. Muchos de ellos, en especial ellas, con una cara que les llegaba a los tobillos. No hay nada como hacer tu trabajo  cabreado y con un peinado imposible. Matamos el tiempo en una tienda de suvenires y golosinas en la que hacia tanto frio que un pingüino se tendría que haber puesto chaqueta para pasear por allí. Compre un imán de Los Ángeles y algo para desayunar. A pesar de mis nervios el hambre gano el pulso. Me tome un zumo de manzana y ahora, recordando bien, fue en ese lugar donde probé los Reese’s Sticks King Size y no en la gasolinera entre Monument Valley y Kingman. Una cosa que me llamo la atención, no solo en LAX, sino durante todo el viaje, fue la desaparición de los quioscos de prensa. Sí, es cierto que en la tienda vendían prensa, revista y  libros, pero la variedad y la riqueza de los puestos y los propios puestos de periódicos que había visto en mi anterior viaje a los Estados Unidos ocho años antes había desparecido. Para mi desesperación el papel se muere. Otra cosa que hice en esas horas muertas, para no retrasar lo inevitable, fue cambiar mis dólares a euros. Había logrado deshacerme de todas las molestas monedas en máquinas expendedoras y huchas de la caridad. No salí mal al cambio, aunque lo cierto es que había olvidado por completo que haríamos una escala en uno de los aeropuertos de Nueva York, porque acaba de quedarme sin dinero para usar allí.

Bien, dicho esto querrán una ración de personajes ¿verdad? Lo cierto, para su/nuestro pesar, es que no vi tantos a los que cargarles el San Benito de la palabreja en cuestión. Claro, te topas con gentes llegadas de todo el mundo vistiendo ropas y atuendos naturales en su tierra como puede ser una enorme flor en el pelo de una hawaiana pero, siendo justos, no es reseñable y no califica para la categoría. El que se llevó el premio “Person” del día fue un tipo que directamente viajaba en pijama. Si, si, con su pantalón de pijama de franelilla, su pedazo de almohada, sus calcetines y sus chanclas. Ya les hable de los niños vestidos así cuando llegamos a Estados Unidos, pero en defensa de los padres y de las criaturitas hay que señalar que estaban a punto de embarcarse en un vuelo nocturno. Pero este tipo, en pijama, demostraba que cualquier indicio de clase, educación y saber estar ha desaparecido de los viajes aéreos. Como decía al principio de este capítulo: paradas de autobuses con alas. Y aunque tuve tiempo, mientras estábamos sentados en nuestra puerta de embarque, no vi a ninguno que me hiciera levantar la ceja y apuntarlo mentalmente en la lista negra. Por cierto, ya que les hablo de la puerta de embarque, nos la cambiaron y allí nadie dijo ni pio. Ni por megafonía, ni en las pantallas, ni nada. Fue mi neurosis, esa que me lleva a comprobar cada cosa un millón de veces, la que me empujo a cotejar el vuelo que figuraba en nuestros billetes con el que tenía frente a mí en el mostrador. Nos habían dicho que era allí, pero no, nuestra puerta de embarque no estaba en una cómoda bolsa de asientos, sino en mitad de un pasillo por el que transitaba todo el mundo. Sin prisa, pero sin pausa, nos pusimos a la cola en nuestro nuevo emplazamiento.

Rostros familiares comenzaron a aparecer. Si, nos encontramos con dos parejas que llegaron en el mismo avión que nosotros a Washington. No crean que nos saludamos ni nada de eso. Yo me entretuve con el juego mental de si o no y en acariciar a un perrete que iba a viajar con nosotros y estaba un tanto nervioso….como yo mismo. Les ahorrare contarles el vuelo. Fue cómodo. Estaba sentado en una de las filas de asientos centrales pero en la esquina por lo que podía estirar más o menos las piernas. Me pase todo el trayecto viendo películas en versión original y preguntándome porque todo el mundo en cuanto pone el trasero en el sitio que le ha sido asignado decide quitarse los zapatos. No esperan ni diez minutos a sufrir el síndrome de la clase turista. No es que me importe, pero oigan, esperen un poco que está ahí la pobre azafata haciendo el paripé y usted más preocupado en la comodidad de sus pinreles. Carrito de bebidas, comida infecta, azafatas que no se parecen a las de las películas…lo que viene siendo un vuelo. Tranquilo pero largo. Una vez aterrizamos en Nueva Jersey ya era de noche. Habíamos cruzado el país a fin de cuentas. Estábamos en el aeropuerto de Aeropuerto Internacional Libertad de Newark que no es el JFK pero afortunadamente, según tengo entendido, tampoco es el de LaGuardia. Deambulamos por allí. Teníamos una hora larga hasta que nuestro vuelo saliera y aunque en el anterior habían “intentado” alimentarnos teníamos hambre. Las ofertas gastronómicas eran amplias. Probamos en una pizzería y la dependienta a nuestras preguntas nos puso morros asi que a otro sitio, que va aguantarle su mala gana su santa madre, porque lo que es yo, no. Probamos en una hamburguesería, pero ante la imposibilidad de pagar en efectivo pasamos del sitio tras cancelar nuestro pedido para estupor de la gerente. Finalmente terminamos comprando unos bocadillos horribles en un puestecito que si aceptaba efectivo y prepárense, que en el siguiente párrafo viene una reflexión.

Un día de aviones y aeropuertos.

Un día de aviones y aeropuertos.

Se nos comen. Y no, no los chinos, sino las máquinas. La automatización ya está aquí le duela a quien le duela. ¿Se han fijado que poco a poco vamos  interactuando más y más con dispositivos electrónicos? Ya sea un terminal de pedido o un contestador automático, las maquinas nos ganan terreno. E ira a más. No creo que lleguemos a la situación crítica de Terminator, pero va a llegar un punto que cerca le va a andar. ¿Y a qué viene esto? Verán en Newark nos topamos con varios comercios que ya solo aceptaban pago con tarjeta y tantos otros en los que el pedido te lo gestionabas tú mismo a través de una pantalla sin ningún tipo de contacto con otro humano. Personalmente creo que es un desastre. Si, abarata costes y le ahorras al cliente tratar dependientes de mal café y viceversa pero, ¿Dónde quedan las respuestas naturales no basadas en parámetros salidos del resultado de una encuesta? Tengo un amigo que trabaja en el sector metalúrgico y ya me ha dicho que dentro de veinte años todo será automático. Solo harán falta unos pocos supervisores para comprobar que la maquinaria hace su trabajo y funciona correctamente. ¿Llegaremos al punto de ser pagados por no hacer nada? ¿Estamos ante el albor de la era del Homo Ludens? ¿Quién luchara en las guerras del futuro? ¿robots? Es probable que no llegue a ver tanto, pero por lo pronto ya le he tenido que pedir a una pantalla plana que quería comer y beber para luego tener que pagar con dinero virtual. Oh, por cierto, en uno de esos establecimientos automáticos me tope con el wrestler profesional Drew Galloway y no, no mide lo que dice que mide ni de broma ya que ambos, hombro con hombro como le tuve, estamos a la par. Resulta curioso que cada vez que voy a Estados Unidos me topo con alguien moderadamente famoso. En mi primera visita vi a Johnny Knoxville en Times Square y en la segunda al luchador profesional Drew Galloway. No está mal.

Y llego la hora. La hora de dejar atrás los kilómetros, la broma del enculadero (¿Sabes a donde se va por ahí, verdad?…al enculadero), de utilizar la expresión abra cadabra tapate guarra, de pedir que nos trajeran una col lombarda, de repetir el sketch de los mecánicos mortíferos, de mentar a César Romero, del todo incluido, de “hey, ahí vive gente”, de esa urbe del futuro que es Tuba City, reírme de la mongólica de Alicia Keys y de otras tantas y tantas tontadas que asustarían a un catedrático. Lo curioso es que todas parecían haber ocurrido hacia un millón de años. En los últimos días ese pensamiento fue dicho en voz alta en unas cuantas ocasiones pero aquella noche en el aeropuerto de Newark realmente parecía que habían transcurrido miles de años desde que pasamos la primera noche en el Hotel Ramada. Después de cuatro mil kilómetros, cuatro estados, tres grandes ciudades, cinco parques naturales y un tramo de la Histórica Ruta 66 volvíamos a casa. Por delante, no sé cuántas horas sobre el Atlántico. Comida de avión, asientos escuetos en su vocación, carritos de bebida y un perfumado y amable azafato de origen hindú fueron la compañía, junto a tres películas que tuve en ese vuelo nocturno que me llevaría a aterrizar en Madrid el día de mi treinta y cuatro cumpleaños, el veinticuatro de agosto de dos mil dieciséis.

Feliz día de tu no cumpleaños

El vuelo fue tranquilo. El aterrizaje fue una mierda como el sombrero de un picador. El piloto decidió tirar literalmente el avión contra la pista. Se notó un impacto brutal en la cabina cuando las ruedas tocaron asfalto. En mi interior las frases “me cisco en la madre del piloto” y “vamos a morir” libraban un combate despiadado a cara de perro. Afortunadamente no ocurrió nada y ninguna de las dos salió de los confines de mi mente (en la que vive un tejón con visera de banquero antiguo llamado Murray). Al salir el avión el perfume del azafato de origen hindú volvió a despedirse de todo aquel pasajero que tuviera la “fortuna” de pasar por su lado. Sentía, tras una noche sin dormir viendo películas en el pequeño monitor del reposacabezas situado frente a mí, como si tuviera los ojos atornillados a la cara. No solo escocían…pesaban. Nos recogió el padre de uno de mis compañeros de viaje. El trayecto hasta la casa de mis amigos fue ameno. Hacía años que no pasaba por Madrid. Cuando llegamos, la sorpresa fue mayúscula, el tanque de la tortuga mascota de mis colegas se había convertido en un apestoso cenagal. Las personas responsables de su cuidado no habían cumplido. Tras sacar al quelonio de más de dos kilogramos del nauseabundo légamo y deshacer más o menos las maletas marchamos hacia un hipermercado a comprar. Una vez en la casa, mis amigos se entregaron a sus quehaceres, mientras que yo jugaba al divertidísimo Broforce. Quise ayudar, pero no me dejaron. Mi amiga se marchó al gimnasio, mientras que su marido paso toda la tarde limpiando la pecera.

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Era mi cumpleaños y todo se movía muy despacio. Mis amigos ocupados y mi cerebro anestesiado por la falta de sueño. Mi cuerpo pidió tiempo muerto en forma de cabezadas cuando comenzamos a ver las fotos del viaje. La tarde paso. Pensamos ver Golpe en la pequeña china, pero no hubo forma de encontrarla. Nos decidimos por Pulp Fiction y tras recibir un regalo de cumpleaños de mis amigos en forma del muñeco Funko Pop de Harley Quinn cerramos la persiana porque no podíamos aguantar despiertos. El resto del film quedaría para el día siguiente, el día de mi no cumpleaños. Dormí. Lo suficiente para sentirme como nuevo. Una vez tuve los ojos abiertos me puse a trastear con el ordenador, tenía muchos correos que responder, reservas que hacer y actualizaciones por mirar. Mis amigos seguían durmiendo. Una vez termine me puse a jugar a la consola, Broforce, una vez más. No sé cuánto tiempo jugué, pero sé que fue mucho porque llegue a estar cansado de dar a los botones. Mis amigos dormían. Estuve viendo la tele. Programas de supuesta tele realidad en los que sus protagonistas venden y compran artículos. Al rato volví al ordenador. Llevaba unas 4 horas despierto, quizás más y entonces despertaron. Pasaríamos el día de mi no cumpleaños en la ciudad. El día anterior reservamos en una hamburguesería llamada Goiko Grill de la que llevaban un año hablándome. Una vez volvieron al mundo de los vivos, marchamos a dar un paseo. Tras volver y adecentarnos partimos rumbo al restaurante. No tardamos en llegar y, misteriosamente, encontramos aparcamiento rápido a unos pocos metros de nuestro destino. Nos acompañó a nuestra mesa un tipo amable pero demasiado moderno para su propia salud. Y finalmente, tras más de un año escuchando sobre las bondades de las hamburguesas de esa pequeña cadena de restaurantes pude probarlas. ¿Veredicto? Notable alto. Mis preferidas de Madrid sin lugar a dudas. Pero no, no es la mejor hamburguesa que me he comido en mi vida, esa aún está por descubrir. Si están por la ciudad de los gatos no duden en pasarse por uno de los restaurantes. ¿Qué no me gusto? La parroquia de “cuñados” que teníamos sentados al lado, liderados por el clon barato de Josema Yuste pero de eso no tiene la culpa Goiko Grill. Secretamente, mis amigos habían pedido una porción de tarta Red Velvet con una vela para celebrar mi No Cumpleaños, ya que las Oreo Tarta de Cumpleaños que tomamos la noche anterior. Fue una bonita sorpresa y la tarta, siendo la primera vez que la probaba más allá de las Oreo Red Velvet, me gustó mucho.

¿Y que hicimos después en mi día de no cumpleaños? Pues ir de tiendas, pero no a unas tiendas cualquiera, sino a la ruta de los comics. Pasamos por todas y cada una de ellas y compre bastantes cosas la verdad. Cuatro números de cinco de la colección Rogue Trooper, el tebeo El gran duque y el muñeco de Jack Burton versión Funko Pop. Tras buscarlo incansablemente por la Costa Oeste de los Estados Unidos sin éxito al final lo encontré en una tienda de Madrid. Añadan que mis amigos me regalaron a la versión Funko de Lo Pan que brilla en la oscuridad. Bien, hagamos un alto. Verán entre las cientos de cosas que me molestan, una de las que más me hacen arquear las cejas con desaprobación es la que empuja a los aficionados a lo que sea a disfrazar sus obsesiones o gustos con nombres de cara a la galería. “Oh, no, no…yo no leo comics, leo novelas gráficas” o “Por supuesto que sí, pero yo no colecciono muñecos, colecciono figuras y figuras de acción” son dos de las más repetidas en los mundos por los que me muevo. ¿Y esos complejos? ¿Necesitan reafirmarse o algo así? Entonces, vamos a ver que yo me entere ¿de verdad son tan mentecatos? Llamen a las cosas como quieran pero dos cositas: primero, nunca corrijan a nadie que no pase por su aro de acomplejado y dos, jamás vistan algo de lo que no es y no lo sobredimensionen para darle una importancia que no tiene para convertirlo en algo aceptable para la sociedad… ya saben, esa que ve perfectamente licito que alguien se gasta ciento cincuenta euros en una noche en copazos pero ve con malos ojos que ustedes, con sus treinta castañas, se compren un muñeco de veinte euros. Yo no tengo nombres, ni una lista, pero si han sentido ofendidos por esto que acabo de escribir me mandan un correo electrónico poniéndome a parir en lo alto de una montaña rusa.

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Pero sigamos, sigamos. El punto final de la Ruta 66 lo fijamos en la tienda Atlántica 3.0 donde encargue las dos figuras que me faltan para terminar mi colección ReAction de Golpe en la pequeña china. Mis amigos me presentaron al dueño, un tipo muy dicharachero y agradable. Curiosamente, en la conversación de nuestro periplo estadounidense se metió un tipo que había estado viviendo en la Costa Oeste de los Estados Unidos y que estaba esperando a obtener su visado de trabajo para volver. Pero si la Ruta 66 termino en Atlántica 3.0, la ruta de los comics no. Pasamos por Fnac, la morada de los fantasmas, pero no encontré nada que me sedujera y un libro que andaba buscando no lo tenían. Finalmente, la cosa termino en Chollo Games, una tienda Retro algo cara, en la que apure veinte euritos adquiriendo dos títulos para mi adorada Nintendo NES. Pasamos por la Puerta del Sol, repleta de gente que habla de libertad prohibiendo, disfraces mejores que algunos de los que pudimos ver en el Paseo de la Fama de Hollywood y turistas. Cuando el sol se empezaba a poner, con nuestras compras en la mano, entramos en el metro con dirección al sitio en el que teníamos aparcado el coche. Un muy buen día que termino viéndonos terminar Pulp Fiction.

Como siempre, la mañana de mi último día de viaje empezó temprano. En esta ocasión mis amigos no tardaron tanto en despertar. Con todo preparado para mi partida dimos una buena vuelta por la zona. Con algo de nostalgia entramos en Taste of America y compre algunos de los refrescos a los que nos habíamos acostumbrado en EEUU. Con bastante sed me tome una de las latas, un Hawaiian Punch para más señas. Recuerdo que me produjo bastante picor en la lengua y desconozco los motivos. Oh, otra cosa, durante todo el viaje en Estados Unidos estuve cargando con una bolsa en la que guardaba unos caramelos que mis sobrinas pidieron por no dejarlos en el coche y correr el riesgo de que se convirtieran en una masa informe y chiclosa. Si llego a saber que encontraría los dichosos caramelos en la tienda de Madrid los habría comprado su tía. Cosas que pasan, digo yo. Paseamos tranquilos, mi tren no salía hasta pasadas las cuatro y pediríamos pizza para comer. Una Tony Pepperoni de masa gruesa para mí por favor. Llegaba la hora de volver al viejo hogar. Menos de treinta minutos después de haber salido de casa de mis amigos ya estábamos en la estación. Resulto extraño. Era la primera vez en nuestra vida que el que se despedía para volver a su casa era yo en lugar de ellos. Rampas mecánicas, una tiparraca disfrazada, cola, control de seguridad y a mi vagón, donde el típico metomentodo no tardo en decirme que no podía poner una maleta tan pesada en el porta equipajes situado sobre mi cabeza. Le mire con una cara de profundo desprecio. El alfeñique contrahecho saco algo de valor de su cuellecito de lápiz y me dijo: “ya vera cuando venga el revisor”. ¿Hace falta decir que el revisor no me dijo ni flores al respecto? ¿No, verdad? Pase el resto del viaje leyendo los tebeos que había comprado el día anterior. Y finalmente, tras diecinueve días fuera llegue a casa. ¿Tardare otros ocho años en volver a viajar? ¿Costara cinco años ahorrar para un viaje de esa catadura? En el horizonte se perfila Japón, pero eso es una historia que todavía está por contar.

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La aventura al completo:

Un idiota de viaje – Consideraciones viajeras y primera noche en L.A.

Un idiota de viaje – Los Angeles: Dos noches y un dia.

Un idiota de viaje – Adiós a Los Angeles y una road movie.

Un idiota de viaje – Sal de mi pueblo If you’re going to San Francisco.

Un idiota de viaje – Un hippie se subió a un tranvía en San Francisco mientras un recluso le estaba mordiendo la pierna. 

Un idiota de viaje – Con el ciruelo al aire por las calles de Frisco.

Un idiota de viaje – Going up the country.

Un idiota de viaje – Jugando al golf con el diablo.

Un idiota de viaje – Bienvenidos al fabuloso vertedero de Norteamérica.

Un idiota de viaje – Un flamenco, una boda y un streaptease.

Un idiota de viaje – Sobrevolando ganancias en Las Vegas.

Un idiota de viaje – Carretera y manta.

Un idiota de viaje  – Bienvenido a mi valle peregrino.

Un idiota de viaje – Reconciliación con L.A.


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Entrevista Pop – Doc Pastor: Batman la inolvidable serie de los 60

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Entrevistas Pop…por César del Campo de Acuña

No es ningún secreto. Me gusta Batman y me gusta mucho. Puedo decir sin dudar que es mi superhéroe preferido desde siempre aunque, curiosamente, mis primeros contactos con el personaje no llegaron de la mano de los comics, sino de la televisión. El prodigio del VHS hizo que en mi casa entraran la cinta de Golden Bat y posteriormente Batman: La película y no les miento si les digo que no sé cuántas veces pude ver y alquilar esta última. Volvía una y otra vez a ella y como la censura familiar no me dejaba acercarme al film de Tim Burton ni con un palo, durante mis primeros años de vida para mí el vigilante de la ciudad de Gotham era Adam West. Pasados un buen montón de años y modas, me topo con una reposición de la serie protagonizada por West y por Burt Ward. Veo todos los capítulos que puedo y vuelvo a disfrutar de aquel colorido Batman como un enano. La magia seguía intacta.

Entonces, pasado otro buen número de años, me encuentro una campaña de micro mecenazgo para sacar adelante un libro sobre la historia de la serie de Batman de los años 60 escrito por Doc Pastor y titulado: ¡Batman! La inolvidable serie de los 60. No tardo en decirme: “Ahí tienes que meter dinero si o si”. ¿Y quién es Doc Pastor?, se pueden estar preguntando, pues Doc Pastor es un escritor, divulgador y periodista especializado en cultura pop autor de los libros Star trek. El viaje de una generación, Doctor who el loco de la cabina, 007. De espía a icono, Los sesenta no pasan de moda y Vestidos para el éxito: 35 + 1 series llenas de estilo. El caso es que, más allá de aportar económicamente y darle toda la difusión posible en mis redes al proyecto, decidí contactar con el autor para hacerle unas preguntas sobre el libro que no dudo en contestar.

Pregunta: ¿Qué tbatman-doc-pastor-portada-cincodayse motivo a embarcarte en este proyecto?

Respuesta: Si te fijas en mi primer libro, Los sesenta no pasan de moda, ya dedico unas pocas páginas a esta serie. Me encanta, la he devorado desde que soy pequeño y en mi mente llevaba rondando mucho tiempo la idea de escribir un libro sobre ella.

Al final pensé, ¿qué me lo impide?

P: A ojo ¿cuantas horas pasaste liado con la documentación y en qué archivos tuviste que bucear?

R: Creo que no sé calcular. La documentación es algo genial pero nunca terminas, siempre encuentras un dato nuevo, una entrevista que desconocías, un documental con otra anécdota… Esto es igual que meterte a pescar en una piscina llena de peces, da igual los que cojas que siempre hay más. Nunca terminas. Y es genial, pero enloquecedor.

P: ¿Cómo engañas a Carlos Pacheco para el prólogo?

R: No sé si engañar sería el término, mejor seducir con aviesas intenciones. Hace años que nos conocemos y nos hemos visto un buen montón de veces en eventos y al igual que me pasa a mí es un amante de ciertas cosas de los años sesenta y por supuesto de esta serie. Si he de ser sincero para mí era la elección perfecta para hacer el prólogo de este libro. Él o Adam West, y de Adam West no tengo el teléfono.

P: ¿No crees que es difícil vender este libro a toda una generación que ha crecido con ese Batman oscuro y realista?

R: Técnicamente soy de esa generación y mira, he escrito un libro de un Batman totalmente camp. Creo que el punto es que todos leemos y vemos de todo, no solo la última novedad que ha llegado a el Fnac o la tienda de turno. Hay muchísimo material que realmente no hemos visto en su momento, esta serie es de mucho antes de que yo naciera, pero podemos acceder a todo ello y puede conquistarnos.

¿O me dirás que tantas décadas después la primera de Star Wars no es una película de masas?

P: Oh, no, claro que no. De pequeño no sé cuántas veces pude ver la película de Batman protagonizada por Adam West pero la serie no la pude ver hasta que la repusieron en FOX ¿cómo le venderías el proyecto a un aficionado a Batman que encaje con esa frase?

R: Hay muchos Batman, pero solo uno es el mejor. Adam West. Y además, baila.

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P: Personalmente, siempre que pienso en la serie de los años 60 la veo como un producto muy ligado a los Estados Unidos y a esa década, ¿no crees?

R: Totalmente. Por un lado estaba esa fidelidad al cómic llevada al extremo, intentando escapar de la caza de brujas que sufría, todo bien mezclado con algo de delirio pop y ese fascinante uso del color que era totalmente novedoso. Fue un hito en la televisión y todavía lo es.

P: Una de las cosas que más me gustan de la serie son los delirantes villanos que inventaron para la misma ¿Cuál es tu preferido? El mío, aun sabiendo que va a sonar manido, es Egghead por ser interpretado por Vincent Price.

R: Te vas a reír, pero es el mismo. No sé, desde pequeño me gustó mucho y reconozco que me fastidiaba que no saliera en los cómics, años después supe que era solo una invención para la serie. Vincent Price era un grande.

P: Ya que hablamos de villanos…mi preferido en la serie es El Pingüino (interpretado por Burgess Meredith) pero todo el mundo se acuerda siempre de El Joker de César Romero ¿cuál crees que es el motivo? ¿La anécdota del bigote?

R: Es que lo de dejarse el bigote creo que es genial. El hombre lo tenía claro, era un latin lover y el bigote era su marca así que nada de quitárselo. Supongo que es muy recordado sencillamente por ser El Joker, es un personaje muy carismático y atrae a mucha gente. ¿Es el mejor Joker de la historia por ser el primero? Si te digo que sí… No, no podría. El Joker es un personaje que, como todos, cambia con cada versión, se va actualizando y puede ser un bufón, un asesino, un genio… Cada actor que ha hecho de él ha logrado algo nuevo, pero si me tuviera que quedar con uno sería Mark Hamill.

P: En los últimos años DC parece que ha mirado a la serie y ha lanzado varios productos relacionados con ella como los nuevos tebeos ¿los has leído a modo de documentación?

R: Los devoré según supe de ellos, antes siquiera de empezar a escribir este libro. ¿Nuevas aventuras de esta serie? Me faltó tiempo.

P: ¿Cuál recomendarías?

R: Es complicado, todos son muy al estilo de la serie. Quizá el más interesante sea el que recupera el episodio jamás grabado con Dos Caras, es una manera de poder acércanos a ese capítulo que jamás podremos ver.

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P: Otro de los productos que han lanzado es la película de dibujos animados Batman: Return of the Caped Crusaders que acaba de llegar al mercado ¿crees que esta cinta va a ayudar a alargar el recuerdo de la serie del 66 en las nuevas generaciones?

R: De momento lleva ya cincuenta años de vida, aquí hay historias y anécdotas para rato. La serie es muy divertida y excéntrica, eso es lo que hace que siga atrayendo a público. Mira cualquier aparición de Adam West y Burt Ward en una convención, la gente enloquece, aplausos, silbidos, ovaciones… Eso y que cuando dices que Batman bailaba es algo que hay que ver.

P: A colación de los cómics y de la nueva película ¿has incluido en el libro algún glosario o texto de las veces en las que la serie y sus personajes han salido de manera involuntaria en otro producto como por ejemplo cuando Adam West y el Batmovil aparecieron en Los Simpson?

R: Si te dijera la cantidad de cameos, parodias y homenajes que hay igual te sorprende. El número es increíble, es una serie muy querida y marcó tanto que se ha jugado con ella infinidad de veces. No he podido meter todas, es imposible, pero he intentado que algunas estuvieran en las más de 200 páginas que tiene este libro.

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P: Hablando de derivados de la serie ¿qué te pareció la película para televisión Return to the Batcave de 2003? ¿La mencionas en el libro?

R: Por supuesto, no podía quedarse fuera. A mí me encantó y me lo pasé bomba desde la primera vez que la vi, después me ha seguido gustando y creo que si eres fan de esta serie es una película que debes ver. Además hay algunas anécdotas conocidas que se recrean y es casi como estar en los años sesenta siendo testigo de todo ello.

P: Otro de los elementos más importantes de la serie de los años 60 fue el Batmovil de Dean Jeffries de hecho, si no recuerdo mal, ha aparecido en no sé cuántos documentales y es uno de los vehículos más icónicos de la historia de la televisión de estadounidense ¿le has dedicado un apartado especial? ¿Juega algún papel importante en el libro?

R: Se habla de este inolvidable vehículo y la hazaña que fue su creación. Nadie puede pensar en la serie y que no le venga este coche a la cabeza. Fue uno de los elementos que llevaron a la producción al éxito con sus turbinas, esos alerones, la sirena… Me encantaría poder dar un paseo en ese Batmóvil.

P: Entrando ya en lo que es una campaña de crowdfunding ¿qué es lo más duro de las mismas?

R: Aquí podría estar mucho rato, es agotador pero a la vez es fantástico. Lleva mucho trabajo, desde el hecho de escribir el libro, a maquetarlo, preparar las recompensas, el proyecto, moverlo, seguir… No me pilla de nuevas, tras sacar por este método “Vestidos para el éxito: 35 + 1 series llenas de estilo” sabía la que se me venía encima y ha sido más llevadero por eso. Dicho esto, quedan días por delante, queda mucho camino y hay que darle duro.

P: Personalmente creo que uno de los problemas de las campañas en Verkami es que los creadores no muestran metas a largo plazo es decir, no revelan extras en caso de superar la financiación ¿Qué opinión te merece?

R: Supongo que estamos muy liados intentando llegar a lo necesario para que el proyecto salga adelante, igual en otros casos es que no se ha pensado todavía en qué hacer si se supera. No pongo la mano en el fuego por nada que te pueda decir, cada proyecto es igual de único que la persona que está detrás.

P: ¿Tienes alguna idea de extra en mente en caso de superar la barrera marcada?

R: Sí, sí que la tengo. Varias, de hecho. Ojalá sea así y haya que sacar esos extras.

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P: En el otro extremo, no quiero se pájaro de mal agüero pero ¿qué planes tienes para este libro en caso de que no se llegue a financiar?

R: Mejor no tentar a la suerte y fingimos que esta pregunta no existe, ¿te parece? No llamemos al mal tiempo y mejor alimentar el pensamiento positivo. ¡Que San Adam West nos asista!

P: Aunque siempre digo que hay que tener la mente y dirigir los esfuerzos en el proyecto que está en curso ¿qué otros planes tienes en mente para el futuro?

R: Ahora mismo estoy escribiendo un libro de ciencia ficción para niños que se titulará “Frost, perrito de aventuras”. Un proyecto muy personal ya se inspira en mi propio perrito, que hace unos meses falleció. Luego tengo varias ideas en mente que quiero desarrollar y de las que no te puedo contar mucho, no por secretismo o algo así, sencillamente son solo cosas que me rondan por la cabeza y que todavía no están bien definidas. Sí te puedo adelantar que para el futuro quiero ir tocando otros palos pero que también seguiré con la cultura pop.

P: Interesante, pero ¿sobre qué te gustaría escribir relacionado con la cultura pop de lo que nadie haya escrito?

R: Si nadie ha escrito sobre ello creo que me queda poco o nada. La cantidad de libros que hay relacionados con la cultura pop es increíble, es una suerte aportar un granito de arena en esta playa que no deja de crecer. Varios lectores me han dicho que debería hacer algo sobre Star Wars, otros que me ponga con temas de videojuegos, en Dolmen también me han lanzado propuestas, tengo ideas para mover por editoriales… Lo bueno y lo malo es que la cultura pop es tan extensa que casi cuesta quedarse con solo una cosa.

P: Para finalizar una andanada pop de recomendaciones. ¿Te ves capaz de recomendarnos un libro, un cómic, una película y una serie?

R: Estas preguntas son horribles, jamás sé decidirme. Te puedo decir que hace poco estuve volviendo a leer “Charlie y la fábrica de chocolate” que es una joya; uno de mis cómics favoritos es toda la saga original de Secret Wars junto con todos los muñecos que se lanzaron a las tiendas; de película sí o sí te tengo que decir “Batman” con Adam West y de serie lo mismo pero si me dejas dos más te recomiendo la divertida “Abajo el periscopio” y el delirio pop que es la serie “Los Vengadores” con John Steed y Emma Peel.

Eso sí, si me preguntas mañana seguro que te digo otra cosa.


Si queréis contribuir a que el proyecto ¡Batman! La inolvidable serie de los 60 de Doc Pastor salga adelante no dudéis en pasaros por: https://www.verkami.com/projects/15727-batman-la-inolvidable-serie-de-los-60

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Entrevistas en viñetas – Bonache y SuperGamesWorld

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Entrevistas en viñetas…por César del Campo de Acuña

Hace ya un año les estuve dando la barrila todo lo que pude y más con la campaña de micro mecenazgo de GameBoyLands. Creía en el proyecto y me hacía feliz. Meses después realice una reseña del comic una vez lo tuve entre las manos y creo que no hace falta decir que lo puse por las nubes. Sabía que, dado el éxito cosechado aquella aventura de Bonache (¡Socorro! Somos padres primerizos, Una vez dicho esto…, Súper zumbaos entre otras obras) no se quedaría en los tonos verdosos de la Game Boy original. Sabía que no.

Y entonces la red rugió. Todos los usuarios que habían disfrutado de GameBoyLands clamaban por un nuevo ejemplar sobre sus consolas preferidas. ¡Anímate con uno de NES! Grite yo mismo…no, no mejor que haga uno de Mega Drive dijeron otros, hasta que al final Bonache puso consenso y decidió que la consola elegida seria “El cerebro de la bestia”, “Los 16-Bits de la Gran N”, La Súper Nintendo. SuperGamesWorld había nacido oficialmente y tras ponernos los dientes largos con unas cuantas tiras durante todo el verano llego el crowdfunding y en menos de 24 horas se había logrado el objetivo inicial. La nueva entrega en el catálogo consolero de Bonache será una realidad y por eso hoy vamos a hablar de esta obra, de videojuegos y de otras cosas. Damas y caballeros, con todos ustedes Bonache, papá de GameBoyLands y SuperGamesWorld.

Pregunta: Para empezar y a modo de presentación ¿Cuándo y cómo decides dedicarte al cómic? ¿Tienes alguna influencia en particular que siempre destaques?

Respuesta: Esta es una afición que se impregna de pequeño y lo importante es no soltarla de mayor. Influencias muchas y cada vez más variadas desde Daniel Clowes a Dragon Ball.

P: Sé que es difícil de responder pero ¿cuál de todas tus obras publicadas te hace sentirte más orgulloso? ¿Cambiarías algo en alguna de ellas?

R: Quiero a todos mis obras por igual, si tuviera que escoger una sería GameBoyLands, que fue la que me obligó a lanzarme al crowdfunding.

P: Como autor, aparte de tus propias obras ¿qué personaje o serie te gustaría dibujar con regularidad? espero no te ofenda, pero DC ya está tardando en llamarte para dibujar una serie loquísima sobre Bat-mito o Mr. Mxyzptlk.

 R: Tengo que reconocer que soy más Marvelita y si me dejaran escoger una serie de superhéroes,  sin duda escogería los Power pack, con Franklin Richards dentro de su formación.

P: Entrando ya en materia, GameBoyLands funciono como un tiro y SuperGamesWorld en menos de un día ya había logrado la financiación mínima en Verkami ¿te sentiste abrumado por la respuesta del proyecto? ¿Qué crees que ha hecho que la idea conecte con tanta gente? ¿Crees que los carnets han tenido algo que ver?

R: Pues no sé qué ha sido, pero la energía recibida y el aluvión de mensajes positivos han sido maravilloso, no puedo estar más contento y feliz. Y el recibimiento a los carnets limitados ha sido una pasada, incluso recibí un mensaje de un chico que estaba hospitalizado diciéndome que le era imposible colaborar dentro del límite de tiempo y que le guardará uno. Por supuesto él es la única excepción.

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P: Si se llegara a superar la barrera de los 11.000€ para añadir más paginas al cómic ¿qué otras metas tienes en mente? ¿Más paginas? ¿Un punto de libro? ¿Ir a casa de los lectores y pasarte el Super Ghouls ‘n Ghosts con una vida dos veces y dejar que digan que han sido ellos los que han logrado tal proeza?

R: Como diría River Song en Doctor Who “Spoilers”

P: Destacando un aspecto técnico como es el formato ¿qué te hace decantarte en esta ocasión por las tapas duras?

R: Me gustaba la idea de darle mayor empaque al cómic, hacerlo más resistente y duradero. Aunque me preocupaba la subida de precio así que lo consulté con los mecenas y la respuesta fue contundente ¡Tapa dura!

P: Hablando del cómic en si ¿Cómo escoges los juegos a los que vas a inmortalizar en viñeta?

R: Principalmente escojo a los que les tengo más cariño por haberlos jugado de pequeño,

P: ¿Aproximadamente cuanto tardas en crear una página entre que tienes la idea y la pasas al papel?

R: Depende de la página pero alrededor de una jornada. A la idea es a la que le dedico más tiempo para que encaje perfectamente.

P: ¿Has desempolvado la Super Nes para elaborar el cómic? ¿A qué has estado jugando? ¿Eres de jugar a la consola y/o coleccionista?

R: Tengo un Súper Scope encima de la mesa del comedor, con eso te lo digo todo. Soy muy poco coleccionista solo 4 cositas atesoradas con mucho cariño.

P: Por cierto ¿cuál es tu consola preferida? ¿Y el juego?

R: Va a parecer promoción pero realmente mi consola favorita es Súper Nintendo, todos los recuerdos que tengo asociados a ella la hacen insuperable. El juego Súper Mario World me conozco cada rincón y secreto de ese juego.

P: ¿has tenido algún tipo de contacto con Nintendo o mejor que la Gran N no se entere de nada de esta historia?

R: Para este proyecto no he estado en contacto con Nintendo, pero sí que he trabajado para Nintendo España en varias ocasiones para la campaña de promoción de Wii o realizando cómics sobre Sonic Colors.

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P: De cara al futuro y teniendo en cuenta la buena acogida que han tenido los dos proyectos ¿cuál es el futuro de estos cómics basados en videojuegos? ¿Algo de Sega quizás? ¿Tal vez intentar algo con la NES (yo voto por este)? ¿Igual algo dedicado a Nintendo 64?

R: Si, me gustaría seguir por este camino.  Pero aún es pronto para tomar una decisión y me gustaría que fueran los mecenas los que decidieran la consola a tratar ¿PSOne? ¿Mega Drive? ¿N64?

P: Veo que preguntan mucho por una segunda edición de GameBoyLands ¿lo tienes en mente o prefieres centrarte única y exclusivamente en SuperGamesWorld? Personalmente creo que un pack Super Game Boy World funcionaba a las mil maravillas.

R: Tengo en mente una segunda edición de GameBoyLands pero más adelante. Este Verkami quería centrarlo solo en material nuevo y reluciente.

P: Ya que he sacado a pasear a GameBoyLands, hace un año que termino la campaña (el tiempo vuela) ¿hubieras cambiado algo de la misma o estas plenamente satisfecho de ella y con el resultado? ¿Qué tal la tienda de GameBoyLands?

R: Fue una gran experiencia y no cambiaría nada, ni siquiera las meteduras de pata. La tienda ha funcionado muy bien, es algo chiquitito a pequeña escala, pero estoy muy contento del resultado y espero ir ampliándola poco a poco.

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P: Hablando de una campaña de crowdfunding ¿qué es lo más duro de las mismas? has tenido un éxito arrollador en ambas, pero ¿cómo es estar en las trincheras? ¿Estas todo el día pendiente de cómo va o una vez superas el mínimo te desentiendes un poco?

R: ¿Desentenderme? Un Crowdfunding es una maratón, no puedes parar ni un día, si nos es preparando nuevo material es intentando que los medios te hagan caso o mirando y remirando el presupuesto a ver que puedes añadir.

P: No sé si puedes responder pero pregunto por si acaso ¿Se ha interesado alguna editorial por los proyectos?

R: Sigo trabajando para editoriales grandes pero este es mi proyecto pequeño y quiero llevarlo a mi manera, así que no dejo que me tienten.

P: Para finalizar una andanada pop de recomendaciones. ¿Te ves capaz de recomendarnos un libro, un cómic, una película, una serie y un videojuego?

R: Pues os recomiendo SuperGamesWorld y en el resto de opciones, apoyad siempre a esos proyectos pequeños y personales, no dejemos que sean siempre las grandes marcas las que lo copen todo.


Si quieres hacerte con una copia de SuperGamesWorld no dudes aportar en:

https://www.verkami.com/projects/15902-super-games-world

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Wrestling History Bites – Luchadores de miedo en el wrestling estadounidense parte 1

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Wrestling History Bites…por César del Campo de Acuña

Luchadores de miedo en el wrestling estadounidense parte 1

Que el wrestling es algo que bebe de diferentes fuentes de la cultura popular es algo que todos sabemos. Cine, música, videojuegos, comic…todo tiene cabida dentro de un cuadrilátero. No importa lo que sea; si está de moda, si supone un impacto cultural o si se le presupone cierto valor nostálgico encontrara su camino hacia el ring por ridículo que en un principio pueda parecer.

Cantantes de rap, gangsters, hombres del espacio, personajes de videojuegos, súper héroes y sobre todo monstruos, muchos monstruos salidos de la literatura y el cine de terror o influenciados por el citado género. Evidentemente todos tenemos en mente al Enterrador (The Undertaker) como principal representante de los luchadores de miedo y/o sobrenaturales pero desde la época de los territorios han existido muchos más personajes espeluznantes y hoy, en esta nueva entrada de Wrestling History Bites, nos vamos a acordar de unos cuantos dividiéndolos por categorías.

Salvajes

Si señores. Terribles salvajes salidos de la literatura pulp o de leyendas populares. Uno de los primeros en venirme a la mente es Kamala, el gigante de Uganda. Este monstruoso caníbal parecía salido de una novela de Edgar Rice Burroughs y su historia resultaba igual de trágica que la de King Kong. Otro incontrolable salvaje fue The Missing Link. Brillo especialmente en el territorio de los Von Erich (la WCCW en el estado de Texas) y como el resto de miembros de esta ilustre lista, tenía que ser conducido al cuadrilátero por un manager debido a su impredecible comportamiento. Otro al que podríamos catalogar de salvaje fue al querido George “The Animal” Steele. Villano en un principio, durante los 80 se convirtió en uno de los preferidos del publico gracias a los segmentos filmados con Mean Gene Okerlund, a su peluche Mine y a la rivalidad que sostuvo con Macho Man Randy Savage por el amor de Miss.Elizabeth. Años más tarde lo veríamos interpretando a Tor Johnson en la sensacional película Ed Wood (1994) de Tim Burton.

Si hablamos de salvajes no podemos olvidarnos de las islas del pacifico y sus sanguinarios cazadores de cabezas salidos del cine caníbal. Los primeros de los que me acuerdo son de The Wild Samoans (Afa y Sika). Conocieron el éxito llegando a ser campeones por parejas en diferentes promociones y su legado se extendió a otros equipos de la familia samoana como The Headshrinkers (Fatu y Samu). El último ejemplo de salvaje salido de los mares del sur es el malogrado, recordado y llorado Umaga, The Samoan Bulldozer, el cual falleció en 2009.

Otro al que podríamos meter aquí es a The Tazmaniac, primer gimmick de Taz en ECW.

Pero no crean que los ejemplos se quedan ahí. En el mundo independiente tienen al equipo conocido como Nigerian Nightmares (Maifu y Saifu) que en el momento en el que escribo estas líneas no sé si siguen en activo. Por otro lado, en los últimos años, ha hecho muchísimo ruido el colosal Kongo Kong. Con sus más de dos metros y sus 180 kilogramos de peso este monstruo ha ganado campeonatos prácticamente en todos y cada una de las promociones en las que ha competido.

Evidentemente, estos no son todos los salvajes que han subido a un ring y les invito a que si recuerdan otros no duden en mencionarlos en los comentarios.

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Hellbillys

Si hay una cosa que me da miedo son los garrulos de la américa profunda retratados por la ficción como una manda de palurdos salidos del fruto de la endogamia y del aislamiento. No sé si es que vi Defensa (1972) a una edad demasiado temprana, pero escuchar unas notas de banjo a un ritmo lento hace que me recorra por la espalda un temblequeo importante. Evidentemente el mundo del wrestling no iba a dejar de explotar este tipo personajes y así nos encontramos con el clan Moondog, que lleva aterrorizando a espectadores y a otros luchadores desde principios de los 80 hasta la actualidad. Podrían haber entrado en la lista de salvajes pero al tener ese aspecto tan rustico estadounidense decidí encajarlos en la lista de Hellbillys. Sus sangrientas peleas en CWA y la USWA aún son recordadas (tanto que su rivalidad con Jerry Lawler y Jeff Jarret fue la mejor del año en 1992 según Pro Wrestling Illustrated).

Uno del que nadie pare acordarse es de Jacob Duncan de Ohio Valley Wrestling. Llego a ser campeón del territorio de desarrollo y es lo más parecido que se ha podido ver a Leatherface, sin ser Leatherface, sobre un cuadrilátero.

Luego tenemos a los Godwins, pero no los que iban acompañados al ring por el siempre sonriente Hillbilly Jim en la WWF de mediados de los 90, sino a los que dejaron a un lado la comedia y solo querían hacer daño a sus rivales. Manejados por Uncle Cletus y ataviados solo con sus petos vaqueros, estos dos granjeros de cerdos daban mucho, mucho miedo. Eso sí, nunca llegaron a obtener el mismo éxito que lograron junto a Hillbilly Jim.

No me puedo olvidar de The Necro Butcher. Le considero en parte el padre del termino Hellbilly (a fin de cuentas así se llamaba su personaje en la sensacional película The Wrestler) y durante unos años (los que formo parte de The Age of the Fall en Ring of Honor) no hubo mejor brawler que el en todo el planeta. Su aspecto sucio y desaliñado unido a esa formidable capacidad de aguantar e infringir los peores castigos no solo le convertían en un tipo realmente entretenido de ver en el ring, sino en un individuo temible.

¿Podemos meter a The Wyatt Family en esta categoría? Si, más o menos se puede. Del mismo modo que podríamos meter a los The Blu Brothers (Ron y Don Harris). El caso con los Wyatt es que siendo tipos salidos del pantano (no del campo o de las colinas), su lugar adecuado es en la categoría de cultistas.

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Cultistas

Que miedo. Personas con poca personalidad movida por una creencia más o menos religiosa, dispuesta a todo para hacerte creer en lo que ellas creen (¿de qué me sonara eso?). Los cultistas, o cultos malvados llevan formando parte del wrestling desde el inicio de los tiempos y sino que se lo pregunten a Kevin Sullivan, líder de The Army of Darkness, un grupo que contaba en sus filas con individuos tan terroríficos como Jake Roberts, Maha Singh, Fallen Angell (Woman) y Luna Vachon entre otros.  Supuestamente Kevin Sullivan estaba poseído por Satán y el resto de sus acompañantes eran sus seguidores entre, los que durante un corto espacio de tiempo, se contó al cantante Alice Cooper.

Pero la historia de Kevin Sullivan con los cultos no termina ahí. A mediados de los 90 se convirtió en el líder de dos facciones cultistas destinadas a terminar con Hulk Hogan y la Hulkmania. La primera se llamó Three Faces of Fear (Sullivan, Avalanche y The Butcher) y la segunda The Dugeon of Doom. Esta última fue la más famosa y disparatada. Tengan en cuenta que entre sus filas se contó a una momia, a un leprechaun y a un tipo que representaba el poder superior de la facción conocida como The Master. No tan serias y terroríficas como The Army of Darkness, pero han quedado para la historia como los pilares en los que se sostuvo la WCW hasta la llegada del NWO.

Un culto del que tampoco mucha gente parece acordarse es de The Disciples of the New Church en TNA. Liderados por Father James Mitchell, el grupo fue la facción heel más importante de la compañía de Nashville de 2002 a 2003. Aparte de James Mitchell los miembros más destacados del grupo fueron Malice (The Wall en WCW), Sinn (más tarde conocido como Kizarny) y Tempest (Crowbar/Devon Storm). Brian Lee y Slash llegaron a ser campeones por parejas.

Entrando en WWF/WWE evidentemente nos encontramos con el culto de los cultos: The Ministry of Darkness. The Undertaker acompañado de The Acolytes (Farooq y Bradshaw), Paul Bearer, Viscera y el que más miedo me daba a mí de todos: Mideon (un vidente que llevaba un ojo en un tarro). Misas negras, sacrificios, secuestros, torturas. Aquella congregación maligna, que incluso llego a dar cobijo a un grupo de vampiros, no podía resultar más terrorífica. Luego, como es costumbre, lo tiraron todo por tierra al descubrir que el poder superior al que The Undertaker seguía desde el principio no era otro que Vince McMahon. Se formó The Corporate Ministry y nunca volvió a ser lo mismo.

Para finalizar tenemos el culto del pantano que son los Wyatt, los cuales dan mucho, mucho miedo aunque no están siendo utilizados especialmente bien y encajan aun peor en el wrestling políticamente correcto.

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Vampiros

Si señores, vampiros y no, no me refiero a Freddie Blassie (luchador al que llamaron el vampiro por morder la frente de sus rivales y al que fundamentalmente recordamos por su faceta de manager y por aparecer en el videoclip de Cindy Lauper The Goonies ‘R’ Good Enough), sino a Vampiros “de verdad”. Evidentemente, todo buen aficionado al wrestling tiene en mente a The Brood (Gangrel, Christian y Edge), El Vampiro Canadiense (Vampiro), y a Kevin Thorn y Ariel. El primer grupo 100% Attitude Era vivio un breve romance con The Ministry of Darkness y era habitual ver a Gangrel (luchador que ha tenido una de las mejores entradas de la historia al ring) dar baños de sangre a buena parte de sus rivales. No hace falta decir que, curiosamente, el menos exitoso de los tres integrantes de The Brood fue su líder, Gangrel (llamado así por el clan vampiro del juego de rol Vampiro: La mascarada) ya que Edge y Christian una vez se sacudieron el elemento sobrenatural de encima se convirtieron en dos de los más laureados luchadores de los últimos 20 años.

El Vampiro Canadiense o Vampiro como yo le conocí en WCW es uno de los más ilustres trotamundos de la historia del wrestling y le recordamos por su longeva carrera en México y por formar parte de los últimos años de la WCW juntándose con otros seres diabólicos en grupos como Dark Carnival o Dead Pool.

Para finalizar tenemos a Kevin Thorn y Ariel, los vampiros de la versión de la WWE de ECW. Thorn venia de fracasar con el personaje sobrenatural Mordecai y lo convirtieron en un vampiro porque no hay nada más relacionado con la ciencia ficción que los vampiros (ECW versión WWE se emitía en el canal SciFi). Le pusieron a su vera a la espectacular Shelly Martinez convertida en la vampiresa Ariel. Fue una lástima que no funcionara porque formaban un tándem singular. Hay que decir que Shelly Martinez antes de verse convertida en Ariel o en lectora de cartas de Tarot hizo grandes cosas en OVW junto a Beth Phoenix y Aaron “The Idol” Stevens.

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Monstruos de leyenda

Ya les he dicho que el wrestling lo permite todo, todo, todo. Y si piensan por un momento que no hay cabida dentro de un cuadrilátero para criaturas mitológicas o monstruos legendarios están muy equivocados. Al primero que recuerdo es Giant Gonzalez (El Gigante en WCW). Con su peculiar atuendo Jorge González hizo lo que sus colosales dimensiones le permitían sobre el cuadrilátero. Todo el mundo le recuerda por el bochornoso combate de Wrestlemania IX frente a The Undertaker. La mancha en la racha, ya que El Enterrador gano por DQ.

Por si un gigante les pareciera poco, en 1995, dando cornadas, llego a WWF Mantaur, el minotauro luchador. Mugía, cargaba, pisoteaba. Todo lo que un toro hace para la cultura popular desde siempre. Desastrosa mascara, desastrosa presencia. Uno de los puntos más bajos de la historia de la WWF.

Luego tenemos a The Yeti, pero si están esperando al abominable hombre de las nieves están muy equivocados, ya que la visión que la WCW tenía de un yeti, se parecía más a una descomunal momia. Ron Reise, un gigantón (medía 2 metros 18 centímetros) al que luego veríamos en la versión WCW del Raven´s Nest (conocida como The Flock), envuelto en papel higiénico atacando a Hulk Hogan como miembro del citado Dugeon of Doom. Luego lo convirtieron en un ninja gigante. Todo muy lógico.

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Payasos asesinos y circos siniestros

Si hablamos de payasos terroríficos en el wrestling del primero que nos acordamos es de Doink, el clown creepy que aterrorizo e hizo reír a los espectadores de la WWF de 1992 a 1996. Supuestamente, durante el escándalo de los esteroides alguien le dijo a Vince McMahon que dirigía un circo al que solo le faltaban los payasos y ni corto ni perezosos se sacó uno de la chistera. Tuvo una prolongada etapa como face pero la más recordada, sin lugar a dudas, es su época como heel. Su tema de entrada sigue siendo de los más terroríficos de siempre.

Un payaso del que nadie se suele acordar es Pogo the clown. Peleo en la XPW de Rob Black a finales de los 90 y principios de este siglo. Daba mucha grima; tenía el nombre artístico del asesino en serie John Wayne Gacy (Pogo the clown) y parecía un cruce entre Violator en su forma humana y Billy Kinkaid (ambos personajes de Spawn). En sus promos/segmentos de presentación nos daban a entender que sus víctimas preferidas eran niños pequeños. Siempre llegaba al ring con una enorme pala que no dudaba en usar contra sus adversarios. Terrible y terrorífico como casi todo lo que tenía que ver con XPW.

Pero si hay un grupo de payasos importantes en el mundo del wrestling esos son sin lugar a dudas los Insane Clown Posse. Han estado en casi todas las promociones/compañías importantes de los últimos 20 años. Movidos por su afición por el wrestling Violent J y Shaggy 2 Dope han sido lo suficientemente hábiles como para crear un culto en torno a su música (que ha derivado en crear una banda de palurdos con la cara pintada que preocupan y mucho al FBI) y meterse en ECW, WWF, WCW y TNA. En ECW es cierto que solo actuaron, pero su presencia en WWF y WCW destaco al ser parte importantísima de The Oddities (un grupo de fenómenos circenses de la WWF) y de The Dark Carnival y Dead pool en WCW (Junto a The Great Muta, Vampiro y Kiss Demon en Dark Carnival y junto a Raven y Vampiro en Dead pool). En TNA no llegaron a tener tanta significación pero si es cierto que financiaron el primer house show de la compañía en Detroit.

Sin dejar TNA no puedo pasar por alto acordarme de The Menagerie. El grupo liderado por Knux solo nos dejó para el recuerdo a Crazzy Steve y a Rebel. El resto para olvidar ya que no se trataban de otra cosa que la patética respuesta de la empresa de Tennessee a la popularidad de los Wyatt en WWE.

Y para cerrar la feria nos encontramos, una vez más, con Kizarny (Sinn en TNA). ¿Llego tarde a WWE? Probablemente. Quizás, este siniestro feriante hubiera tenido más sentido en la Attitude Era que cuando le llego su gran oportunidad. No obstante la idea que tenía para interactuar con Vince McMahon hubiera estado bien.

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Entidades sobrenaturales

Insisto, el wrestling es un comic en vivo y en algunas ocasiones en directo. Sobre un ring de lucha libre no van a faltar grandilocuentes héroes, taimados villanos, poderes y entidades sobrenaturales. Algunas de ellas terroríficas como Se7en en WCW. Cuando Goldust se marchó por primera vez de la WWF encamino sus pasos hacia la compañía de Ted Turner donde simplemente quería ser Dustin Rhodes. Evidentemente y debido a la popularidad de Goldust no le dejaron y trataron de sacar su propia versión. En lugar de enfrentar al público sureño de WCW a un pervertido lujurioso, la empujaron a tragarse al cruce entre Fetido Addams, Pinhead y Freddy Krueger. A pesar de las promos que se mostraron y del dinero que se invirtió en la idea, en la misma noche en la que debuto lo enterraron. Supuestamente se debía a que la persona que sustituyo a Dusty Rhodes no le gustaba el concepto e hizo que el hijo de The American Dream lo matara en una promo impactante pero preparada.

Pero ¿Qué mayor entidad sobrenatural existe que El hombre del saco? Así es, la WWE tuvo a su propio monstruo sobrenatural en la figura de The Boogeyman. Comía gusanos, rompía relojes y hacia cosas raras para asustar a Queen Sharmell durante su rivalidad con King Booker. Al menos nos queda para el recuerdo sus espasmos y la bofetada que Jim Cornette le dio Santino Marella por reírse del personaje.

Más festivas fueron las entidades conocidas como The Christmas Creature (USWA) y Xanta Klaus de la WWF. El primero fue uno de los primeros gimmicks del futuro Kane y el segundo se trataba del hermano malvado de Santa Claus, llegado del polo sur para robar los regalos.

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Segunda parte

¿Esta cantidad ingente de luchadores les han parecido muchos? Pues aún hay más. Desde sacerdotes Vudú, pasando por monstruos con poderes sobrenaturales, personajes inspirados en los grandes villanos del slashers (o directamente copiados oigan), maníacos, psicópatas…Asi que, para que no se les haga muy pesado, les emplazo en la siguiente entrega de Luchadores de miedo en el wrestling estadounidense y ya saben, si me he dejado alguno de las categorias que he enumerado hoy no duden en dejar su marca en los comentarios.

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Arcade Review – Mutation Nation

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Noiseland Video Games…por César del Campo de Acuña

mutation-nation-flyer-cincodaysTítulo: Mutation Nation.
Título en Japón: ミューテイションネイション
Desarrolladora: SNK.
Año de Lanzamiento: 1991-Japón. 1992-EEUU y Europa.
Género: Beat ‘em up / Brawler.
Modos de Juego: Máximo de 2 jugadores.
Niveles: 6 niveles.

Acción mutante

Si SNK es famosa por un tipo género es por la lucha. Fatal Fury, Art of Fighting, King of Fighters, Samurai Showdown, The last Blade son los nombres de algunas de las franquicias más famosas de esta compañía. Pero ¿Qué hay de los Beat ‘em up? ¿No crearon ningún “yo contra el barrio”? pues sí, lo cierto es que si aunque no demasiados. Cualquier aficionado a los videojuegos en general y a la empresa fundada en Suita, Osaka en particular seguro que conoce la franquicia Sengoku (compuesta por tres títulos), Robo Army, Burning Fight y por supuesto, Mutation Nation. Descubrí este videojuego, como tantos otros, en las páginas de una revista y sus enormes sprites me dejaron alucinado. No había visto en mi vida gráficos con esa definición ni en las recreativas. Por otro lado, siendo el niño timorato que era, aquellos pantallazos llenos de criaturas mutantes me daban una mezcla de repugnancia y miedo a partes iguales. Puedo decir sin ruborizarme que tuve algún que otro mal sueño con el cadavérico rostro del jefe de pantalla del tercer nivel. Cuando finalmente la placa (que no el mueble) apareció en unos recreativos cercanos a la casa de mi mejor amigo de la infancia, me arme de valor, eche cinco duros y empecé a machacar a aquellos monstruos a base de bien. Debo decir que en aquella primera partida llegue a la segunda pantalla y gracias. Pero vendrían más y aunque el juego me seguía produciendo el mismo grado de nerviosismo que Night Slashers de Data East, siempre terminaba volviendo.

¿Y de qué trata Mutation Nation? La trama nos cuenta como un malvado científico a finales del silgo XXI tras muchos años experimentando libera un virus en una ciudad que termina mutando a todos sus habitantes en criaturas letales a sus órdenes. Nuestros protagonistas, Ricky Jones y Johnny Hart, huyen de la ciudad para evitar el contagio pero vuelven para impedir que el maquiavélico doctor propague el virus a nivel mundial.  ¿Sencillo? ¿Verdad? Pues sí y no; entre nosotros y el enemigo final se encuentran seis fases llenas de monstruos de pesadilla y descomunales jefes de nivel que nos harán sudar la gota gorda para hacerles morder el polvo. Pero, independientemente de que juguemos uno o dos jugadores, no estamos solos en nuestra cruzada. Para destrozar a nuestros numerosos rivales a lo largo del juego encontraremos cuatro power ups que nos ayudaran a eliminar a los enemigos con facilidad creando feroces tornados, tormentas de rayos, puñetazos atómicos o un ataque de pura velocidad una vez carguemos nuestro ataque (lo que nos dejara expuestos a los mutantes). Por lo demás, y si no contamos con el item que rellena uno de nuestros puntos de vida, estamos solos ante el peligro. Y el peligro viene en gran cantidad de formas; desde clones de Freddy Mercury, pasando por robots, hombres sepia, punkis con brazos como látigos, una tiparraca que excreta insectos gigantes por el pecho, avispones monstruosos y todo tipo de mutantes basados en reptiles, insectos y peces. Por si fuera poco, en cada nivel nos toparemos con un jefe de pantalla gargantuesco y un subjefe dispuestos a quitarnos vida como un inspector de hacienda.

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Bien, todo esto que les he contado suena como la caraba, como la madre de todos los Beat ‘em up, pero lo cierto es que Mutation Nation adolece de unos cuantos problemas. El primero que me he encontrado es que no puede golpear a los enemigos fuera del borde de la pantalla y tampoco hay un ataque que te ayude a ponerlos todos a un lado (un lanzamiento sobre el hombro). Esto que pude parecer una tontería es uno de los pilares básicos de cualquier brawler que se precie y que no quiera ser un sacacuartos de manual. Otra cosilla que me ha molestado es el hecho de que los esbirros de corte bajo y medio no tienen barra de energía, por lo que no ves que progresos estás haciendo a la hora de mandarlos al limbo de los sprites. Eso sí, cuando llevan unas cuantas empiezan a parpadear como si se tratara de un videojuego de Konami.  Añadan que no hay armas de ningún tipo y en esos momentos en los que los enemigos te rodean para hacer de ti un moratón andante vendrían bien. Personalmente siempre he encontrado muy molesto que se repitan los jefes de pantalla en las fases finales a modo de boss rush, pero ese es un problema de muchos brawlers, no solo de este. Ahora parece que lo he puesto a bajar de un burro, pero ni tantos ni tan calvos amigos.

La presentación del juego es inmejorable para la época. Les hablo no solo de las dimensiones de los personajes que aparecen en pantalla sino de su diseño (incluida la animación) y el del entorno. Hay que destacar que La banda sonora que nos acompaña en nuestras correrías camorristas no está nada mal y aunque no hay ninguna pista que sobresalga, tampoco molestan con estridencias (aunque la música del último nivel puede hacerse algo repetitiva). Por lo demás, se puede decir tranquilamente que Mutation Nation, sin ser ninguna maravilla, es uno de los brawlers con mejor aspecto de la primera mitad de los 90 y es capaz de ofrecer una sólida, rápida y entretenida experiencia a cualquier jugador aficionado al Beat ‘em up.

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Curiosidades:

  • La banda sonora está compuesta por Masahiko Hataya, alias Papaya, responsable del aspecto sonoro de títulos tan emblemáticos como Samurai Shodown, Fatal Fury 2 y los dos primeros Art of Fighting.
  • El juego fue producido por Eikichi Kawasaki, desarrollador, diseñador, planner y director de videojuegos que a su vez fue uno de los fundadores originales de la compañía SNK en 1978/79.

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Cincoday Bonus – Maldito SPAM

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Cincodays Bonus…por César del Campo de Acuña

Maldito spam

Queridos lectores, vengo de un tiempo en el que existían las interesantísimas listas de correos, en el que la acción de abrir el buzón no era un acto rutinario sino una ventana a la emoción y en el que tener una dirección de email te convertía prácticamente en un ser celestial. Eran la segunda mitad de la década de los 90. Hoy todo ha cambiado. El correo electrónico se ha convertido en una llave molesta; en un puente entre dos orillas en la que una consiente que le bombardeen por cruzar al otro lado cuantas veces quiera. Esa es la realidad de la primera gran arma de interactuación con la red hoy en día. Del cielo a las cloacas. De imprescindible a mal necesario. Que tristeza. Eso sí, sigue siendo un arma terriblemente útil para las empresas ya que saben que no hay mejor manera de llegar a millones de clientes potenciales invirtiendo menos. Ya saben a lo que me refiero, al Email Marketing. Pero como todo en esta vida, hay Email Marketing bueno como el como el Email Marketing de mdirector.com e Email Marketing malo que es ese que está empeñado convertir en el camarote de los Hermanos Marx tu buzón de entrada. El Spam, el maldito Spam. Todos los días, a todas horas, nunca deja de llegar y jamás se va. Herbolarios, pastillas, premios, dineros, estafas, curanderos, viajes… la carpeta de spam de cualquier correo parece un bazar sórdido en el que nadie en su sano juicio se aventuraría jamás.

¿Pero cómo llega toda esta morralla salvadora a nuestro correo? Pues cada vez que ustedes se registran en un sitio de esos en los que les prometen que no van a vender sus datos de contacto acaban de abrir la puerta del inframundo ya que lo más probable es que su manolitohuevofrito@pochomail.com termine junto a otros millones de direcciones en una bolsa vendida al peso a estas oscuras compañías dispuestas a ofrecernos servicios y útiles que nunca hemos solicitado con una periodicidad diaria no sea que nos olvidemos que están ahí para garantizarnos a cualquier hora del día el asesoramiento espiritual de un chamán capaz de ahuyentar espíritus o lanzar maldiciones tras pasar por cuatrocientos millones de pop-ups imposibles de bloquear, darle el pin de nuestras tarjetas de crédito y las escrituras de nuestra casa. Maldito Spam. Porque ya no es el problema de los Virus, trackers y troyanos (que también) como a finales de la última década del siglo pasado (¿se acuerdan de como cundió el pánico con el virus Barrotes o el famoso I Love You?), sino sacarte la pasta del modo que sea. Ya sea por medio de tu ingenuidad, vendiendo todos los datos que puedan recabar de tu persona o directamente suplantándote lo que puede terminar de dos maneras: robo o chantaje.

Pero claro, ese es el malo. Luego están las compañías serias. Las que utilizan legalmente y con buen juicio los datos que les facilitas enviándote correos que realmente si pueden resultar interesantes para tu negocio, tu día a día o negocio. Pero aquí estoy para quejarme del spam, del que me ilusiona (tiene usted 10 mensajes…y yo emocionado pensando que 10 personas se han acordado de mi) y del que llena de basura el equipo con el que torpemente me gano la vida. Nada, nada…igualito que las listas de correos de los 90.

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Pop Culture Icons – Richard Felton Outcault

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Pop Culture Icons…por César del Campo de Acuña

Bienvenidos a Pop Culture Icons una sección dedicada a conocer a diferentes personalidades de la industria del entretenimiento que por diferentes motivos su imagen ha trascendido más allá del tiempo y las modas. Hoy les voy a hablar de un hombre de importancia capital para el comic.

outcault-richard-f-cincodays¿De quién hablamos?: de Richard Felton Outcault un guionista, dibujante de historietas y pintor estadounidense nacido el 14 de enero de 1863 en Lancaster, Ohio. Falleció a los 65 años de edad el  25 de septiembre de 1928, Flushing, Nueva York.

¿Por qué es un icono de la cultura Pop?: Outcault es un icono de la cultura pop por ser considerado el padre de la historieta moderna, lo que se puede traducir prácticamente en ser considerado el padre de los comics.

¿Cuándo fue el punto álgido de su popularidad?: En torno a 1905 cuando ganaba más dinero con el merchandaising de sus creaciones que dibujando. ¿Qué seria hoy del merchandaising relativo al mundo del comic sin su visión comercial?

¿Cuál fue el momento que definió su carrera?: Hay dos momentos que podrían ser señalados como los que definieron su carrera. El primero fue la creación de Mickey Dugan (The Yellow Kid) en Hogan´s Alley (1895) y el segundo la creación del personaje Buster Brown en 1902.

¿Sabías que…?: A pesar de que se suele citar como sus primeros trabajos la labor que realizo como ilustrador técnico para Thomás A. Edison y sus dibujos humorísticos para la revistas Judge y Life, lo primero que hizo una vez se graduó de la escuela de diseño de la Universidad McMicken (en la que se formó de 1878 a 1881) fue trabajar para la Hall Safe and Lock Company realizando carteles publicitarios.

Otras revistas para las que trabajo con caricaturas de corte humorístico fueron Truth y Puck. Como ilustrador técnico trabajo para la revista Electrical World (propiedad de un amigo de Edison) y para Street Railway Journal.

Empieza a trabajar para el periódico de Joseph Pulitzer New York World en 1884. Su primera tira cómica para el periódico es publicada el 16 de septiembre de 1884 y se llamaba Uncle Eben’s Ignorance of the City. Fue una de las primeras tiras cómicas en usar una narrativa de viñetas múltiples.

Aunque todo el mundo cree que Outcault creo el famoso personaje de The Yellow Kid para el periódico New York World, lo cierto es que el autor antes de llegar a la citada publicación dibujo un niño de orejas enormes vestido con un camisón en el número publicado el 2 de junio de 1884 de la revista Judge. Eso sí, no fue bautizado hasta que llego al New York World donde debuto el 17 de febrero de 1885. No vio publicada su primera aventura en color hasta el 5 de mayo de ese mismo año. El personaje formaba parte de la tira Hogan´s Alley.

Un año después, el 5 de enero de 1896, la camiseta de Mickey Dugan apareció por primera vez en color amarillo con los diálogos escritos en ella. La popularidad del personaje hicieron que a la ya de por si popular tira cómica se la conociera como The Yellow Kid. Gracias al impacto popular de aquella creación innumerables periódicos empezaron a potenciar el comic o las tiras en sus páginas. Curiosamente, Outcault no vio un centavo de todo el dinero que el personaje generaba en términos de merchandaising ya que por aquel entonces (y durante muchos años después) el editor se quedaba con dichos derechos y al artistas solo se le pagaba por pagina entregada.

Con esas condiciones no es de extrañar que Outcault se marchara del New York World en octubre de 1896. Salto al periódico del rival de Pulitzer, el New York Journal de William Randolph Hearst. Con un considerable aumento de sueldo, Outcault se llevó al Yellow Kid al periódico de Hearts, pero no pudo llevarse el título de la tira cómica (Hogan´s Alley) porque pertenecía al New York World. El caso es que ambos periódicos anunciaron la presencia del Yellow Kid en sus páginas (Outcault fue sustituido en el World por George Luks) y gracias a esa guerra encarnizada entre las dos publicaciones surgió el termino prensa amarilla. Por voluntad de Hearts todas las tiras de The Yellow Kid tenían una narrativa por viñetas.  El personaje fue popular hasta 1897. Su última tira se publica el 23 de enero de 1898.

Crea a su otro gran personaje en 1902. Se llamaba Buster Brown y apareció en las páginas del  New York Herald el 4 de mayo de 1902. El personaje se volvió si cabe más popular que el Yellow Kid y llego a convertirse en la imagen comercial de la Brown Shoe Company. En aquella ocasión, Outcault había registrado los derechos del personaje por lo que en esta ocasión la mayor parte de los beneficios relativos de la venta de mercancías relacionadas con el mismo fueron a parar a sus bolsillos.

Creo que, a pesar de los estereotipos raciales utilizados en la viñeta, cabe destacar que Outcault fue el autor de la primera tira cómica protagonizada por un afroamericano. Se titulaba Pore Lil Mose y trataba sobre un niño muy bromista.

En 1905, gana más dinero con el merchandaising textil de sus personajes que dibujando. Para 1909 Outcault había amasado una pequeña fortuna que le permitió abrir The Outcault Advertising Agency, una agencia publicitaria que le dio pingues beneficios. Poco más tarde se retira y lega el negocio a su hijo.

Fallece a los 65 años de edad el 25 de septiembre de 1928 en Flushing, Nueva York a causa de una cirrosis. A lo largo de los años no solo creo a The Yellow Kid, Buster Brown y Pore Lil Mose. No. Outcault dejó tras de sí a otros personajes como Tommy Dodd, Ophelia, Buddy Tucker, Casey’s Corner, The Country School y The Barnyard Club. No hace falta que les diga que Outcault está en el Salón de la Fama del Comic (The Will Eisner Award Hall of Fame) desde 2008 y que es considerado por gente tan importante en el medio como R. C. Harvey como uno de los más grandes caricaturistas de todos los tiempos.

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